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—Sólo tú sabes dónde estará. —Eso fue lo último que escuchó de Amelie luego de que ella prometiera sobrevivir; había regresado al nuevo continente muy tarde, demasiado tarde para ayudar a su amiga.
Los rastros de la magia y el olor a la sangre le dijeron que Amelie no pudo cumplir tampoco esa promesa, tal y como él no pudo protegerla a pesar de haber vuelto a América en cuanto pudo. Atravesar los continentes sin ver la luz del sol seguía siendo difícil incluso con los dones que él había obtenido de su sangre maldita.
¿Cuántos años investigó a los Sunken? Y, sin embargo, no pudo encontrar nada que lo llevara a su guarida. La magia de los brujos lo mantenía como un perro sin olfato. Lo único que pudo hacer es mantener su vista en la niña de Dean, la verdadera.
Creyendo que estaba en buenas manos, pensó que no había problema, y dejó de verla por un tiempo demasiado largo, ¿por qué había hecho eso? Adrastus se castigó a sí mismo con el remordimiento que no había sentido nuevamente luego de transformarse en lo que era ahora. Se había enfocado tanto en su cacería por venganza, incluso en sus pequeños enfrentamientos que terminaban en nada.
Lo único que obtuvo de todo eso fue encontrar a Eleonore destrozada, ahogándose en el silencio de lo que había vivido mientras él estaba fuera. Quizá debido a su percepción del tiempo, quizá porque creyó que la mujer que habían elegido para que fuese la nueva madre de Eleonore podía mantener ese engaño en su subconsciente eternamente, pero pensaba de verdad, con la confianza en quienes eligieron a la mujer, que Eleonore viviría una vida tranquila como una humana normal hasta que despertara sus poderes.
—Pero la magia no es eterna, ¿verdad? —El cuervo negro miró a Adrastus cuando habló con él. Estaba parado sobre un poste especialmente hecho para él, dentro del estudio de la casa de Adrastus en Nueva Orleans. Esos años que se había mantenido en la ciudad lo habían calmado.
El cuervo graznó mientras Adrastus observaba la luna pintada de amarillo, tan brillante aquella noche; habían pasado seis años desde que Eleonore y él se habían conocido, ¿ya era el tiempo de volver por ella?
—Todavía no despierta por completo. —La voz del cuervo respondió a las dudas de Adrastus, como si le hubiese leído la mente.
—Han pasado seis años desde que obtuvo su familiar. —Suspiró mientras cerraba las cortinas gruesas y negras de la gran ventana del estudio. El lugar era el mismo de siempre, y al mirar el sofá donde Dean acostumbraba a derramarse como un gato, sonrió.
Adrastus había amado a Dean incluso más de lo que había amado a Amelie, no había sentido tanto amor por dos mortales como ellos desde hacía mucho tiempo, tanto que incluso pensó en ofrecerles el don de la inmortalidad. Sin embargo, tenía miedo, pues al final, los vampiros terminan odiando a sus creadores.
Al menos aún tenía a Eleonore. Adrastus pudo haberla tomado bajo su tutela el día que su juicio cayó sobre los seres despreciables que vivían con ella, pero no lo hizo. Pudo ver sus memorias, su anhelo por vivir una vida tranquila y normal, ¿cómo podría arrebatarle él ese deseo al llevarla consigo? Ella necesitaba experimentar esa vida tranquila y común que tanto anhelaba, por ello la dejó en manos de su abuela.
Esa humana parecía amarla de verdad, pero bien eso había parecido también con la mujer que había sido su madre de título, por ello, Adrastus decidió vigilarla. Si observaba algo, cualquier cosa, que demostrara que Eleonore de nuevo sufriría como antaño, la tomaría consigo.
Pero en seis años, Eleonore incluso aprendió a sonreír.
Keit mantenía sus ojos negros sobre la niña durante el día, mirando cómo ella reía a carcajadas con las bromas de la anciana encorvada y de piel canela, cómo sonreía cuando hablaba con el niño humano que ella consideraba muy importante. Si bien, tenía problemas humanos, Eleonore no sufría como antes y luchaba por ser feliz.
—Un par de años más. —Pensó Adrastus, y luego se dirigió al cuervo, quien movía su cabeza como si estuviera pensando profundamente. —Un par de años más en esa tranquilidad que ella tanto quiso, en esa normalidad que su corazón gritó en el mío, Keit, y despertará. Estoy seguro que es eso lo que le impide abrir sus alas, ese deseo que al fin está viviendo. De todas maneras, los perros de Sunken no pueden encontrarla mientras lleve puesto el colgante, mientras no despierte, no debo preocuparme por ellos más que por sus intentos ridículos de encontrarme.
Ante las palabras de Adrastus, Keit graznó de nuevo, como si estuviera de acuerdo con él.
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Las pisadas cortas de una chica de botas militares y vestida de negro se dirigían a los jardines del plantel. Desde que la escuela tenía un sistema de horarios abiertos, las horas de descanso de los alumnos a veces eran más temprano, más tarde o había dos o tres espacios libres durante el día. Algunos aprovechaban para adelantar créditos y se enlistaban en cupos de clases superiores, otros usaban ese tiempo para estudiar. Eleonore dedicaba esos ratos para leer en las mesas circulares hechas de piedra en los jardines tras los laboratorios.
Los auriculares, simples y pequeños, siempre la acompañaban, y en las manos llevaba un libro abierto. Había aprendido a caminar mientras leía, sin importarle nada más, esquivando tranquilamente a la gente que pasaba a su alrededor. No es como si la escuela tuviese muchos alumnos, divididos en pequeños grupos, ella sabía que el plantel tenía menos de dos mil personas asistiendo a clases.
Antes de llegar a su destino, una persona cruzó su mirada con ella. El corazón de Eleonore latió dolorosamente e incluso pensó que podría llorar, ¿cuánta era su suerte? De verdad, ella estaba feliz. Quizá, al fin el destino jugaría a favor de ella. Estaba segura, esos ojos ámbar como el té, esas cejas pobladas y ese cabello rizado y bien peinado, el chico que iba hacia su dirección junto a otras dos personas que parecían escoltarlo como si fuesen sus amigos, se dirigía hacia ella.