El infierno empezó contigo

OCTAVO:

Por la multitud de tus culpas (...)

has profanado tus santuarios.

 

Layla tardó tanto en llegar que Lucifer pudo ambientar la estancia para el momento. Un lecho con dosel y flores de lavanda estaba en medio del salón, alumbrado tenuemente con el brillo de las velas con olor a vainilla esparcidas al azar en el piso. Mientras lo preparaba la anticipación de imitar lo que había visto en la mente de Samael, puesto que había sido un intercambio mutuo, lo llevó a esperarla desnudo y listo para la acción junto al umbral. Así cuando Layla llegó pudo saltarle encima, opacar su preocupación y tomarla con la guardia baja para hacer lo que quería: desgarrar aquel vestido que lo volvía loco por la forma en la que lo seducía al moverse en cada movimiento, tomarla en brazos y llevarlos a ambos a un sitio más cómodo.

─¡Lucifer! ─protestó ella mientras re removía sobre las mantas.

─Layla... ─ronroneó─. Estoy a punto de dividir el cielo por ti, caelo, podría morir.

Los preciosos ojos del serafín se llenaron de lágrimas─. Mi corde...

Aquella afirmación de que Lucifer podría desaparecer en cualquier instante le pegó a ambos. Más a Layla que nunca se resignaría a la idea de perderlo. Esa era la cuestión entre los verdaderos amantes: uno podía sacrificarse por el otro, pero el otro siempre vería insoportable la idea del uno arriesgándose por él. A Layla, aunque no lo enseñara, la idea de perderlo le causaba la misma desesperación que movía a Lucifer. Cuando le comunicaron que Miguel era su nuevo guardián, poco le había faltado para hacer una pataleta. Su único ángel era él.

Y ella era la única para él, confirmó, cuando a pesar de su dolor Lucifer extendió la mano para posarla en su mejilla y así enseñarle sus planes. Entendió, entonces, que lo mínimo que podía hacer para compensarlo por asumir tal riesgo era amarlo a cambio. En parte por la culpa que sentía al saberse la causa de sus decisiones, en parte porque quería y deseaba hacerlo desde siempre. Menos de un día, que era el tiempo que había pasado desde su último encuentro, no era ni la mitad del tiempo que llevaba anhelándolo. Lo hacía desde siempre. La cosa era que ahora sabía a qué se debía dicho vacío en su interior y cómo podía llenarlo.

«Bueno, en realidad es él quién lo sabe», se corrigió.

─¿Qué quieres que haga?

Lucifer le robó un segundo beso antes de contestar─: Amarme.

─Eso ya lo hago.

─No hablo de palabras o abrazos. ─Lucifer posó la mano en su muslo. Lentamente la empezó a deslizar hacia el interior de ellos. Rugió, un sonido profundo y gutural, cuando Layla separó sus piernas para él─. Quiero que me ames con tu cuerpo.

Layla detuvo su mano, que la frotaba con suavidad, para observarle.

Su expresión insegura se volvió tierna y la de él, impenetrable, insegura.

─Oh, Lucifer... ─Se lanzó a sus brazos─. Mi cuerpo te ama desde que te vi. ─Guió la otra mano suya a su pecho izquierdo─. ¿No sientes cómo mi corazón va más rápido de lo normal? ─Juntó sus frentes, de repente consciente de su miembro debajo de ella por el placentero roce que la hizo jadear─. ¿No has visto lo ridícula que me veo cuando mis mejillas se sonrojan por tu calor? ¡No me digas que tampoco has escuchado mis suspiros! ─rió dándole una palmadita a su pecho─. No digas que no te he amado con mi cuerpo, corde, porque no hay parte de mí que no te ame. Cuerpo, alma, mente y corazón.

Lucifer no podía quitarle los ojos de encima. Si alguna vez existió alguna duda con respecto enfrentarse al único mundo que conoció a cambio de una apuesta insegura, aquella se disipó con la luz que Layla le enseñó con tan bonita confesión. Ella, con unas cuantas sonrisas y risas tontas, había logrado lo que ninguno lograría a lo largo de su existencia: poseer el corazón del diablo.

─Cuerpo... ─jadeó en su oído cuando metió los primeros centímetros de su ser dentro de su cálida humedad. Besó su cuello─. Alma. ─Empujó más. Layla se aferró a sus hombros, llevando así los senos a su boca. Gimió cuando Lucifer chupó cada uno de ellos por turnos─. Mente... ─Le dio un mordisco al izquierdo. A solo unos cuantos centímetros había estado su mano─. Corazón. ─Terminó de desvirgarlos a ambos al tomarla de las caderas y empujar hacia abajo─. Te amo.

Lucifer aprovechó la oportunidad, mientras hacía que se moviera lentamente sobre él, para hacer dibujos con los dedos en la parte baja de su espalda. El último don que otorgaría sería el de la inmortalidad absoluta. Layla no podría morir a menos que ella misma lo quisiera. Como no podía darse dones a sí mismo, sería una reina más poderosa que su rey. No le importaba en lo absoluto por dos razones: si pudiera escoger alguien para acabar con su vida sería ella, ya que lo haría más dulce, y el poder en él venía de tenerla a su lado. El pequeño serafín era su fuente de energía.




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