Aún era de noche, hacía frío, pero Daria y sus amigos no desperdiciarían ni un minuto para salir de ese lugar, así que, al salir revisaron que nadie los siguiera y caminaban con cautela. Dos amigos ayudaban a Daria a caminar porque tenía muchas heridas en su cuerpo por intentar escapar cuando los perseguían.
Reynold no daba lugar a lo que había pasado. Paseaba por los pasillos en busca de sobrevivientes, pero lo único que veía eran cuerpos tirados o mutilados, verlo le provocaba asco y remordimiento, pues no sabía que revelarse a Daria causaría la muerte de todos los estudiantes. También sentía rencor por los maestros a los cuales pidió ayuda y simplemente velaron por su propia seguridad sin importar que sus alumnos se mataran entre ellos, pero parte de ellos era culpa de él y eso era algo que más odiaba. Su orgullo lo había llevado demasiado lejos y por más que se arrepintiera, ya no había vuelta atrás.
Daria y sus amigos llegaron hasta la puerta del internado e intentaron abrirla, pero era inútil.
—¡Ábrete, maldita puerta!— Exclamó un pelinegro.
—Shhh —dijo una rubia—, cállate McGregor o nos oirán.
McGregor se tiró al suelo.
—Debemos salir de aquí, todos se volvieron locos y los maestros nos abandonaron.
—Debes calmarte —dijo un castaño—, apuesto a que ya están muertos.
—Sus fantasmas nos perseguirán.
—¡Oh vamos! ¿No me digas que crees en eso?
—Porter, eso es real, por eso debemos huir.