Historias e incredulidad
Bien, bien no enloquezcas nada malo sucederá.
No estás sola, tus amigos están a los lados… Técnicamente eso no ayuda, los dos estaban aquí. Prefería que estuvieran afuera.
Teniendo todas las ganas salir de aquí mantuve una postura rígida al no poder hacerlo. No sé cuantas veces apreté la tela de mi ropa con las manos, intentando aplacar el temor que se notaba en el temblor ligero que tenía en los dedos.
Para nada era valiente. No podía disimular el miedo que recorría mi piel, no era una gran actriz como Leila que se veía tan serena y perfecta a mi derecha, tampoco me distraía fácil como Kaled que veía más interesado su alrededor, y mucho menos tenía a cara tan gruesa como Ómar en la otra punta de la única fila de cuatro integrantes, posicionados casi en el centro del salón.
—¿Éstos son? —Cuantas veces sea jamás iba a acostumbrarme a esa voz altamente aterradora y deslumbrantemente seductora.
—Así es Majestad —Inspeccionando, la General Aragón mantenía presencia a un extremo, un poco alejados de los escalones donde Erik y el Comandante estaban parados en lados contrarios.
El sentimiento curioso no desaparecía ni en estos instantes. Seguía preguntándome que papel cumplía Erik aquí. Tenía entendido que se mantenía cerca del Rey Demetri pero no sabía porqué. Cuál era su función.
Se lo pregunté en distintas ocasiones, pero el destino estaba empeñado en interrumpir de alguna forma y, cuando lograba interrogarlo hacía que lo olvidara cambiando de tema o enviándome algunas evasivas.
—Un grupo particularmente interesante —su examinar era difícil de ignorar. Se sentía un análisis profundo a pesar de la distancia que teníamos: nosotros abajo y el arriba, sentado en esa misma silla de mando—. Deben estar ansiosos por saber porqué están aquí. Porqué fueron traídos delante de su Rey.
Hacía eso a propósito. Declararse Rey y declararnos como si lo siguiéramos o le rindiéramos tributo a su solemne presencia, alabando sus acciones.
Riendo sin abrir la boca apoyó uno de sus brazos en la apoyadura de la silla esculpida. —Ah… Leila. Leila, siendo tú la única con talento a no callarse y sorpresivamente agradarme, ¿podrías decirme cuales crees que son mis razones para traerlos aquí delante de mi?
—No tengo ni la remota idea —Respondió tan igual a otras veces: filo y venenoso. —Pero si lo suponemos, basándonos en su mente retorcida y sádica, imagino que debe tratarse de algún acto divertido para usted.
Si antes me impresionaba su forma temeraria de dirigirse a cualquiera que le molestara, ahora estaba aún más impresionada.
—Eres bastante impresionante Leila —Ante su comentario anterior había reído sin molestarse en nada. —Digna de tu apellido. Digna de tu linaje —Con solo eso nuestro temor y asombro fue suplido por confusión. ¿De que hablaba con linaje? ¿Y que tenía que ver el apellido de Leila? —Pero respecto a tu respuesta… es ciertamente acertada tanto como errónea. Están aquí porque han sido elegidos como los más sobresalientes de los demás convertidos —aplaudió tres veces sonriendo—. Felicidades, ahora son exclusivamente soldados de primer rango y hoy tendrán su primera misión, pero antes… —levantó un dedo mirándonos de pies a cabeza— quiero conocer un poco más a los que resaltaron de los mediocres de sus compañeros.
Siendo así, se levantó bajando por los escalones, dando elegantes y pulcros pasos, destacando como nadie unas prendas elegantes y antiguas, adornando por supuesto siempre con algunos pequeños prendedores metálicos.
A medida que se acercaba dejaba desprender esa aura oscura, malévola a su alrededor. Sabiendo lo que nos causaba no perdió su sonrisa tomándose su tiempo para llegar frente a nosotros, empezando por el lado contrario al mío, con las manos tras la espalda comparándose con un sujeto que se interesaba en algunas baratijas ofrecidas en algún mercado.
—¿Ómar, no es así? —El mencionado e inspeccionado, asintió. —Fui informado de que eres veloz, ¿estoy en lo correcto? —Parecía fascinarle el temor que provocaba, porque pese a la cara de nada de Ómar, él encontró ese temor que ocultaba bien, fascinado haberlo echo.
—Lo está, Señor —logró articular.
—Excelente, porque si no lo eres morirás en el primer momento que salgas fuera de estos muros, y si no lo pruebas yo me deleitaré en arruinar esa perfecta belleza por diversión, ¿oíste? —asintió sin poder contenerse más y dejando ver todo su miedo en sus ojos oscuros
Complaciéndose ante ese gesto, sonrió aún más avanzando unos pasos al lado izquierdo, deteniéndose en mi amigo. —Tú debes ser Kaled, el dotado en Armas Blancas.
Por lo que mas quieras Kaled, no digas alguna tontería.
—Supongo —Disimuladamente dejé salir el aire, tranquila por su única respuesta. No esperé que digiera lo siguiente: —Aunque Minerva es la única que ha logrado hacerme ver como un tonto. Siempre me esquiva —Mierda. —Me da rabia no poder atinarle. ¿Es injusto lo que hace no creé?
En mi interior grité todos los insultos que sabía, y enterré más de tres veces a Kaled golpeándolo también con una pala.
—¿Minerva? ¿La diosa guerrera? —Esos ojos rojos se concentraron ahora en mi. Desvíe rápidamente la mirada, interesándome en los escalones bastantes limpios. —¿Es tu amiga, o acaso ustedes…? —regresé a mirarlo espantada por lo que estaba suponiendo, solo para descubrir una sonrisa de su parte.
—No es mi amiga —¿Cómo que no soy su…? —Es mi mejor amiga —también le dio una sonrisa amplia como si hablara con una persona común y corriente y no con el Rey sádico Demetri—, y como mi mejor amiga no sabía que era una diosa —Ahora él me miró ciñendo la frente. —¿Por qué no me lo dijiste? Los mejores amigos se cuentan todo.
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Editado: 20.08.2024