Las manos temblorosas de Andrew, como las de un adicto, viajaron por las mejillas de Eleonore, limpiando los rastros de las lágrimas; su respiración chocó contra su nariz, tan cerca estaban, como nunca antes lo habían estado, tanto que Andrew pudo ver por fin la pupila de Nor que usualmente se perdía en el color de sus iris negros como el café que solía tomar por la mañana.
—Creo que esto se salió de control un poco... ¿no? —El susurró de Andrew rompió el silencio, tratando de hacer sonreír a Nor. No le gustaba verla en ese estado, sintiendo que su corazón agonizaba al saber que ella sufría, y, sin embargo, estaba embriagado por la cercanía que ello le había traído.
—Sí... creo que sí. —Ella bajó su mirada, avergonzada. Él no le había reprochado, no le había dicho nada, sólo la había intentado calmar, acunándola en sus brazos como nadie nunca lo había hecho. Tal como siempre anheló que su madre hiciera, tal como siempre soñó que cualquiera lo hiciera.
—¿Estás mejor? —Preguntó mientras acariciaba su mejilla; hasta ese momento, él se había mostrado reticente a soltarla, y mientras ella lo permitiera, Andrew seguiría con ese pequeño placer que ahora tenía el lujo de darse. Tocarla le daba tranquilidad, y también era una agonía terrible. Quería más, anhelaba más que sólo rozar su mejilla y sentir la piel trigueña de su rostro.
—¿Tal vez? —Suspiró, dejando salir su aliento cálido. —Sí...
—Bien... Aunque tengo muchas cosas que contarte y que son importantes, que estés bien ahora es mucho más importante. —Nor asintió con su cabeza; Andrew dejó su mejilla, subiendo su mano hacia su cabeza. Como si fuese un cachorro, acarició su cabello cobrizo otra vez. —Antes que nada, Nor, en cuanto llegues a casa vas a tener que nombrar a esa cosa que te acompaña.
Andrew se refería al peluche gato extraño que Eleonore siempre llevaba consigo; si bien él conocía las implicaciones de tener algo como eso, no estaba preocupado por Nor, porque el precio ya había sido pagado mucho tiempo antes de que ella naciera. Esa era la principal razón por la que ese ser había permitido a Eleonore tocarlo como si nada y reclamarlo para sí sin repercusiones y sin necesidad de que ella despertara su poder de bruja.
—¿Nombrarlo? Uhm... Pasaron muchas cosas que lo olvidé...
—Sabes que me refiero a una manera especial para nombrarlo, Nor. —La voz de Andrew parecía la de un profesor regañando a su alumno; en lo personal, Andrew no quería que esa cosa despertara porque temía que él le dijera sobre su verdadera personalidad a Nor, pero no había más opciones. No quería dejarla prácticamente desprotegida ahora.
Si bien, sin un nombre aquel ser todavía la ayudaría en momentos de peligro, no estaba seguro si podría contra el inquisidor. Ese hombre se había mostrado fuerte, no sólo con sus palabras divinas y su santidad, si no que también era inmune a la magia elemental. Un brujo novato o advocado a la naturaleza no podría hacerle frente, mucho menos Eleonore que apenas sabía lo básico.
En la brujería, había tales ramas principales como la necromancia, la elementarista, el manejo del ánima y la demonología; entre ellas existían varias subramas y un brujo podría incluso ser versado en todas, aunque para llegar a eso tenía que convertirse en maestre de al menos una de ellas. Algunas de esas ramas estaban perdidas en el tiempo debido a que se consideraban peligrosas, aunque cuando se trataba de demonología, casi no había practicantes. Si bien, la demonología era una rama que nació por los pactos de los seres sobrenaturales que viven entre las líneas de los mundos, también abarcaba el pacto con algunos seres divinos. Nació como una rama peligrosa y arriesgada que hacía que el practicante perdiera el alma, y aunque no estaba prohibida, murió poco a poco gracias a que el pago por los servicios de aquellos seres era demasiado.
¿Quién había pagado por Eleonore? Andrew lo sabía debido a que Amelie le había contado, aunque todavía no podía creerlo.
Dean, el padre de Nor, había fragmentado su alma prácticamente desde que supo que su hija nacería; si bien él no era un demonólogo, como un abogado experto en el tema supo llevar las negociaciones con el ser al que había llamado, pagando sólo una parte de su alma por un servicio acorde a lo que esperaba.
La vida y el poder medio de un brujo se rige por su alma; si ésta está fragmentada, el brujo se debilitaría. Andrew no sabía si Dean estaba enterado del futuro de Eleonore y de los destinos que podría tener si él vivía, pero estaba seguro de que probablemente así era. Dean murió para que Eleonore y el mismo Andrew vivieran.
¡Hubo tantas ocasiones que Andrew quiso decirle a Eleonore sobre su padre y su madre! Sin embargo, no podía, no era su deber ni tampoco era el tiempo. Tal vez, en un futuro, ella le reclamaría por eso, y él estaba dispuesto a aceptar su furia. Una parte de él quería ser castigado por no poder hablar, y eso estaba bien. Él merecía muchas cosas, aunque todavía tenía miedo de que ella lo dejara a un lado.
—Espera... tengo algo para ti, antes que nada. —Reacio a apartarse de su contacto, Andrew salió de la cocina y subió por las escaleras hasta el segundo piso del departamento; no estaba seguro si era buena idea regalar ese libro a Eleonore, pero prefería que ella tuviese esa guía a que él le explicara las cosas deficientemente y terminara liándola. No era porque estuviese celoso o porque era un bien preciado para él, si no por los rastros de energía de quien lo había escrito. Temía que Nor reconociera el trazo antes de que las cosas se dieran tal y como debían ser.
Cuando volvió, encontró a Eleonore lavando los platos sucios; por un momento, Andrew se imaginó que eran una pequeña familia, en un día a día común, sin monstruos ni amenazas, sin seres sobrenaturales saltando de debajo de la cama ni cadáveres en el armario.
—¡No tenías por qué hacerlo, pero gracias! —Dijo él mientras acariciaba otra vez la cabeza de Nor. Era satisfactorio que ella no saltara, ni se alejara automáticamente; no sabía si ese pequeño privilegio le sería removido en algún momento, así que se aprovecharía de eso todo lo que podía. Sí, se sentía una basura egoísta por eso todavía.