Lento, pero seguro y elegante era el paso de ella. Él, en cambio se movía con soltura, mostrando el porte digno de un dios a pesar de que su rostro mostrara dolor absoluto. La muerte era su vieja amiga, pero ahora le suplicaba que no hiciera su eterno trabajo, ¿Porque llevarse aquello que más amaba? Ya no quería ser castigado, no con ella.
— Déjame ir — dijo con ternura. Ella conocía su destino, lo supo desde el primer día que vio los ojos miel de su amado, este era un amor que no debía ser, uno que sin importar la forma en la que hicieran las cosas terminaría en muerte. — Siempre lo supimos — Freha lo abrazo con inmenso cariño antes de sonreírle. Deseaba poder verlo una última vez, que su ceguera desapareciera y pudiera marcar aquel hermoso rostro en su memoria nuevamente, pero al levantar la mano para acariciarle el rostro noto pequeñas gotas cálidas recorriendo su mejilla, era lo mejor no verlo. Quería recordarlo feliz, sonriente, no llorando por la despedida. — No me arrepiento de nada, sin importar como hayan sido las cosas, soy feliz de haberte conocido.
Él no pudo contener sus lágrimas que una tras otra corrían desenfrenadas por sus mejillas, ardientes y cargadas de dolor, pero no sollozó, fue fuerte y sonrió, por ella. Con un último giro en el vals que danzaban con lentitud ambos unieron sus labios en beso que deseaban fuera eterno, uno cargado de amor y dolor pero jamás de arrepentimiento. En momentos así la muerte deseaba no existir porque sabía el dolor que cargaría aquel dios al ver partir a su amada, pero no había nada que pudiera hacer, ellos mismos habían elegido ese destino.
Freha entendió que ya era el final del camino y lentamente se fue soltando, pero él se negaba a verla partir ¿Porque debían castigarle nuevamente? Tomó su mano con fuerza antes de que ella con una sonrisa le pidiera que la soltara, debían aceptar las consecuencias de sus actos. Con tristeza entendió, y fue soltando su mano lentamente hasta que en un último rose sus dedos se separaron para siempre.
— Freha — Gritó con desesperación al verla tomar con gentileza la fría mano de la muerte.
— Adiós Solut. — Dijo por última vez dejándose guiar ya en paz por la muerte. No cargaba dolor ni arrepentimiento, solo amor. Había sufrido por ello, siendo castigada por los propios dioses mayores, pero eso ya no importaba, porque aquella llama ardiente que había nacido en su corazón nunca más se apagaría. Aquel era su tesoro más preciado, su amor.
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Editado: 20.05.2019