Un cuerpo es lanzado a toda velocidad golpeándose en cada parte de las profundidades de las paredes. Rostros tumultuosos que se acercan queriendo escapar de esas mazmorras de cemento. Una multitud de ojos se abren y cierran. El grito de miedo de aquel hombre es catastrófico. Este abre su boca y algo parece que traga al ser humano asustado. Una boca inmensa con dientes que rompen sus huesos, desgarran su carne. Y el dolor es intenso, y la caída continúa y no cesa. Una y otra vez es arrojado del pozo donde se adentró y esos ojos lo ven todo, y lo memorizan. Instante en tiempo, se abren gigantes labios que sonríen soberbios, y ríen con sarcasmos. Y un final llega hasta golpear su cabeza contra el asfalto, estallando esta y esparciendo la sangre que viaja en ríos interminables hasta el candente elemento de una lava volcánica.
Era un muerto. Al mínimo gesto de un despertar, se toma con la palma de la mano la cabeza como queriendo acomodar el dolor interno, algo sin aviso previo arponea sus piernas clavando ambos gemelos, y lo lleva arrastrándolo por un camino de maleza con púas que cortan de a poco la piel del doctor, este retoma el alarido de la agonía (aquel que resuena en un sufrimiento). Sus captores eran dos seres amorfos en aquel adyacente emblema de tinieblas. Nuevamente pierde el conocimiento un ser desdichado por las torturas. Y nuevamente despierta, y lo primero que ve es un reloj de arena a su lado, otro y otro, y otro; y su cuerpo en un enorme espiral que gira. Los relojes se levantan y vuelan por los aires, y este se siente abrumado. Toda la habitación gira alrededor suyo. Este se incorpora y camina hasta una puerta que al abrirla conlleva a una escalera que desciende. Y al llegar al último escalón otra escalera y otra. Aquí nunca se ha de descender tan abajo como en ese lugar oscuro. Otra puerta que desemboca en una cueva de hielo. Un hombre crucificado, y otro casi moribundo en el piso de la tierra helada. Lo ven, y éste imagina una historia que ya ha sido contada. El hombre pide auxilio, y alcanza con su mano helada su tobillo. Era Vespasiano. Leónidas, se arrodilla a tratar de tomarlo del cuello, y ayudarlo; pero éste se desvanece en arena, y el viento se lo lleva todo. La cueva comienza a descongelar sus hielos; una bocana de fuego y gas, ingresan por orificios haciendo que este estalle. El doctor sin poder movilizarse comprueba como su cuerpo se desintegra, y desaparece.
- ¡Despierte doctor!, ya es tiempo de terminar el asunto. – clama la voz -
- ¿Quién es? – semi acongojado y sin reconocerse expresa Leónidas
- Soy el elemento que le indicada las condiciones – advierte un ser de capa negra y capucha.
- ¿Quién? - se atreve a cantar el doctor
- Solo un heraldo de su majestad quien indicara ciertas condiciones
- ¿Por qué?
- Es solo una cuestión procesal y formal. Aquí, aunque no lo parezca hay reglas que deben cumplirse. Pocas son ellas. Todo el universo está plagado de ellas. Nadie es libre en los anaqueles de la anarquía.
- ¿Cuáles son?, ¿y por qué?
- Alguien ha aceptado la defensa, a costa de un pago sublime y generoso. Alguien tiene un cuerpo óptimo para desfallecer en la lepra que lo invade –
El doctor chequeó que sus llagas cada vez eran más prominentes.
- Le indicaré las formalidades que solemos tener en los juicios. Le advierto que solo una vez explicaré las reglas.
- Bien, lo entiendo.
- Es preciso tener presente los términos que son los siguientes: 1 – El juicio es oral y en parte escrito.
2 – el juicio se llevara a cabo por un jurado imparcial. Jurado seleccionado a razón de determinados elementos que hacen a la naturaleza.
3- Los jueces del efímero infierno decidirán imparcialmente.
- ¿Quién es el que acusa?
- Señor eso no se pregunta, fíjese donde se encuentra. Lo sabe bien
- ¿El diablo mismo?
- A sus órdenes.
- ¿Y todo este vericueto a favor de ustedes?
- Descuide, la ley existe, y arriba se aplica también. Y ellos, verifican que aquí sean cautos y sensatos a la hora de juzgar. No tendrá ninguna trampa, ni desventajas por el hecho de que usted está aquí.
- ¿Cuándo será?
- ¡Pronto!, mientras descanse y regocíjese a los placeres.
El demonio, indica con el dedo índice; una mujer fantasmagóricamente sensual materializa su piel en la carne de letrado, besa el cuello de este como un aire de perfume jazmín. Era una dama de pelo negro y ojos marrones; exuberantes de cuerpo. Ella totalmente libre de ropa comienza a moverse como serpiente, cual desnuda, quitándole las prendas al doctor, y lo toma empujándolo al suelo. Ella posiciona con su mano el pene y lo introduce en su vagina y poco a poco comienza a cabalgar como sedienta. El demonio ríe y cita: mejor dejarlos en el dolor del placer. La mujer tiene un sexo pleno con aquel hombre que la desea, y la posee como suya y la coloca en posición de un animal salvaje como una perra en celo para copular insaciablemente. Ella grita de dolor vaginal, después anal, y en un respiro, ella se incorpora, y retoma su labor con el pene de Leónidas erecto, y lo introduce en su boca lamiéndolo suavemente. Con su mano derecha lo masturba, y el hombre arroja todo su semen en la boca de aquel demonio vestido de mujer. Luego el hombre desfallece en el suelo.
El acto sexual ha terminado. El doctor despierta en una habitación. Todo había pasado. El sexo, la mujer, y un apetito carnal. Estaba vestido, y se sentía aliviado. Sus energías listas para ponerse en aquel proyecto. Su despacho con papeles, y una taza de café preparados. Observó todo alrededor, y cayó en sí de que ya era hora. Era preciso concentrarse. Era un caso difícil y había que estudiar como en los albores del infierno. Su mente estaba vacía.