Un nuevo día despuntaba, prometedor, tras las lluvias del día anterior. Las hojas de los árboles aún conservaban la humedad de la noche en forma de gotas de agua que, desprendidas por suaves e inesperadas ráfagas de viento, caían desde lo alto hasta el suelo. Una de esas gotas alcanzó a Nio, una abeja ejemplar, conocida por su trabajo y por ser la primera en salir a recolectar néctar y polen cada mañana. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Nio al sentir el agua helada sobre su diminuto cuerpo mientras descansaba sobre el pétalo de una flor. Se sacudió, agitó sus alas y emprendió el vuelo nuevamente.
Mientras sobrevolaba y buscaba las mejores flores, una ráfaga de viento la desestabilizó un poco. Gracias a ese pequeño desequilibrio, Nio pudo divisar una flor perfecta para polinizar.
Otras abejas zumbaban a su alrededor, saludándola con un alegre zumbido y deseándole un buen día.
Al aproximarse a la flor, un destello cegador la impactó, producto del reflejo del sol en una gota de agua. Al recuperar la visión, observó con horror un hilo brillante que pendía frente a ella. Nio intentó esquivarlo, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su diminuto cuerpo se estrelló contra la trampa mortal que una malvada araña había preparado para capturar incautos.
En su desesperación por escapar, Nio agitaba frenéticamente sus alas, salpicando gotas de agua alrededor mientras luchaba por liberarse del hilo pegajoso. La telaraña vibró intensamente, las últimas gotas de agua se esparcieron y un crujido espeluznante, como el grito de victoria de la araña, resonó en los oídos de Nio.
Su captor se aproximó velozmente, listo para envolver a su presa en su telaraña y hundir los afilados quelíceros en su indefenso cuerpo, pero antes de que pudiera ejecutar su ataque, una valiente abeja la sorprendió con una certera picadura en la espalda, obligándola a retroceder con un chillido de dolor. A pesar de la dolencia, la araña se abalanzó sobre Nio con renovado ímpetu. Dos abejas más se unieron a la lucha, picando a la araña con furia y obligándola a retroceder. Asediada por las picaduras y sintiendo un dolor agobiante, la araña se vio obligada a abandonar su presa y alejarse de la telaraña. Sin embargo, antes de huir del todo, recibió una dolorosa picadura de una cuarta abeja que la desequilibró y la hizo caer al suelo. Logró agarrarse a un hilo de seda que había tejido por instinto, evitando una aparatosa caída.
Con la ayuda de sus compañeras, Nio logró liberarse y juntas regresaron al panal, donde pudo descansar y recuperarse de la terrible experiencia.
Moraleja: en los momentos más inesperados y cuando menos lo esperamos, la ayuda puede llegar de donde menos la imaginamos, incluso de pequeños seres que, con su valentía y solidaridad, pueden marcar la diferencia.