Las estrellas salieron poco rato después de que Eleonore llegó a casa; Andrew la había llevado en su auto, apurado por la hora que era, pues se había extendido mucho, o quizá es que en realidad él sólo quería acapararla un poco más, sólo un poquito, para sí.
Si bien, Nor sabía lo que ocurría en el mundo de los brujos ahora, todavía se sentía todo muy lejano y extraño para ella, como si no pudiese ser verdad, aunque lo era, y la prueba fehaciente yacía en la creciente paranoia de Andrew cuando se acercaba el crepúsculo. Por supuesto, ella no iba a decirle nada, no quería ponerlo más nervioso, pero se daba cuenta.
Una parte de Eleonore quería pedirle a Andrew que huyera, que se fuera lejos de la ciudad si eso era necesario para que no tuviera que enfrentarse a lo que los brujos más temían, sin embargo, sabía que era imposible. La iglesia es un órgano internacional, después de todo, ¿dónde podrían esconderse los brujos de ellos?
—Mañana... ¿puedes esperarme afuera de la escuela, antes de clases? —Preguntó él, esperando que ella accediera en su idea loca. Era el cumpleaños de Nor, después de todo.
—¿Me estás pidiendo que falte a clases, tú, el señor alumno de honor? —Se burló; ella en realidad estaba nerviosa. Nunca había faltado a clases porque quisiera, en realidad, la idea no le parecía muy tentadora debido al temor que poseía con respecto a causar problemas. Si bien, sus notas eran altas (aunque no tan altas como las de Andrew, quien se supone estaba ausente por una extraña enfermedad), temía que faltar un día le costara su lugar en la escuela.
—Bueno, es tu cumpleaños... Además, mañana tendrás un resfrío, así que las cosas estarán bien si faltas. —El joven wendigo sonrió descaradamente mientras le extendía un sobre que sacó de su chaqueta. Eleonore lo abrió, curiosa, observando el papel membretado blanco que emergió del mismo con ojos sorprendidos. Estaba un poco doblado porque él lo había llevado enrollado en el bolsillo interno de su chaqueta ligera, pero el valor de lo que tenía escrito permanecía intacto. Era un permiso médico expedido con la fecha del día siguiente.
—¡¿Qué?! —Andrew subió sus hombros como si lo que había hecho no fuese complicado o algo prácticamente ilegal antes de hablar.
—Le pedí a un conocido mío que me ayudara... ya sabes, te prometí que el día de tu cumpleaños estaría contigo, así que pensé que sería buena idea ir a algún lugar y alejarte un poco de la rutina.
—Pero esto....
—Es tu decisión de todos modos. —La interrumpió antes de que dijera nada, con una mirada que parecía un tanto decepcionada. —Sólo quería hacer algo especial por ti, sobre todo porque no te había visto por mucho tiempo. Además de que todavía no puedo volver a la escuela... Se supone que estoy gravemente enfermo, ¿sabes? —Andrew no estaba seguro sobre si su plan para convencerla funcionaría, pero volvió a mirarla miserablemente; por supuesto, la mayor razón por la que quería que ella faltara a clases era porque quería pasar tiempo con ella, pero también estaba el factor Joan. Él no quería que su día especial se arruinara por él y su estúpida boca suelta. Si bien Andrew no sabía sobre lo último que había ocurrido entre Eleonore y Joan, recordaba que antes de tener que irse por un tiempo, ese tonto se le había acercado y le había hablado de Nor como si ella fuese una especie de bruja malvada y manipuladora, cosa que casi hace que le arrancara la cabeza, pero como se supone estaba tratando de ser un humano normal, había tenido que tragarse todo con una sonrisa mientras le aclaraba que no le importaba y que él la apreciaba de verdad; aunque parecía que el cabeza hueca no lo entendió bien, porque todavía a veces actuaba como el tipo buena gente que trataba de advertirle sobre el peligro.
—Bueno sí, pero... —Eleonore dudó un momento, mordiéndose el labio inferior; luego, cerrando los ojos, suspiró. No sabía cuántas veces había suspirado ya ese día. —Está bien... sólo esta vez, ¿ok? No quiero preocupar a mi abuela.
—¡Lo juro! —Andrew levantó su mano derecha, solemne, aunque su mano izquierda estaba tras su espalda, por lo que Nor no estaba segura sobre su sinceridad. Ambos rieron antes de que ella le recordara que el sol pronto se ocultaría y él debía regresar a casa rápido.
Con el corazón temblando debido a la creciente preocupación que ella tenía por el joven de cabello anaranjado, se despidió con un abrazo antes de entrar al edificio; aquello era nuevo para los dos, pero lo disfrutaba cada uno a su manera. Él, deleitándose con el contacto del cuerpo cálido de la adolescente, y ella sumergiéndose en la complacencia de al fin poder abrazar a alguien que era importante para sí.
Fue un abrazo corto, pero significativo para ambos; tal vez porque ella no podía creer que al fin había mantenido el contacto de esa manera con alguien del sexo opuesto, su corazón latía rápido y su pecho se sentía pesado. La mezcla de sensaciones la agobiaba, pero también la ponía feliz. Sí, ella se había dado cuenta de que estaba feliz, después de todo; egoísta, inmerecedora, rota, y, aun así, había alguien que la quería y que le daba la alegría y la esperanza que no hace mucho tiempo creyó perdidas o inexistentes.
Subió las escaleras hasta su departamento con una sonrisa en sus labios; era extraño en ella tener esa expresión, y sin duda, si pudiese verse al espejo, se sentiría fuera de lugar.
El departamento todavía estaba vacío; no eran aún ni las ocho de la noche, así que era normal. En el silencio, tras cerrar la puerta con llave como de costumbre, se arrojó al sofá viejo con estampado floral de la sala de estar, posando sus pies todavía con los zapatos puestos, sobre uno de los descansabrazos; miró el techo por un momento, adornado con una de esas lámparas viejas con ventilador incluido que estuvieron de moda por un tiempo porque parecían elegantes, aunque en realidad no lo eran. De las paredes pintadas de rosa avejentado colgaban cuadros con santos que Eleonore identificaba bien debido a que su abuela siempre le hablaba de ellos, diciendo que les rezaba para que ella estuviese bien; de hecho, en algún momento ella se vio envuelta en toda esa parafernalia desagradable sólo para no molestar a Alphonsine, quien a pesar de que era una creyente algo ferviente, casi no asistía a la iglesia.