El Inicio del Reino Lycan
La vida le había traído más dolor de lo que un día pudo imaginar. Minerva Arévalo, nacida en un mundo sereno, vivió feliz quince años de ignorancia que ocultaban un mundo fantástico y destructivo. Para bien o para mal, deseó haber continuado viviendo en ese escenario falso, tal vez así ahora no estaría tan hundida en sentimientos que ni siquiera podia expresar.
—Mi Señora, ¿ya ha terminado?
Apartando la neblina constante que se asemejaba a un limbo eterno, impulso su cuerpo fuera del agua de la tina de piedra caliza, alcanzando la bata aterciopelada de algodón. Cubriendo con ella la piel húmeda de su cuerpo, dónde solo existían dos cicatrices sobrepuestas que arruinaban la perfección de su piel.
—¿Mi Seño…? —interrumpió la insistencia, abriendo la puerta del baño, dejándose ver y dejando ver lo que le esperaba del otro lado— disculpe, mi Señora.
Una joven de complexión menuda, bajo la cabeza y se apartó ante los pasos de su próxima Gobernante de su especie.
En completo silencio y elevando la tensión de las otras dos jóvenes, Minerva se posicionó rígidamente frente al tocador de la habitación mas amplia de todo el “Palacio de la Luna”
—Empiecen —La orden bastó para activar los movimientos de las jóvenes.
Una acercándose con una pequeña toalla; secando la piel expuesta aún húmeda. La segunda tomando los frascos metalizados de una mesa contigua, aplicando con diversos pinceles los polvos sobre el rostro inexpresivo. La tercera se sentó sobre una almohada en el suelo alfombrado y con un permiso sutil empezó a tratar los dedos delgados de unas manos aun más delgadas a causa de la mala alimentación de los últimos seis meses después de la “Guerra a los Caídos”
Perderse de nuevo en el limbo fue sencillo. Una nueva costumbre irritable según su cercana más leal y directa. Una preocupación susurrada a través de los ojos esmeralda inocentes. Y una intriga silenciosa en el resto.
No estaba siendo fácil para nadie. Las secuelas de lo que trajo la “Serpiente Cobarde” aún tenia repercusiones hasta la actualidad. La mayor en cuestión era el caos al que casi se sumaron las manadas en torno al puesto vacío del Gobierno. Una nueva guerra estuvo a punto de estallar en las negociaciones donde una simple Convertida se unió a la contienda, resistiendo maravillosamente con el apoyo del Alfa de mayor respeto entre todos, un amigo leal al antiguo Rey y una ex General del bando contrario.
Todo resultó bien en lo medida de lo posible. Solo que aún no había terminado.
—Mi Señora, está listo.
La última joven, siendo la única que faltaba en terminar su labor, retrocedió un paso y mantuvo la mirada en el suelo nuevamente.
La apreciación del trabajo maquillado elegantemente en el rostro que parecía haber transcurrido algunos años por el, fue mínimamente apreciado por los iris carmín. La realidad que nadie sabía era que Minerva había empezado a detestar su propio reflejo y ver como la prueba de sus errores estaban plasmadas en sus ojos que mostraba el poder que cargaba. El mismo poder que no supo utilizar para salvar a su destinado.
Los ligeros golpes en las puertas dobles, no interrumpieron el cambio a un vestuario ostentoso y delicado que se llevaba tras una cortina de privacidad.
Antes de que los pasos se acercaran a verificar quién se encontraba del otro lado, Minerva vio con claridad a la persona fuera de las puertas de su habitación.
No sé lo mencionó a nadie. Tampoco le causó sentimiento alguno lo que la nueva sangre Darkcrown le había otorgado como habilidad principal...
¿Acaso fue extraño o un juego del destino que está nueva habilidad se complementara a los últimos Príncipes que se autodestruyeron voluntariamente?
¿Fu extraño que su nueva habilidad sea ver el presente?
Las probabilidades en la línea del destino era que no. No era una coincidencia. Hasta hoy nada lo había sido.
—No quería interrumpir pero las ganas que tenía por ver el vestido le ganaron a mi sensatez —La charla familiar debió haber recibido miradas tímidas de las tres chicas. —¿Y a ustedes les alcanzará el tiempo para prepararse.
—Nosotras no asistiremos.
—¿Por qué no?
—…No es adecuado.
—¿Por qué?
—…
—…
—…
Percibiendo que el intercambio de palabras quedaría en un punto muerto o uno incómodo para una parte, salió a la vista, llamando toda la atención sobre si misma. Lo que no le importó como antes... Nada importaba como antes.
—Omegas —La simple palabra carente de emoción, hizo sacar conclusiones acertadas en la mente de Leila River.
—¿Y no harás nada al respecto? —El reclamo fue obvio, el intento de provocarla también.
—No soy nadie para hacer algo al respecto de ese tema —dándole la espalda y concentrándose en el ventanal entreabierto, permitió a las Omegas encargarse de ajustar el vestido gris pálido.
La risa irónica y los pasos acercándose, no la tensó como a las demás. —¿Disculpa? Pero creo que serás coronada como la Reina en unas cuantas horas.
—Acabas de reafirmar mi punto. No soy nadie ahora, y tal vez seguiría así, si alguien no se hubiera esforzado en empujarme a los Lobos que disfrutarán despedazarme la piel.
—… ¡Jamás permitiría algo como eso! ¡Yo no…!
—Pero sabes que eso sucederá —Sus iris carmín brillaron tenuemente. —No están felices, Leila. Que una niña, nacida y viviendo la mayor parte de su vida como humana. Ahora siendo apunto de ser la Gobernante de la especie más poderosa… Van a hacerme pedazos.
Era una realidad. El tiempo de esta tensa paz no duraría.
—Escucha —El agarre en su brazo no le provocó nada de lo que antes lo hacía. —No voy a dejar que nada de eso pase. Me conoces, sabes bien que no hago las cosas sin pensarlo. Y además, no estás sola, Minerva. Entiende eso.
Cómo entenderlo si nada de ese cariño que se esforzaban por mostrarle, llegaba a su adolorido corazón.
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Editado: 20.08.2024