Estabas en el monte santo de Dios,
caminabas entre piedras de fuego.
Layla volvió a su puesto en la cúpula. A diferencia de los ángeles que brindaban obras de teatro en la abadía, no era buena en la actuación. Sus mejillas seguían rojas como manzanas. A pesar de que Lucifer fue su andadera hasta que emprendieron vuelo, esforzándose en enseñarle a caminar con el conocimiento de lo que se sentía ser amado, vulnerable y dichoso a la vez, sus piernas seguían temblando bajo el vestido de gaza que cubría su delicada figura. Le agradaba su inseguridad. Lo llenaba de satisfacción saberse el poseedor de su mente, pero su instinto de ángel guardián le gritaba una y otra vez que su ambición de ella la llevaría a la destrucción total.
Ella era inocente. Su labor era hacer feliz al prójimo con su voz, no pensar en juicios, guerras y política. Actuaba manipulada por él, quién se suponía que era merecedor de su ciega confianza, sin detenerse a pensar. Lucifer no era consciente de ello, pues de haberlo hecho se habría dado cuenta que el solo pretender ocultar sus actos a Dios era pecado y que el actuar sin saber si la acción iba en contra de las leyes celestiales o no era un hecho merecedor de su furia, ya que atentaba directamente contra la credibilidad misma de la fe y la fidelidad de sus supuestos seguidores más cercanos.
Sin que Layla se diera cuenta, ya eran pecadores.
Los tronos, específicamente los que estaban sentados más cerca de Dios, fueron quiénes le hicieron saber su nueva condición de apóstata. Ya que los tronos eran un reflejo de lo que Dios pensaba, él fue el primero de los dos en recibir castigo. Lo hizo de la peor forma entre todas: con la indiferencia.
─Daffodils ─pronunció con dulzura el nombre de uno de ellos─. ¿Hay alguna nueva tarea para mí? He estado desaparecido por circunstancias ajenas a mi voluntad.
─Eso no es lo que el Señor cree.
─¿A qué te refieres?
─Ya no eres más nuestro querubín, Lucifer. Has sido añadido a las tropas del arcángel Miguel, leal a nuestro Dios, quién se encargará a partir de ahora de la aurora. ─Vio con cariño a Layla─. No la corromperás más. Fue un error hacer que la acompañaras durante tanto tiempo. Por eso los exculpamos, ofreciéndoles más que el perdón la vida. Fuimos nosotros los que los situamos en esta situación. Pero sobre todo, hermano, porque sabemos que separándote de ella sufrirás más que arrancándote las alas. ─Los ojos del ophanim pasaron de azules a luminiscentes. Lucifer supo con quién hablaba entonces─. Si asumes tu nuevo puesto con humildad y apaciguas tu necesidad de Layla, prometo ascenderte a tu posición de príncipe. Aunque no te la haya dado personalmente, te la ganaste en los corazones los ángeles y ni siquiera yo tengo la potestad para borrarte de ellos.
Lucifer apretó los puños a ambos lados de su cuerpo, pero no le quedó más remedio que agachar la mirada y aceptar el veredicto─. ¿Qué le harás a ella?
─Nada. ─La voz del trono era sobrenaturalmente plana─. No cometieron un pecado al hacer lo que hicieron, Lucifer, lo cometieron a actuar a mis espaldas. Si no se tratara de Layla, sino de otro ángel, y te hubieras acercado... habría alumbrado tu camino de regreso a la pureza. Entiende que aunque no sea un acto condenado, yo no los creé para amarse de esta forma. Lo hice para...
Ahí Lucifer, inconsciente de sus palabras, decidió dejarse llevar por la furia y no medirlas en lo absoluto─. No. No lo hiciste. Nos creaste con el único propósito de amarte, ¿no es así? ─Juntó y separó los dedos como un combatiente conteniéndose frente a su peor enemigo. En algún punto durante la conversación, Dios en el cuerpo de Daffodils los hizo desaparecer de la cúpula y ahora estaban a solas en un campo de colinas, yerba verde y rayos de sol─. ¿Harás lo mismo con los humanos? ¿Los crearás para condenarlos a ignorar otras clases de amor para servirte a ti?
Daffodils meditó dos largos segundos, contemplando el horizonte, antes de responder─: No, Luzbel, no crearé a los hombres para que me amen sin contemplaciones. ─Su mirada carente de emoción adoptó un matiz triste que se fue en un parpadear. El príncipe caído creyó que había sido su imaginación porque Dios no se rebajaba a las emociones, el ser omnisciente estaba por encima de ellas, pero sí existió─. Los crearé para que me amen libremente. Quiero que ellos tengan la opción de amarme o no hacerlo.
─¿Por qué?
─¿Por qué? ─Su tono fue burlón─. ¿En serio me lo preguntas? Sé que estás confundido con respecto a lo que sientes. Yo mismo lo estoy. Se supone que tú no debías amarla. Que tú no puedes... pero ya conoces mi propósito, Lucifer, que no es otro que sentir lo que tú sentiste con Layla: amor incondicional. No del que arrebatas o induces, sino del que nace sin condición. Mis humanos, porque me amen o no todos serán míos hasta que ellos mismos decidan lo contrario, tendrán libre albedrío.
#88 en Paranormal
#30 en Mística
#715 en Fantasía
#474 en Personajes sobrenaturales
angelescaidos romance, fantasia sobrenatural traicion condenados, romance amor odio
Editado: 28.01.2019