El viento ondeaba fuerte moviendo mi cabellera al son del canto de las ramas de los árboles agitando sus hermosas hojas verdes, parecían estar alentándome a entrar a la casa del señor Somper.
El señor Somper fue mi vecino durante trece años de vida, era muy agradable, siempre me regalaba dulces y me dejaba pasar a su jardín para jugar con los juguetes que tenía allí, eran de sus nietos, pero ellos nunca venían a verlos. Mis papás siempre estaban trabajando así que él se convirtió en la figura más importante en mi niñez, al tal punto que le comencé a llamar "abuelo" de cariño. El día de su partida me rompió el corazón, mi mundo acabó a muy temprana edad, mis padres no me permitieron ir a verlo, solo fui capaz de ver esas luces que se llevaron a mi abuelo y nunca más me lo regresaron. La iglesia fue de mucha ayuda en aquel momento, recé para que Dios le haya dado el lugar que él merecía, a lado suyo.
Mis pasos me guiaron al comedor, entré sin problema ya que la casa estaba descuidada, sus hijos no la quisieron cuidar ni vender, simplemente la dejaron estar y hoy esta irreconocible. Con los ojos llenos de lágrimas subí las escaleras hasta la habitación de él, donde pasé algunas tardes mirando dibujos, solo esa tele andaba en la casa, las demás eran de decorado. Sobre la mesa de luz a lado de su cama había una gafa de sol tipo aviador, las que siempre usaba cuando salía, estaban como la última vez que la usó. Las tomé y partí a mi casa, mi esposa y mis hijos me esperaban para la comida.
El despertador como siempre sonó a las seis de la mañana, el horario perfecto para disfrutar de la soledad. Besé a mi esposa en su hermosa cabellera, y fui directo a preparar café ya que sin ese néctar mi mañana no arranca. Pasé por la habitación que compartían mis niños, como siempre, puerta entreabierta y con su velador encendido, aun le temían a la oscuridad, no los culpo, yo también le temo.
Con el primer sorbo mi mañana mejoró, con el segundo ya estaba preparado para irme trabajar. Abrí el refri para guardar la leche que con anterioridad había sacado, antes de cerrar la puerta vi las sobras de la cena y mi apetito apareció. Aun había quedado un pedazo de carne roja sin hacer, así que me dispuse a saltearla con un poco de verduras para llevar de almuerzo.
Con el traje puesto, agarro mi maletín y voy hasta la mesa de la cocina donde está sentada mi familia, saludo a mi esposa besándola y a los niños, no, a uno solamente, a mi niña, él otro debe de estar en el baño aún.
Sonriendo va hacia el baño para poder despedirse de su pequeño, pero al llegar se percata de que no hay nadie, y tampoco en la habitación, cuando estaba por llamar a la policía escuchó un ruido proveniente del sótano, estaba todo muy oscuro para él, así que decide sacarse las gafas de sol haciendo caso omiso a esa voz en su cabeza.
Cuando su vista logro acomodarse al espacio en donde estaba, vio unas cadenas rodeando el pie de su pequeño. Él niño estaba acostado sobre un colchón sucio, sin ropa, con moretones y con los ojos llenos de miedo fijos en él, su padre. Con evidente preocupación por su hijo, se fue acercando a él hasta que el señor Somper se interpuso en su camino.
— Te presento a mi malcriado, está aquí porque se portó mal.
Le agarró del brazo y le miró a los ojos.
— Te vas a portar bien si no quieres acabar como él.
Confundido vio a su hijo asustado mirándolo solo a él, como si el señor Somper no estuviera ahí, y no estaba, era imposible ser capaz de ver un muerto, al menos hasta ahora.
— Ven, mi niño, vamos a comer un poco de carne roja y subiremos a ver los dibujos.
— ¿La que sabe a cerdo?
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