El Dr. Leonard Hopkins, acabando su reunión pasó buscando a su esposa y juntos, sin nadie que los acompañara esa tarde, se fueron a su hogar. Esperando encontrar una casa limpia y ordenada, entraron con una sonrisa destellante como las estrellas de la noche, dispuestos a disfrutar en familia la felicidad de una pequeña celebración. Más fue la sorpresa, la desesperación y el miedo que tuvieron en ese instante al ver a su hijo (su único hijo) tirado en el suelo con sangre saliendole de la pierna y una palidez abrumadora en su rostro.
Un grito de pavor hizo retumbar la casa, debido a la sorpresa de presenciar tan horrible escena. El desmayo fue inmediato para la sra. Gisel Hopkins, mientras que el Dr. Leonard, solo y como hombre, se encargó de tomar cartas en el asunto. Primero acostó a su esposa en el mueble, y acto seguido metió a su hijo al laboratorio para hacerle los respectivos análisis. No sin antes darse cuenta del súbito escape de los insectos. Aplicó primeros auxilios en la herida de su hijo y corrió a recoger a los insectos hematófagos. Con una aspiradora, se encargó de recuperarlos a todos en tan solo treinta minutos. Y al haber atrapado a sus creaciones, fue con su hijo, enfermo y herido.
-Hijo... Jay, ¿me escuchas? Responde si me escuchas por favor... -decía el Dr. Leonard con gran desesperación.
La mirada de Jay, con los ojos entreabiertos y perdidos en el horizonte destilaban lecho de muerte y terror. Pero al cabo de un rato, luego de suministrarle suero y desinfectar la herida, Jay despertó.
-Papá... me picó... la pulga... -decía Jay con sus alientos pobres, dando suspiros entrecortados.
-Calma hijo, calma, todo estará bien, lo prometo, todo estará bien.
La madre de Jay despertó y corrió al laboratorio para informarse sobre la situación de su hijo. Muy preocupada por él, insultaba a su esposo por no haber creado un lugar más seguro para las pulgas. Mientras que él sólo quería despertar a su hijo.
Y así pasaron semanas, con Jay en estado comatoso, con veneno de una pulga genéticamente modificada en la sangre. Y los meses se fueron. El Padre de Jay había mandado una nota a la escuela para decir que Jay estaba enfermo. No lo llevaron al hospital porque no podían permitir que el gobierno se enterara de este accidente. Todo se manejo en el laboratorio del Dr. Leonard Hopkins. Ahora el destino de Jay era incierto. ¿Acaso iba a morir? ¿Desarrollaría poderes especiales? ¿Se descubriría una nueva enfermedad? La angustia y el dolor de unos padres llegó al máximo esos meses.