El hielo de la reina

47. Las batallas

Hercus sonrió con cariño a su esposa. La sostuvo por la mano y juntos se quedaron a mirar el resto del combate.

La señora del oeste, Lisene Wind superaba también en cualquier atributo a Hams. De manera general, cualquier bruja era superior hasta los hombres más sobresalientes. Era por eso que eran tan temidas y respetadas por todas las personas del mundo. No era que solo se trataba de que ellas tuvieran en la cima por ser hermosas, sino que, cada una de sus cualidades, físicas o mentales eran superiores a la de los demás. Las hechiceras dotadas con la magia de los espíritus eran muchos pasos adelantes en la evolución humana. Hams hizo muestra de su destacada habilidad con el martillo, haciendo movimientos y atacando a su rival. Pero era superado con creces por la joven alteza albina que dominaba el viento.

Hams no pudo concretar ni un solo golpe, debido a la agilidad de la princesa. Lisene Wind usaba flechas, cuyas puntas no se incrustaban en la armadura o en la carne de su contrincante, sino que, explotaba como una ráfaga de aire, que golpeaba como un rígido puño. Así lo fue debilitando, hasta que su enemigo cayó inconsciente en la plataforma de cristal. La bruja de viento se alzó con la victoria y se elevó en el aire, para luego desaparecer en una especie de tornado blanco.

Hercus recibió a sus compañeros abatidos por las hechiceras. Ellas tampoco habían mostrado toda su destreza y su poder. Suspiró con preocupación. Al verlas a ambas, sabía que podía perder, debido a la magia que ellas poseían. Solo podía hacerles frentes si mantenía un combate cuerpo a cuerpo, sin que utilizaran sus dones celestiales. Apoyó a su hermano, quien pasó a la siguiente ronda y también lo hizo Zack, que habían clasificado a la semifinal, y solo se encontrarían en la última pelea. Luego, volvió de nuevo la ronda de su majestad Hileane. Le tocaba contra el veterano guerrero, Lord Warner. Se despidió de Heris y la miró con ternura antes de partir hacia la zona de batalla, en la que los valientes se atrevían a medir su maestría en una o varias armas con un rival. Hizo reverencia a su venerada soberana y realizó su presentación. Recibió la señal para dar inicio a la pelea.

—Hercus, ¿cierto? —preguntó Lord Warner con voz ronca y pesada. Su armadura era más ligera y le permitía mayor movilidad.

—Sí, señor.

Hercus hizo una modesta reverencia. Aquel hombre era un noble, un Lord de mayor edad y experiencia, por lo que se merecía su respeto.

—Saca tu espada, hijo —dijo Lord Warner. Desenvainó la suya con la diestra y con la zurda sostenía un gran escudo rectangular—. No te contengas por mi edad.

—Así lo hare, señor —respondió Hercus con amabilidad.

Hercus agarró su rodela y desenfundó su hoja de acero que cantó de felicidad al ser liberada de su recámara. Puesto en posición, caminaba al costado, en círculos, rodeándose con aquel Lord. El noble de alta cuna estrelló la espada contra su escudo, repetidas veces. Resistía los choques y se colocaba de nuevo en guardia. A pesar de que era un señor mayor, golpeaba con más fuerza que cualquier otro joven o adulto que se había enfrentado. Su técnica y destreza eran sobresalientes. Se notaba la diferencia de conocimiento en el arte de la batalla que poseía ese señor. Hizo una estucada con la punta a la gran defensa rectangular, haciendo que Lord Warner retrocediera.

—En verdad que eres muy fuerte, hijo. Ni en mi mejor época podría igualar tu vigor —dijo Lord Warner sin poder contener su emoción por haber encontrado a un guerrero que lo superaba todos los atributos posibles. Aquel muchacho era joven, pero se expresaba como un auténtico señor de la guerra—. Solo debes derribarme y ganarás. A la larga sé que no puedo vencerte. Pero antes, déjame enseñarte algunas cosas…

Hercus se movió deprisa para detener la feroz acometida de Lord Warner, que lo atacaba con brusquedad y cuando él tenía oportunidad de embestirlo, refugiaba la integridad en el escudo rectangular. Así, hubo un intercambio de asalto y defensa que maravilló a los espectadores ante la pelea igualada de los dos rivales, que se movían en la plataforma de cristal, como gladiadores. Los dos ya estaban agitados y sudados por el enfrentamiento. El reloj de arena marcaba el final de las rondas y el inicio de otras. No fue hasta la quinta bandera, en la que Hercus realizó una estocada que hizo caer a Lord Warner, que estaba ya fatigado por el desgaste de energía. No solo se cansaba cuando atacaba, también cuando absorbía los impetuosos golpes de ese chico que parecía capaz de derribar un árbol de roble con los puños. La juventud era hermosa y privilegiada.

Hercus extendió su brazo para ayudar a levantar a Lord Warner del piso y esto lo aceptó con gusto. El noble alzó su mano derecha y con la que tenía libre lo señalaba, para mostrar que era el indiscutible ganador de su desafío.

—Eres increíble, hijo. Eres un maestro de la espada —dijo Lord Warner con sinceridad—. Tengo una hija que es de tu edad. Si buscas una esposa, pregunta por mí.

—Muchas gracias, Lord Warner —contestó Hercus, devolviéndole el gesto. Pero ya estaba casado y no tenía interés en tener más amantes. Solo necesitaba a una. Volvió la mirada a Heris que lo observaba desde la multitud y luego se despidió de su majestad, como era costumbre.

Entonces, por primera vez en todo el transcurso de los juegos de la gloria, que un noble de cualquier nivel le realizaba una reverencia a un plebeyo de marca negra. Lord Warner se retiró con una sonrisa, dejando al público atónito por su acto. Kenif, su compañero, fue el que cerró la fase y le ganó a su oponente, para hacerse paso en la semifinal. Más tarde se cerró el grupo de la princesa Hilianis, en las que avanzaron Sir Dalión y el príncipe Lars Wind. Los ocho estaban en la plataforma de cristal, para conocer las peleas de las semifinales. En los enormes espejos flotantes empezó a mostrarse la imagen de ellos y la primera que apareció fue la guerrera de las tierras del este, o, mejor dicho, de las costas.



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En el texto hay: romance, drama, realeza

Editado: 16.07.2024

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