Herk.
—¿Por qué rompieron la sexta regla? —miré a las dos chicas sentadas frente a mí.
Estábamos en la lavandería, sentados en el suelo. Casi ninguno de los niños sabe dónde queda, y noté que ellas eran parte de esos al ver sus caras de confusión al traerlas.
La lavandería es como el sótano ya que está bajo la casa.
—Curiosidad —Ash se encogió de hombros mientras que Georgia me miraba con alegría.
—¿Por qué estás tan alegre Georgia? —apartó la mirada de inmediato.
—Perdón, es que me alegra que hayas salido de tu cuarto y enterrado a Azola —sabía que me había extrañado.
—Saben que tendré que castigarlas ¿No? —aseguré, cambiando de tema. Ellas asintieron.
—Lo sentimos mucho Herk, no sabíamos el porqué de la regla y por eso salimos... — Georgia miraba el piso, jugando con sus dedos.
Ash era la única que me miraba.
—¿Quién es él? —preguntó, su expresión era de confusión.
—¿Quien? —me hice el tonto, mirándola a los ojos. No quería responderle esa pregunta, no tenían porqué saber de él.
—Sabes de quien habló Herk... —se rasco debajo de la oreja, tratando de no sonar exigente —. La figura que vimos... ¿Quién es? ¿Por qué nos iba a atacar?
No dije nada. No tenía porqué decirle algo, nunca había hablado de él con nadie aunque lo hubieran visto. Aunque esta era la primera vez que alguien más que yo lo ve, o al menos su silueta.
Nos quedamos en silencio unos minutos, Ash me miraba con intriga, sabía que no le iba a decir nada pero eso no la detendría de hacer más preguntas en otro momento. Georgia seguía en la misma posición, de vez en cuando levantaba la mirada hacia mí y hacia Ash por unos segundos.
—Su castigo será lavar la ropa de todos por un mes —manifesté fríamente rompiendo el silencio.
Georgia dejo sus dedos quietos y alzó la cabeza inmediatamente con los ojos abiertos de par en par, Ash solo abrió la boca sorprendida.
—¿Por...? —Ash iba a hablar, pero la interrumpí.
—Sin protestas —mi voz seguía sonando fría y me atrevo a decir que también un poco aterradora por sus expresiones—, no me obliguen a agregar que limpien toda la casa también —no dijeron nada, solo asintieron bajando la cabeza—. Desde hoy vendrán aquí todas las tardes después de almorzar y no saldrán ni tendrán cena hasta que cada prenda esté limpia —volvieron a asentir.
Me levanté del suelo dirigiéndome hacia la puerta.
Ser duro con mis niños no es fácil, pero tengo que enseñarles que cada acción tiene sus consecuencias.
Dependiendo de lo que hubieran hecho el castigo lo igualaba o superaba. De todos modos estos les iban a servir para la vida diaria.
Limpiar, lavar, fregar, ayudarme en la cocina... Esos eran algunos de los castigos que les ponía.
Y aunque la cocina solo la pudiera manejar yo, les ponía una tarea dependiendo de su edad. Picar, rayar, servir la comida... A veces hasta hacían ensalada. Algunos nunca consideraron un castigo que los pusiera en la cocina.
Para que aprendieran a cocinar les preguntaba qué tenía que hacer dependiendo de lo que me hubieran visto cocinar, alegrándome mucho cuando me lo decían y dándoles una recompensa siempre.
Agrega más sal.
Ponlo a fuego lento.
¡Casi se quema!
Sigue crudo...
Perfecto.
¡Delicioso!
Creo que se nos pasó un poco.
¡Me encanta cocinar! Por cierto, le falta ajo.
Tendré que hacer que me castigues más seguido.
Esas eran algunas de las muchísimas cosas que me dijeron mis niños, y aunque no pudieran tocar la estufa, aprendieron a cocinar e incluso hubo unos cuantos que quisieron ser chefs. No todos fueron buenos en la cocina de inmediato o incluso después de un tiempo, pero los ayudaba a aprender así no les gustara.
Al llegar a la sala todos me miraron, unos formaron una "o" con la boca, algunos sonrieron y otros sólo se quedaron paralizados.
Antes de que pudiera darme cuenta todos en la sala corrieron hacia mi gritando y abrazándome.
—Te extrañé mucho, Herk.
—¡No vuelvas a irte así!
—Pensé que no saldrías nunca.
—¡No nos vuelvas a dejar!
Me decían muchas cosas a la vez, tantas que apenas entendía algunas.
Tanto ruido hicieron que los que estaban en los demás pisos bajaron para saber que era lo que pasaba, al verme se unieron al abrazo. Quise abrazarlos también pero tenían atrapados mis brazos, mis manos formadas en un puño para no lastimar a nadie con mis dedos.
Lágrimas llegaron a mis ojos pero no las dejé salir, mis niños... los había extrañado tanto.
Deje ver mi boca formada en una sonrisa enorme, tal vez no era la más bonita y se viera más aterradora que cualquier otra cosa, pero ellos conocían la razón de ella, la razón por la cual sonreía tan ampliamente mostrando mis afilados dientes.
Ellos eran la razón de mi sonrisa, de que siguiera con vida después de tantos siglos, que siguiera ayudando niños a pesar de todo lo que dicen y hacen los humanos, que me esforzara cada día más por cuidar tantos niños y niñas.
Ellos eran la razón de todo.
Los que estaban aquí conmigo, abrazándome.
Y los que lo iban a hacer en el futuro.
Para mí, todo eran ellos.
Daría mi vida por cada uno si fuera necesario.
Que hicieran conmigo cualquier cosa con tal de que ellos no tengan nada de que preocuparse nunca más.
¿Los quería más que a mí bosque?
Tal vez, no sabría responder con seguridad.
Pero lo que si puedo asegurar es todo el amor que siento por cada uno de ellos.
Y todo el amor que ellos sienten por mí.
Editado: 07.07.2023