—Es algo fácil. —Le dijo, con su voz afectada por el chartreuse que viajaba en sus venas; frunció el ceño, como si pensara profundamente en algo, y luego, volvió a hablar. —¿Me permites?
Él le había pedido que dejara tocarle los ojos con la palma de las manos, Eleonore miró esas palmas angulosas fijamente y asintió. Experimentó un escalofrío cuando Andrew le quitó los lentes, encorvándose un poco y cerrando fuertemente los ojos.
—Está bien. —Susurró. —Sólo soy yo. —Ella sabía que era él, confiaba en Andrew, sin embargo, la memoria de su cuerpo no era la misma que la voluntad de ella.
Andrew dejó las gafas cuadradas y viejas de Eleonore en la mesa de la sala; pensó que ella debería cambiarlas pronto. Su corazón se aceleró, o quizá era el alcohol en su sistema... lo que sea, hizo que escuchara el sonido del tamborileo de aquel órgano en los oídos.
Pronto sus manos viajaron a sus ojos; los párpados suaves que acarició se sintieron como seda. En efecto, ella no era la chica más hermosa físicamente hablando, pero Andrew había visto más allá de eso. A sus ojos, ella era linda, ella era hermosa de espíritu y causa.
La nariz pequeña y achatada de Eleonore se arrugó con la sensación del cosquilleo que nació a partir del contacto de los dedos de Andrew con sus párpados. Quería reír, o quizá quería simplemente llorar, no sabía. Su cuerpo nervioso se estremecía con ese contacto suave y único que tenía con el chico de cabello naranja.
—Recuerda la sensación que viene... —Le dijo; su voz sonaba fría, pero sus dedos eran cálidos. Un calor que se extendió por sus párpados y viajó más allá, hacia sus globos oculares, hacia la parte trasera de su cabeza, hacia su corazón que empezó a bombear sangre cada vez más y más rápido. Las extremidades temblorosas de Eleonore subieron poco a poco hacia las manos cálidas de Andrew, quien acercó su cabeza hacia la de ella.
Sus frentes chocaron, y la electricidad que ella sintió en el toque de su piel, ella no sabía de dónde había venido.
—Concéntrate. —Dijo él, sin saber si era para sí mismo o para ella. Las respiraciones de Andrew y de ella chocaron en un torbellino cálido.
Poco a poco, Andrew se alejó de ella; sus ojos grises brillaban en un azul eléctrico, como si la estática de su cuerpo se hubiese concentrado en ellos.
—Abre los ojos. —Ordenó. Ambos se miraron con esos ojos adornados con pequeños rayos azules que cruzaban sobre sus iris. —Recuerda lo que sientes ahora, así puedes hacerlo.
Eleonore miró a Andrew con los ojos bien abiertos, como si fuese la primera vez que lo miraba. El rojo lo cubría como una llamarada, como un dios cubierto de fuego. Esa aura roja se extendía por todos lados, pareciendo que quería tragarse todo el lugar.
—Ahora sabes quién soy. —Le dijo, sonriente. El aura que parecía una llamarada a punto de quemarlo todo danzaba con tonos negruzcos en sus orillas.
—Ya sabía quién eras. —Replicó ella, como si lo que estaba viendo fuese poco.
—Sabías mi nombre y también sabías cómo me comporto contigo, pero no sabías quién era... qué era. —La sonrisa de Andrew se borró abruptamente; eran raras veces que el rostro de Andrew tenía un cambio como ese. —Todos los que son como nosotros tienen el aura roja, aunque de diferentes tonalidades. La tuya aún era tenue y borrosa, como la de un niño pequeño...
—¿Es así?
—Sí... Como si algo te bloqueara. —Continuó. Las manos de Andrew viajaron hacia la barbilla de Eleonore, quien retrocedió; ante aquella reacción, Andrew bajó su mano, pero ella la tomó entre las suyas y la llevó hacia su cara. La mejilla de Eleonore no era suave, su piel estaba un poco seca y sus ojos parecían estar siempre cansados, si bien, ella ya había lidiado con el acné y otras cosas gracias a los consejos de su abuela, no era suficiente.
—Yo... —¿Podría contarle a Andrew? ¿Qué valor tenía alguien como ella? Sus ojos cansados ahora también estaban tristes, y Andrew la hizo mirarlo. ¿Cómo podría soñar alguien como ella que la quisieran cuando ya estaba rota? ¿Cómo ella podía anhelar que alguien como el chico que estaba frente a ella la siguiera considerando importante si se enteraba de la verdad?
—Te entiendo... No te juzgaré si quieres decirlo, nunca lo haría. Tú y yo somos iguales, ¿lo olvidas?
Iguales, nadie nunca le había dicho eso. Siempre la habían colocado en una esquina, avergonzándose de ella, ocultándola entre las sombras, relegándola, alejándola, metiéndola en el sótano de las amistades incómodas, olvidándose de ella.
Nadie la había atesorado, nadie le había preguntado. Nadie excepto Andrew.
¿Podría decirle la verdad? ¿Podría alguien escucharla, entenderla?
Él lo había prometido.
—¿Incluso si es algo malo?
—No puede existir nada tan malo como para que te odie.
—¿Incluso si estoy rota?
—Todo mundo está un poco roto... también yo.
Se miraron de nuevo. El brillo eléctrico de sus ojos ya se había ido a esas alturas, y la mano libre de Andrew mostraba su palma, como si le pidiera que la tomara.
—Si no puedes decirlo, enséñame.
—¿Piensas verlo con tu magia? —Preguntó ella, preocupada. No había llorado todavía, pero un gran pesar se notaba en su rostro y en su voz. Él asintió. —Si ocurre eso, ¿sentirás también lo mismo?
—Hasta la última lágrima. —Respondió él, con una sonrisa suave. Ella retiró la mano que él todavía tenía en su cara.
—No puedo hacerte eso.
—Lo imaginé. Por eso estaré allí para escucharte cuando quieras. Quizá no sea hoy, quizá nunca lo hagas, pero estaré ahí cuando quieras enseñarme lo que guardas tan dentro.
Ella asintió mientras pensaba en lo que Andrew le había dicho, asustada. Le daba miedo que alguien la quisiera de esa manera, porque sabía que, tarde o temprano, la tirarían, como lo había hecho Joan.