En la interminable espesura del bosque, un joven de cabello largo avanzaba a pasos apresurados, su atuendo estaba manchado en sangre, al igual que parte de su rostro, sus ojos se notaban fríos y decepcionados. Bajó la mirada y observó a su brazo derecho, el cual temblaba como si estuviera presente en una intensa nevada, las yemas de sus dedos tocaban su palma, mientras las líneas negras se notaban opacas.
--Soy un monstruo --Dijo con dolor en su voz. Wityer negó con la cabeza, no estaba de acuerdo con las palabras de su compañero. Acercó su mano izquierda a su rostro y quitó la sangre en sus mejillas--. Esos pobres lobos. --Suspiró, el recuerdo de lo que había sucedido azotó su mente como las olas en una tormenta. Podía ver claramente los rostros de los pequeños lobeznos, aquellos con ojos tristes al ver a sus padres y familia siendo asesinados por las manos del humano.
Se acercó a un árbol y, con toda su fuerza reunida golpeó el duro tronco, dejando una enorme marca. Había matado a bestias en el pasado, pero todas ellas lo habían atacado primero, por lo que no estaba dispuesto a dudar en un combate, sin embargo, su acción con la manada de lobos fue completamente injustificable, la sed de sangre había brotado en su cuerpo y, al notar la energía de vida en aquellas siluetas cuadrúpedas, su mente se tornó borrosa, convirtiéndose en un huracán asesino, solo recuperando la cordura después de haber asesinado y extraído de sus cuerpos la dulce energía de muerte. Apretó su puño y quiso golpear otra vez, sin embargo, cuando estuvo a punto de hacerlo, sus ojos vislumbraron un cuerpo humano en la lejanía, por lo que olvidó su culpa momentáneamente y, se dirigió con rapidez a la persona a lo lejos. Talvez era la única excusa que tenía para dejar de sentirse como una víctima, o talvez deseaba compañía de su misma especie, ni el mismo sabía porque se había dirigido al humano tan rápido, pero al llegar, su expresión cambió, respiró profundo y quiso gritar.
En una de las gruesas ramas de un enorme árbol, se encontraba una soga sujetada y, en el anillo final de esa soga, una dama de armadura descansaba con una mirada decepcionada de la vida. Gustavo notó que en aquel cuerpo, la vida todavía no se extinguía, por lo que como un rayo, desenvainó su sable y, como un proyectil lo lanzó hacia la cuerda. El sable cortó la soga y se incrustó en el tronco del árbol. El cuerpo de la guerrera cayó al suelo como un pájaro sin alas, pero antes de siquiera tocarlo, Gustavo apareció y, aún con el dolor de su brazo derecho, soportó el peso de la dama y su armadura, la bajó con lentitud al suelo, mientras sus ojos la miraban. Era una mujer de cabello largo, pelirroja y de tez blanca, aunque ahora se notaba pálida por la mala circulación de su sangre.
--Despierta. --Dijo con un tono autoritario, mientras la preocupación aparecía en su rostro, podía sentir como la vida se iba extinguiendo lentamente del cuerpo de la dama, por lo que tenía que hacer algo rápido, o perdería la posibilidad de rescatarla. Maldijo en silencio y, con una fuerte determinación, extendió los dedos de su brazo derecho, mientras su energía pura salía de su cuerpo. Aquella sutil neblina azul transparente, se dirigió al cuerpo de la dama y lo cubrió como una manta--. Despierta --Dijo nuevamente. Wityer notó la extraña preocupación en su compañero, por lo que dio un paso adelante, acercándose al cuerpo dormido de la fémina y, con calma comenzó a lamer sus dedos, entregándole su propia energía. Gustavo sonrió levemente al notar el acto de su amigo, pero no interrumpió su propia acción.
La mujer abrió con lentitud sus ojos y, se sorprendió al instante al ver el rostro del joven, las manchas de sangre en su vestimenta, la hicieron temblar por dentro.
--¿Eres un subordinado del Dios de la muerte? --Preguntó con un tono complicado de descifrar, pues para ella, lo que ahora veía, aunque se parecía a su mundo anterior, era el abismo. Gustavo negó con la cabeza, talvez tenía algún vínculo con aquel Dios, pero algo estaba claro, no era su subordinado, o al menos no quería serlo.
--No...
--Entonces ¿Qué eres? ¿Consumirás mi esencia? --Preguntó. Gustavo la miró y, al no poder soportar más aquellos ojos llenos de miedo, respondió.
--No has muerto. --Dijo. La dama se sorprendió y al instante observó a sus alrededores, si el joven decía la verdad, el tumulto de tierra donde enterró su espada debía estar en el mismo lugar y, así era, se encontraba dónde mismo, al pie del árbol donde se colgó.
--¿Por qué sigo viva? --Preguntó desconcertada, mientras levantaba su torso, pero luego observó al joven a su lado, llegando a la única conclusión que podía pensar en el momento--. Tú me salvaste ¿No es así? --No había agradecimiento en su voz, ni respeto-- ¿Por qué lo hiciste? No tenías ningún derecho.
--La vida es un regalo --La miró de cerca--, no debes desperdiciarlo. --La dama frunció el ceño, mientras la furia se apoderaba de su corazón, quiso gritar y golpear al joven, pero su cuerpo estaba tan débil, que apenas si podía ponerse de pie.
--No debiste hacer eso... --Dijo con un tono lúgubre.
--Ya lo hice --Contestó Gustavo. Se colocó de pie y dio media vuelta--. Talvez me equivoqué al salvarte, o talvez era tu destino ser salvada --Dijo con un tono tranquilo--, pero eso lo descubriremos mientras vivas. No antes. --La dama quiso refutar aquellas palabras, pero tan pronto como notó el brazo oscurecido del joven, así como sus sutiles movimientos para soportar el dolor, se dio cuenta que algo más importante pasaba.
--¿Que fue lo que le pasó? --Preguntó curiosa.
--Acepté una maldición disfrazada de bendición. --Dijo.
--No soy una maga, pero aprendí a sentir las energías y, sé que lo que emana de tu brazo, es una energía oscura muy profunda.
--Es energía de muerte. --Gustavo volteó, observando a la guerrera. La dama tragó saliva, no podía describir que sentía al observar aquella densa oscuridad.