Celestia intentó controlar la gran impotencia mientras bajaba las escaleras a todas prisas, sin importarle si iba a caer o no. Su mejor amiga estaba en peligro. Pensar en el mugriento libertino de Duque Exeter junto con Ellenia la enfureció de una sobremanera que la asombraba.
Celestia se dirigía hacia el jardín cuando percibió detrás de ella la presencia de Daniel. Cuando él estuvo a su lado, Celestia miró como apretaba sus nudillos. ¿También estaba furioso porque Theodoric hablaba con Ellenia? Supongo que sí, dado que, él sabía mejor que nadie cómo era la nefasta actitud de Theodoric.
No obstante, había algo tan extraño en Daniel. ¿Por qué justo ahora mismo criticaba el comportamiento liberal de su mejor amigo?
—Hermano, ¿todo bien? Te veo algo alterado.
—Sí, sí, sí. Solo que... ¡Carajos!
Sí que estaba alterado, reflexionó Celestia. Jamás soltaba improperios. Sin o con ella. Era demasiado culto para soltar palabras malsonantes.
La grandiosa finca Edevane Hall fue construida a finales del siglo XVI. Era un diseño entre griego y gótico. Parecía sacada de un cuento de hadas.
No había ni una solo alma a las afueras de la hacienda.
El campo era de setenta hectáreas. A Celestia le gustaba hacer largos recorridos por todo el campo con sus hermanos, disfrutando de la naturaleza. Si caminabas un poco más, había un precioso arroyo. Era ideal para refrescarse en las altas temperaturas de agosto.
Celestia se había adentrado en el jardín, con los nervios punzantes instalados en su abdomen. Detrás de ella, estaba Daniel dando gigantescos pasos. Normal si él era el más alto de los cuatro hermanos.
Su madre era una jardinera aficionada. Un pasatiempo poco inusual para una dama de la alta sociedad.
Por eso, el jardín estaba tan bien cuidado. Las flores estaban abiertas, brillantes y tan coloridas, floreciendo con sublime.
«Ojalá estén en el jardín y no en otro sitio.»
Celestia rezaba para sus adentros.
Gracias al gran señor, la silueta de Ellenia apareció ante ella. Celestia suspiró con alivio. Su mejor amiga estaba riéndose mientras se abanicaba el rostro. Intentó descifrar el lenguaje del abanico por si estaba coqueteando con el duque de Exeter, pero no obtuvo ningún resultado.
Al encontrar a Theodoric con el pelo algo despeinado por el aire, sonriendo de lado, Celestia sintió un extraño golpeteo en su corazón.
A pesar de no soportarlo, Celestia no podía negar la verdad absoluta. Era el hombre más hermoso que jamás había visto en toda su vida.
Dejando de lado toda su reputación de calavera, Theodoric era todo un partido. Duque con tan solo veinticinco años. Era todo un galán, cautivador y simpático. Tan distinto de los otros caballeros, que eran todos unos ariscos y aburridos. Su mirada verde marino, era tan intensa que te podía perforar poco a poco el alma.
«Boom.»
«Boom.»
Las palpitaciones aumentaron de golpe cuando las pupilas de Theodoric se unieron en un duelo de miradas con las de Celestia.
Celestia notaba como su respiración se cortaba. Quería desviar la mirada de Theodoric, sin embargo, una desconocida fuerza mayor no la dejaba. Era como si fuera una víctima de un poderoso hechizo donde era incapaz de salir de él.
Sea lo que sea se había apoderado de Celestia, el conjuro se deshizo tan rápido como vino.
Theodoric apartó la vista de ella, enfocándose de nuevo en Ellenia. Soltó una fuerte carcajada como si estuviera disfrutando de la presencia de Ellenia. Theodoric se acercó a su mejor amiga, sin dejar de esbozar su famosa sonrisa. Tan seductora y letal.
No dejaba ninguna duda de cuál era la intención de ese duque depravado.
Lo peor de todo fue que Celestia saboreó por primera vez en su vida la decepción. Una emoción horrible, asquerosamente, insoportable. No estaba comprendiendo nada. ¿Acaso había esperado por un segundo que Theodoric no era ese mujeriego que tanto detestaba?
Todo había sido su culpa. Por caer en su mirada tan hipnotizadora, al menos por un instante.
Celestia pasó de la decepción a la rabia en un cerrón de ojos. ¿Cómo se atrevía a acercarse a su mejor amiga? ¿A coquetear con ella? ¿Y encima en su casa?
Era la peor calumnia. No sabía por qué su madre lo había invitado, sabiendo su horrible reputación.
No sabía por qué había hecho lo siguiente. Jamás fue impulsiva. Siempre se había comportado con sensatez, pero esta vez, se le cruzaron los cables por el enfado.
Ayer, a pesar de estar en plena primavera, hubo una tormenta horrible que sacudió hasta la tierra. El suelo aún estaba sucio y mojado. Se agachó y con su mano agarró un montón de barro.
¿Y para qué lo quería?
Para algo sumamente imprudente.
Como tirarle todo ese mugroso barro en toda la cara de Theodoric.
—¡Es usted un sinvergüenza! Aleje de mi amiga ahora mismo —bramó Celestia con furia.
(***)
El viaje a Castle Bomb desde Londres no fue tan agotador como Theodoric esperaba que fuese. Estuvo recostado contra la ventanilla, escuchando en silencio el movimiento del carruaje. Tan melódico y relajante.
Durante el trayecto, estuvo reflexionando sobre su vida. Theodoric ya estaba desgastado de vivir una vida alocada, yendo de fiestas noche tras noche, desperdiciando su juventud en juergas.
Ya era gran hora de ser responsable. Ahora que su "padre" falleció, tenía la oportunidad de ser libre y de buscar su propia felicidad. Además, no tendría ningún sentido ni razón aparente seguir causando escándalos. Todo eso solo hacía para jorobar y ensuciar la reputación de Justinian ante los ojos de la alta sociedad.