Observé desde la distancia el rodaje de la cita que Agatha estaba preparando, mientras Manuel hablaba con las otras chicas en la piscina. De repente, se había convertido en otra persona que no reconocía. Cualquier duda que tuviera al principio del juego había desaparecido, y era él quien buscaba el contacto con las chicas. Aunque al principio le había molestado que le tocaran y coquetearan con él, ahora lo disfrutaba y a mí me molestaba muchísimo. No tenía derecho a sentirme así porque él era un hombre libre que podía hacer lo que quisiera sin que yo le cortara el paso, pero me molestaba porque mientras yo seguía derritiéndome por su causa, él parecía capaz de ir más allá.
Se rió a carcajadas con el chiste contado por una de las chicas, las pocas que realmente valían la pena, e inmediatamente me volví hacia él porque nunca me extrañaba que se riera. Nuestras miradas se cruzaron justo cuando el director gritaba que iban a hacer una pausa de cinco minutos hasta la siguiente toma. No sé si él se sentía tan vacío como yo, pero cuanto más lo miraba desde la distancia, más a medias me sentía. Es raro que alguien que conoces tan poco te haga sentir una persona completa, pero Manuel lo había hecho, y ahora le echaba de menos. Puse mi mejor sonrisa cuando se me acercó Agatha, que parecía nerviosa.
― En pocos minutos iré a buscarlo y estoy a punto de desmayarme ―, dijo, gimiendo.
― Es inútil actuar así. Si tuvieras una cita fuera del juego, ¿lo harías así?
Me miró, desconcertada. ― Tienes razón. No sé qué me pasa.
― Son las cámaras ―, me reí de buena gana. ― Olvida el mundo que te rodea y vívelo. No tienes nada que perder.
― Oh, Amalia, eres un tesoro, ¿lo sabías? No sé cómo agradecerte por tu ayuda.
Dejé escapar mi aliento lentamente con los ojos fijos en Manuel que nos observaba desde la distancia mientras le arreglaban el pelo. Había una mirada melancólica en su expresión que me sorprendió. Me gustaría poder abrazarlo y decirle que sin él mis días parecen no tener sentido... Desde que lo conocí, todo había cambiado y ahora no podía soportar la soledad a la que me había sometido.
― Intenta ganar ―, le respondí a Agatha, que me observaba con los ojos entrecerrados. ― Creo que os merecéis el uno al otro ―, fueron mis últimas palabras antes de que la producción gritara que todo el mundo debía tomar asiento.
Me acerqué lo suficiente para poder ver con claridad lo que iba a ocurrir en su cita, mientras intentaba permanecer oculta tras las cámaras para no llamar la atención de Manuel. Agatha cogió la cesta de picnic que había preparado y se dirigió al salón donde tenían una cita.
― Espero que estés preparado para nuestra cita ―, le dijo dulcemente y le besó la mejilla.
― Sí, aunque no me dijiste a dónde íbamos, así que no sé si me vestí adecuadamente ―, respondió.
Llevaba unos vaqueros y una camisa blanca que iluminaba más su rostro. Lo que aprecié de Manuel fue que era un hombre de ensueño, pero no lo sabía. Él no se veía a sí mismo de esa manera. Se sonrojaba cuando le decían que era guapo, al igual que se sonrojó en el momento en que Agatha le dijo que, cualquier cosa que se pusiera estaría guapísimo. Sonreí y me concentré en ambos mientras salían de la casa. El rodaje se detuvo durante unos minutos, así que todos salimos al exterior y continuó con la pareja sentada bajo un gran árbol.
― Pensé que sería bueno conocernos pasando un tiempo aquí, donde hay tranquilidad. No soporto el ruido y las multitudes, espero que no te importe ―, dijo Agatha mientras extendía un mantel en el césped.
― Al contrario, lo aprecio mucho. A decir verdad, yo también prefiero la paz y la tranquilidad ―, sonrió y, de repente, el hielo entre ellos se había derretido.
No puedo decir que haya sido lo mejor para mí ver a Manuel coqueteando con Agatha, pero, de todos modos, eso es lo que quería desde el principio y sólo tuve que aceptar el resultado. Se reían y hablaban sin parar y su química era visible desde el espacio. Con el juego aún en su fase inicial, era obvio que se había encontrado la ganadora. Al menos, no acabaría con alguien que no se lo merece. Pasaría tiempo con ella después del juego, porque el marketing lo dictaba, así que al menos harían buena pareja...
Sentí que me ardían los ojos. Quería llorar de celos. Estaba a punto de irme porque ya no soportaba verlos juntos cuando escuché a Manuel preguntarle a Agatha si estaba leyendo libros.
― Sí, me encanta leer. En particular, he leído todos sus libros ―, respondió ella, tímidamente.
― Muchas gracias ―, rió tímidamente. ― ¿Estás leyendo algo ahora?
― No, y la verdad es que me arrepiento de no haber traído algunos libros.
― He pensado en hacerte un regalo ―, dijo emocionado Manuel, que le entregó una pequeña bolsa de papel que llevaba mucho tiempo en la mano. ― Son todos los libros publicados por una persona al que tengo en alta estima.
Agatha abrió la bolsa y sacó algunos libros de su interior. Al principio creí que me equivocaba, pero al mirar más de cerca, me di cuenta de que eran mis libros los que le había regalado. Todos...
― Amalia ―, leyó Agatha, que inmediatamente se dio cuenta de que eran mis creaciones.
― Escribe maravillosamente. Creo que los disfrutarás.
Me conmovió su gesto. Me pregunté si realmente los había leído y si eran los que me había mandado a recoger de su casa. Sea como fuese, el hecho de que hubiera estado de buen humor para ayudarme sacando mis libros en la televisión decía mucho de él y de lo que sentía por mí. Esther estaba de pie un poco más allá de donde yo estaba. Volvió hacia mi dirección y me sonrió, y supe que le había dejado anunciar mi trabajo como forma de disculparse conmigo. Le mandé un beso y noté que estaba aliviada de que la hubiera perdonado. No tenía el ánimo para los rencores, al fin y al cabo, podía entenderla, aunque mi ego me superaba por cómo había manejado el asunto de Manuel.