Es la hora en que la noche deja de ser noche, pero tampoco parece de día. Las ranuras de la ventana permiten que las plateadas cortinas de la luna se incorporen dentro de la habitación iluminando levemente mi silueta, me dispongo a abrirla un poco más para que la ranura se expanda y la luz entre con más fuerza, mientras tanto, él está dormido de lado, reposando la adónica masa muscular de su cuerpo sobre la desaliñada cama que ninguno de los dos tendió en la mañana al despertar, tal parece que el desorden no suele incomodarle, muy típico de los varones con los que he coincidido, aunque indudablemente es el único, ambos lo somos el uno para el otro. Le contemplo en el absoluto silencio que requieren las personas dormidas, admirando esa naturalidad tan despreocupada, tan placida y serena, tan lejos y tan cerca de la vida, ese punto medio que sugiere ser el plano onírico. De repente un pequeño movimiento en su brazo izquierdo denota que algo le ha agitado desde el otro mundo, ese de los sueños, quizá sea solo un instante de recelo, pero la agitación no merma, al contrario, se acrecienta. Sigo impávida esperando lo que sigue, si despierta o se apaciguan sus pesadillas, él hace un movimiento brusco y queda boca arriba, el sudor ha recorrido con rapidez su frente y tal parece que el calor le hace abrir los ojos, o quizá las pesadillas no se detuvieron. Ya despierto, se incorpora y me mira con espanto.
— ¿Qué haces parada en la ventana, amor? ¿No has podido dormir?
— Intento vislumbrar la luna, está muy bonita la noche, todo ese paisaje oscuro adornado con el satélite y sus compañeras las estrellas, ¡Imperdible!
— Entiendo, amor, pero ya ven a la cama, no te desveles demasiado.
— Tengo una mejor idea. —desato el mecanismo que lo abrocha, me saco el sostén por el costado de la blusa y lo tiro a un lado del suelo.
— ¿Eso es una invitación? —se muerde el labio inferior y me mira con deseo.
— ¿Tú qué crees? —me pongo en cuatro patas como un animal salvaje acechando a su presa y me acerco lentamente a la cama.
— Ven acá mi gatita. —balbucea y se acomoda en la cama quedando sentado.
— Ya voy llegando, ¡Miau!
— Ven amor, ven que te deseo. —sus ojos tienen ese brillo de lujuria.
Llego a la parte baja de la cama y me subo aún en cuatro patas, le toco sus pies con mi nariz, respirando profundamente, luego subo por el derecho, recorriendo su pierna diestra, toco con la punta de mi nariz su miembro, noto como sus vellos se van erizando, pero aún es muy pronto así que sigo mi recorrido, subo a su abdomen y me deleitó en sus bíceps con mi olfato, sin duda esto me excita, su olor a macho, a semental, me pone. Asciendo aún más arriba y quedo en cuclillas con la cabeza en su torso, ese pecho hinchado producto de horas de gimnasio y esas tetillas que provocan pellizcarlas. Él toma con sus manos mi cabeza y con un sutil movimiento dirige mi campo de visión hacia su cara, lo miro con detenimiento y puedo ver el fuego en sus pupilas, ese resplandor ígneo consumiéndose por la pasión, nos quedamos mirando y él se abalanza sobre mí, su boca colisiona con la mía, toda esa contención explotó en nuestros labios, en un beso desenfrenado descargamos nuestra necesidad del uno por el otro, nuestras lenguas se buscan, se encuentran, se entrelazan, no nos queremos despegar ni por un momento, nuestros labios parecen adheridos, mezclándose con más y más fuerza. Su mano se mete por debajo de mi blusa, buscando con desespero mis senos, llega hasta ellos y mueve su mano indeciso, sin saber con cual quedarse y queriendo hacerlo con los dos al tiempo, empieza con el derecho, con la palma abierta lo acaricia de arriba a bajo y ahora en círculos, alza su mano y coloca ahora su dedo índice en mi pezón que ya está duro, ambos lo están, él comienza a delinear el borde con su dedo y yo me estremezco del placer y el mete su otra mano y coge el pezón libre realiza los mismos movimientos como con el anterior y reúne los dedos índice y pulgar de ambas manos, rodeando entre si a los dos pezones, dos por cada pezón, la fricción de los dedos en ellos recrea como una tuerca enroscándose, los siento cada vez más erectos, y abajo ha empezado a humedecer. Saca la mano derecha de debajo de mi blusa y la baja hasta mi entrepierna, parece que supiera que ya estoy mojada. Dobla mis pantaletas hacia un costado y con el dedo libre palpa mi clítoris con suavidad, gestiona movimientos leves de forma circular, mientras yo sigo derritiéndome, él pone su boca en mi cuello y lo lame y chupa con dedicación, ahora besa mi barbilla para llegar nuevamente a mi boca. Siento como su dedo desciende hasta el orificio de mi sexo, lo ingresa suavemente y lo saca, una y otra vez y cada vez acelera un poco más, yo jadeo y el detiene mi aliento en su boca, sus manos siguen en mi seno y en mi sexo, las saca y con desespero quita mi blusa y yo su bóxer que era lo único que traía puesto, hecho esto baja mi diminuto pantalón de dormir y de una sola tirada salen también las pantaletas junto con el. Ya desnudos me gira hasta dejarme boca arriba y el se monta encima de mí, se hace espacio con sus manos entre el colchón y mi espalda, quedando sus manos en mi cintura, apegándome hacia él, me atrae con fuerza y logro ver su miembro tan elevado que casi le roza el vientre de lo duro que se puso, lo tomo con mis manos y me lo introduzco en el orificio vaginal, él me baja a besarme, con tanta pasión como al principio, jala mi lengua y la succiona, , desciende hasta mi cuello rodando su lengua hasta llegar a mis senos, llenándose la boca con cada uno de ellos, tocando son la punta de su lengua mis pezones e inspeccionando que lo viera realizar la proeza, mientras yo dejo escapar un pequeño gemido. Sube nuevamente y siento un apretón dentro de mi, ya logró instalar su órgano en mi interior y empieza a tirar y contraer una y otra vez, ayudándose con el movimiento que hacen sus manos en mi cintura, libera una mano y la instala en mis senos, toca el izquierdo, el derecho, abre la palma, los acaricia con furia, mientras me embiste con más fuerza y dejo escapar otro quejido, pero está vez más agudo y prolongado. La boca se me agua, las piernas me tiemblan y la humedad en mi intimidad ha aumentado. Él sigue con constancia entrando y saliendo de mí. Su espalda se arquea y blanquea los ojos a la vez que disminuye su ímpetu, deja salir un gemido, sale de mí y se recuesta a mi lado para fundirme en sus brazos.