Felicia y la Señora Ana se encontraban realizando bordados mientras hablaban alegremente de la llegada de Guardián.
— Nunca pensé que el Guardián sería de esa manera – decía Felicia, dando puntadas a la tela — es tan dulce con la Señorita Verónica, se nota que la ama de verdad.
— Has percibido que él, emanaba un delicioso aroma, entre frutas y flores – comentaba Ana.
— Si, pensé que era mi imaginación, la señorita en un comienzo también tenía ese olor. Creo que ese es el perfume del Jardín de la Inocencia.
— Estoy feliz que al menos nos ganáramos su confianza, así no perderemos a Verónica y ella podrá visitarnos nuevamente.
— Me gustaría tener un amor como ese, alguien que no le importe quien soy, solo me quiera...
— Para eso deberías tener nuevamente confianza en los hombres. Lo que te pasó, no determina quién eres, y tú siempre serás más de la familia que una criada.
— Gracias señora – Felicia mira por la ventana, ya que algo capta su atención — Señora, Don Roberto ha llegado...
Ambas se levantan de sus asientos y, según lo planeado, Ana se dirige a la biblioteca y Felicia a encontrarse con Roberto, explicando que no se encuentran en casa.
La madre de Verónica ingresa rápidamente a la Biblioteca donde se encontraba el matrimonio recostado en el sofá, acariciando a su futuro hijo y cierra nuevamente la puerta tras ella.
Clara mira sobresaltada a su madre.
— ¿Qué ha pasado?
— Es Roberto, solo me estoy ocultando aquí para que Felicia pueda despacharlo y crea que ambas no estamos en casa.
—Y ¿Por qué se ocultan? ¿lo hacen para que yo no me encuentre con él? – pregunta Aeolus
— Aeolus, tú y él tienen personalidades fuertes, seria mejor que no se vean para que no tengan un conflicto – respondía Clara
— No crearé un conflicto, siempre que me respete, te respete a ti y a nuestro hijo.
— Se entiende Aeolus, pero sería muy incómodo para todos y prefiero que Verónica no pase por preocupaciones innecesarias – intervenía Ana.
— Por favor Aeolus, solo quiero estar en paz y disfrutar de nuestro momento – suplicaba Clara.
— Si es lo que tú quieres, así lo haré. Pero quiero que sepas que yo no iniciaré nada, pero tampoco dejaré que pasen sobre mí.
Felicia regreso a la biblioteca, había logrado despachar a Roberto dándole una excusa convincente, pero ya sabían lo testarudo que era y sería mejor que Felicia se quede afuera y la madre de Verónica en la biblioteca.
Ya pasaron 2 horas desde la inesperada visita de Roberto. En la biblioteca se merendó sopas y pastas, además de tener charlas bastante confortables, dando un ambiente relajado y agradable, lo que duro poco, puesto que, nuevamente los problemas retornaban y podían escuchar afuera de la puerta lo que estaba ocurriendo.
— Niña ¿Dónde está Verónica y Ana? –pregunta malhumorado el señor Delinne — ellas no salieron a ningún lado, te exigió que me digan dónde están.
—Señor, no lo sé, solo me dijeron que saldrían. Yo asumo que fueron donde el médico – respondía rápidamente Felicia
— Yo fui hasta ahí y él dijo que ya pasó muy temprano en la mañana a visitarla – le increpa Roberto
— Nos estas ocultando algo. ¿Dónde están y con quién están? – continuaba bufando el señor Delinne.
— Señor, le aseguro que no lo sé
— No te creo, ustedes siempre tienen secreto... esto te va a pesar Felicia
— Nadie las ha visto salir de la casa, así que tienen que estar aquí. Es mejor que busquemos por las habitaciones – proponía Roberto
— Buena idea... – responde Delinne
Las mujeres en la biblioteca sabían que esto era malo, tarde o temprano descubrirán que estaban ahí. Ninguna temía por Aeolus, temían por aquellos hombres que les estaban buscando. Pronto alguien trataba de abrir la puerta de la biblioteca.
— Señor Delinne, está puerta tiene cerrojo – informaba Roberto
El padre de Clara trata de abrirla sin éxito.
— Niña, abre la puerta — le exige Jorge a Felicia
— Señor, yo no tengo la llave
— Maldición niña, una tunda debería darte...
El señor Delinne aleja a su despacho y regresa un manojo de llaves.
Las dos mujeres que estaban al interior de la biblioteca, comienzan a entrar en pánico, sabían que no le podrían pedir al Guardián que se ocultase, eso sería una ofensa para él, pero este se veía apacible e inmutable, como si no percibiera lo que ocurría afuera.
Luego de unos minutos de jugar con las llaves, una dio vuelta la manilla, la puerta se abrió, he ingreso rápidamente Roberto y el Señor Delinne. Ambos se sorprenden al ver al extraño hombre que mantenía abrazada a Verónica
— ¿Quién eres tú? ¿Por qué están ocultos aquí? – preguntaba casi a gritos Roberto.
Rápidamente Ana se aproxima a los hombres que ingresaron a la biblioteca.
— Roberto, Jorge, por favor salgamos, yo se los puedo explicar, todo esto fue mi idea.
— Vine a visitar a mi esposa y mi hijo – contesta Aeolus con un tono altanero.
La cara de Jorge Delinne cambia de asombro a indignación.
— Eres el Bastardo, como te atreves a venir a mi casa y presentarte después de lo que le has hecho a mi hija
Ana trata de detenerlo, puesto que su marido estaba furioso y se estaba acercando al guardián.
— Por favor contrólate, todo se puede conversar, pero de manera tranquila
Roberto furioso al ver a aquel hombre que le quitó una parte de su vida, deseaba vengarse y ahora lo tenía de frente y no oculto tras el jardín.
— Tiene razón el Señor Delinne, descaradamente vienes después de robarte a su hija a esperas que te reciban con los brazos abiertos.
— Y acaso tú, me dirás a mí, ¿lo que puedo o no hacer? – respondía Aeolus de forma amenazante
— Por supuesto que sí. Solo le has causado dolor a sus padres, manipulas a su hija y la traes aquí para que le den servicios médicos como si fueran tus sirvientes.