Los gritos de Marlene hicieron que me encogiera sobre la cama, si seguía alzando la voz despertaría a la bebé. Últimamente, mi madrastra perdía los estribos con facilidad y dejaba de importarle quién pudiera escuchar mientras discutía con mi padre.
Por esa falta de cuidado fue que supe que no me quería, que me consideraba un estorbo en la familia. Tampoco podía decir que enterarme había sido una gran sorpresa, su animosidad hacía mí era difícil de ignorar. Aun así, yo intentaba entenderla.
Desde el inicio asumí que aceptar a la hija del primer matrimonio de tu esposo no debía ser fácil por lo que procuré mostrarme amable con ella para que, con el tiempo, pudiera tomarme cariño; sin embargo, eso nunca sucedió y, al contrario, su animosidad hacía mí se recrudeció tras el nacimiento de su propia hija, la pequeña Sandy.
Ahora ya sabía a cabalidad hasta dónde llegaba el rechazo de Marlene por mí, constantemente peleaba con mi padre por causa mía. Mi madrastra no veía la hora de deshacerse de mí, a sus ojos yo era una boca más que alimentar a la cual no se podían dar el lujo de mantener y, como mi padre se rehusaba a sacarme de sus vidas, discutían con frecuencia.
Me apenaba ser la razón por la que en casa no hubiera armonía, pero tampoco estaba dispuesta a hacer lo que Marlene deseaba. Ella pensaba que la solución perfecta para mí era darme en matrimonio al dueño del viñedo para el que trabajábamos, el señor Ron Martin, un viudo de sesenta años de carácter iracundo. A Marlene no le importaba que a mis escasos 19 años la idea de casarme con un hombre tan mayor me horrorizara, ni que el viejo Ron tuviera fama de abusivo y déspota. Para ella era la solución idónea para el inconveniente que yo representaba. Por suerte, mi padre se negaba a aceptar ese matrimonio, razón por la cual Marlene lo hostigaba día y noche, insistiendo con vehemencia para hacerlo cambiar de opinión.
Era una verdadera desgracia que, de entre todas las chicas que trabajábamos recolectando uvas en el viñedo de Ron Martin, él hubiese puesto sus ojos en mí. Al inicio no le di importancia, asumiendo que era una fijación pasajera, fingía no escuchar sus halagos y procuraba evadirlo cuando se me acercaba, pero ignorarlo solo hizo crecer su interés hasta que comenzó a jugar con la idea de desposarme.
Dado que Marlene trabajaba haciendo el aseo del hogar del viejo Ron, fue a ella a quien le planteó la idea del matrimonio conmigo; mi madrastra accedió sin demora y le prometió que persuadiría a mi padre para aceptar también. De eso ya hacían algunas semanas y Ron Martín seguía esperando nuestra respuesta.
Aunque para mí y para papá la idea de que yo desposara al viejo Ron era impensable, no podíamos rechazarlo de forma tajante. Yo trabajaba en la vendimia de uvas, Marlene le hacía el aseo y papá fungía como tonelero; la familia entera dependía del viñedo de Ron Martin para subsistir, no podíamos darnos el lujo de agraviarlo y poner en riesgo nuestro único modo de subsistencia. Necesitábamos rechazarlo de un modo que no lo ofendiera, pero no sabíamos cómo, así que papá le iba dando largas esperando encontrar la forma adecuada de declinar su propuesta.
Mientras tanto, mi madrastra no dejaba de insistir para hacer cambiar de opinión a papá y, de pasada, me iba haciendo la vida en casa un poco más incómoda cada día para ver si así me marchaba por propia voluntad.
La posibilidad de que Marlene lograra persuadirlo me robaba el sueño. Llevaba días temiendo que su insistencia lograra quebrar la determinación de papá.
Me levanté de la cama y salí al pasillo discretamente, ellos se encontraban discutiendo en la cocina, creyendo que yo aún dormía y no iba a escucharlos.
—¡Rebecca ya está en edad de casarse! ¡Eres un necio! —gritaba Marlene en tanto que yo me aproximaba para escuchar mejor.
—¿Sabes quién no está en edad de casarse? ¡El viejo Ron! ¿Cómo pretendes que entregue a mi hija a un hombre que le triplica la edad? Es una aberración —argumentó papá.
—No estamos para ponernos quisquillosos. Lo perderemos todo solo porque tú mimas demasiado a tu hijita. ¿Acaso no te importa nuestro bienestar? —preguntó Marlene.
—Claro que me importa, pero eso también incluye el bienestar de Becca y no pienso sacrificarla. Debe haber otra solución.
—¿Qué solución? ¡Es una suerte que el viejo Ron se haya fijado en ella! Rebecca no es la más agraciada, ni la más inteligente y, sin embargo, él le está ofreciendo una vida cómoda.
—Al lado de un viejo cruel —replicó papá—. Sabes que es un mal hombre, llevamos años soportando sus vejaciones, ¿qué crees que será de Becca cuando él tenga control sobre ella? ¡Va a quebrarla! Es una chica demasiado dulce e ingenua.
—Nadie tiene la vida perfecta —bufó Marlene—. Además, una vez que esté casada, podrá ayudarnos. Apenas tenemos para subsistir y la familia crece…
—¿A qué te refieres? —preguntó él confundido.
—De nuevo estoy embarazada. Viene otro niño en camino, será otra boca que alimentar —le informó Marlene sin un ápice de emoción.
—Oh, querida, qué buena noticia —balbuceó mi padre, queriendo sonar entusiasmado, pero sabiendo que la situación económica de la familia era demasiado apretada para poder permitirse mantener a más hijos.
—Bueno sería verte actuar en nuestro beneficio —reclamó Marlene.
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Editado: 28.08.2024