El hijo de Dios Vol. ii

Inesperado (2)

°°°
  Entre los poderosos estruendos de la batalla, un hombre con un fusil en mano, lideraba a un pequeño grupo de jóvenes, quienes mantenían miradas serias, dignas de respeto.

  --Gustavo.

Un joven de mirada simple volteó enseguida al escuchar el tono familiar de voz.

  --Héctor. --Sonrió inmediatamente, acercándose para saludar.

  --¿Por qué me dejaste morir? --Preguntó, mientras su rostro se tornaba pálido y la sangre comenzaba a aparecer de varias partes de su cuerpo.

  --¡Héctor! --Gritó el joven con la voz adolorida, acercando su mano para evitar que cayera su gran amigo.

  --¿Por qué lo hiciste? --Preguntó, traicionado y, con una mirada de decepción.

  --Por favor, no digas eso. --Negó con la cabeza, pero tan pronto como lo hizo, notó que su brazo derecho estaba cubierto de sangre, sangre que se derramaba desde el cuchillo que había clavado en el cuerpo de su gran amigo.

  --Tú me mataste.

  --No. --Quitó rápidamente su mano con miedo y, negó con la cabeza. Sus ojos se estaban cubriendo ligeramente con un líquido transparente.

  --Tú lo hiciste.

  --No --Una lágrima resbaló por su mejilla--. No --Siguió negando, enloquecido y, con el dolor desbordándose de su corazón--. ¡Noo!

El paisaje cambió, cubriéndose de un negro tan oscuro como el propio abismo. Debajo, en el territorio de los mamíferos, un joven caminaba a pasos lentos, perdido y, con una mirada sin vida. Podía escuchar un ligero tintineo proveniente de la lejanía, muy similar al sonido de un cascabel. Podía observar como pequeñas sombras se deslizaban por el suelo color azabache, rozando su cuerpo. El caminaba en la misma dirección que aquellas sombras, a pasos lentos y tambaleantes. Cayó de rodillas ante una lápida: "Gustavo Montes, el hombre que lo perdió todo y no ganó nada", se encontraba escrito  como epitafio.

  --El hombre que lo perdió todo --Dijo repentinamente, mientras una sonrisa insípida florecía en su rostro--, creo que no hay nada más cierto que eso --Volteó al cielo y, no pudo apreciar nada más que oscuridad--. Al menos ya terminó. --Cerró los ojos y, se dejó caer de espaldas al suelo.

"DEMUESTRA QUE ERES DIGNO"
°°°

  --¡¿Qué?!

Levantó su torso de golpe, abrió los ojos, percatándose que aún no había muerto, su corazón estaba agitado, al igual que su respiración, mientras el sudor cubría todo su cuerpo.

  --No te muevas demasiado, has perdido mucha sangre. --Dijo un hombre en la lejanía, de tono calmo y cálido.

Cerró y abrió los ojos un par de veces, tratando de aclimatarse a la iluminación y, cuando lo hizo, se percató que frente a él, se encontraban cinco siluetas, tres mujeres y dos hombres, que estaban sentados alrededor de una fogata.

  --¿Quienes son? --Preguntó con un poco de dificultad, todavía estaba débil y, parecía que pasaría algo de tiempo para que se recuperará por "completo".

  --Otras personas dirían "gracias". --Mencionó la mujer con la espada sobre su regazo.

El hombre de tono cálido sonrió, volteando para mirar al joven que acababa de escapar de las garras de la muerte.

  --Vamos Ley --El hombre miró a su compañera--, el joven casi muere en este maldito lugar, es algo lógico que sienta curiosidad por nosotros --Se levantó, agarrando una taza de madera con un líquido en ella, dio media vuelta y, se dirigió ante el joven, colocándose de cuclillas frente a él--. Somos aventureros, joven amigo --Gustavo entrecerró los ojos, el término de "aventurero" lo había escuchado hace mucho tiempo, pero no recordaba en dónde había sido y, tampoco recordaba lo que significaba--, ahora bebe, o te será difícil levantarte más tarde. --Acercó la taza.

  --¿Qué es? --Preguntó con inocencia, casi por instinto. Aunque las personas alrededor de la fogata no lo interpretaron así, habían sentido que desconfiaba de la amabilidad de su compañero y, eso era un insulto para ellos. El hombre lo miró, respondiendo con una sonrisa amable.

  --Es una bebida de hierbas, talvez no es mi obra maestra, pero estoy seguro que servirá.

Gustavo asintió y, al cabo de un par de segundos, optó por tomar el líquido de la taza, bebiéndolo por completo. En un instante sintió como la energía de la naturaleza revitalizaba todo su cuerpo, sus ojos se abrieron por la sorpresa, por lo que rápidamente expresó sus agradecimientos con un ademán de cabeza y una palabra.

  --Gracias. --Dijo.

  --No te preocupes, joven amigo, cualquiera hubiera hecho lo que yo hice. --Dijo con una sonrisa.

  --No cualquiera --Expresó Ley con el ceño fruncido. Se volteó, levantándose lentamente y, mirando de manera afilada al joven--. Así que dinos, joven desconocido ¿Qué hace una persona como tú, en un lugar como este?

  --¿Una persona como yo? --No entendió la pregunta.

  --Alguien débil y, con un arma de quinta clase. --Dijo Ley, sin emoción en su voz. Gustavo la miró y, rápidamente se percató que su arma no se encontraba en su vaina, por lo que pensó lo peor.

  --Tú sable está allá. --Señaló el hombre de mirada amable con su índice, justo en el lugar donde se encontraba su equipamiento, había notado la ligera preocupación en los ojos del joven, por lo que quería evitar que tuviera tales pensamientos.

Gustavo guió sus ojos a dónde le fue apuntando y, cuando notó la hoja azulada sintió un leve alivió, debía recordar que aquel sable no era cualquier arma, se trataba del Amigo de los Dioses, por lo que no se podía permitir perderla.

  --Gracias. --Volvió a agradecer y, aunque tuvo ganas de ir a por ella antes de que algo malo pasara, desistió, sabía que no era el momento indicado.

  --No debes agradecer, conocemos lo que significa el arma para un guerrero --Su mirada fue enviada a Ley, quién prefirió voltear para otro lado--, así que estate tranquilo. --Gustavo asintió.

  --Aun no respondes mi pregunta ¿Qué haces aquí? --Ley volvió a mirarlo.



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En el texto hay: amor, honor, batalla

Editado: 16.03.2022

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