La abuela me llevó al piso superior para que pudiera descansar un rato. Por más que intentaba, no lograba cerrar la boca mientras andaba detrás de ella por la mansión. Era como estar en un mundo nuevo, no solo por tratarse de otro reino, sino porque hasta ahora no había tenido la capacidad de imaginar cómo era que vivía la gente rica. En el viñedo, sabíamos que existía gente que lo tenía todo, pero no creo que ninguno de nosotros pudiera realmente comprender lo distinto que vivía la gente con dinero.
Llegamos a una recámara, que asumí era la principal, hasta que la abuela me indicó que aquí dormiría.
—¿Será mi habitación? —pregunté anonadada, era más grande que la casa en dónde vivía con papá y Marlene.
—¿No te gusta? —preguntó la abuela consternada, malinterpretando mi expresión.
—¡Me encanta! —me apresuré a aclarar—. Es como un palacio para mí solita.
Mi comentario la hizo reír, aunque de inmediato se llevó la mano a la boca para acallarse, como si reír en voz alta fuese de mal gusto. Había mucho que debía aprender de sus modales.
—Debes estar cansada del largo trayecto, te dejaré descansar unas horas. Tu abuelo llegará esta noche y estoy segura de que querrás conocerlo. Antes de la cena, podrás tomar un baño y cambiarte de ropa.
—Oh, yo… no tengo otra ropa —expliqué abochornada.
—Tranquila, podemos adaptarte uno de los vestidos de tu mamá. Los guardo todos en su recámara —dijo con una sonrisa melancólica—. Eso servirá para esta noche, ya después nos ocuparemos de mandarte a confeccionar tu propio guardarropa.
—No es necesario… no deseo ser una molestia.
—¿En qué quedamos? Ya te dije que aquí jamás serás ninguna de esas cosas. ¡Qué ideas! Eres mi nieta, así que vas a tener un guardarropa y todo lo que desees —determinó tajante—. Ahora te dejo.
—Señora… abuela —la llamé antes de que saliera. Ella se giró sobre su hombro para mirarme—. Muchas gracias por… todo.
Mi abuela me dedicó una sonrisa hermosa.
—Gracias a ti por llegar, Rebecca.
Tras la partida de la abuela, tardé un rato en dormirme; mejor dicho, tardé un rato en animarme a entrar a la cama. Se veía tan acogedora, pero sobre todo tan limpia, que me causaba apuro ensuciarla. Después de mucho debatirme, decidí que lo mejor era no entrar bajo las cobijas; de cualquier forma, alguien había encendido la chimenea antes de que llegara, así que la temperatura de la habitación era agradable. En cuanto toqué la suave almohada, caí rendida con una enorme sonrisa en los labios.
Demasiado pronto, alguien comenzó sacudirme con dulzura para despertarme.
—Rebecca, despierta, es hora de que te alistemos —dijo la abuela en tono suave.
Abrí los ojos con pesar, sentía que, si me lo permitían, podría dormir los siguientes tres días de corrido. Sin embargo, hice mi mejor esfuerzo para desperezarme, pues no quería tener a la abuela esperando.
—¿Por qué no te cubriste con las mantas? —preguntó ella mientras le indicaba con la mano a Lexy que dejara un vestido color café sobre una silla.
—Temí ensuciarlas —confesé antes de suprimir un bostezo con mi mano.
—¡Qué bobería! Si se ensuciaban, las cambiábamos —dijo la abuela divertida, no entendiendo mis motivos.
—No deseaba darle más trabajo a nadie —expliqué levantándome de la cama.
—Oh, usted no debe preocuparse por eso, señorita —intervino Lexy al tiempo que estiraba la falda del vestido.
La abuela miró la prenda un momento antes de soltar un suspiro largo.
—El color es apagado, pero era lo que a Elicia le gustaba vestir. Jamás fue de usar vestidos coloridos, no era la clase de joven que quisiera llamar la atención —me explicó.
Esbocé una pequeña sonrisa, agradecida por poder tener estos fragmentos de la vida de mamá de boca de gente que la conocía mucho más que yo.
—¿Será que usted querrá vestidos más vivos, señorita? —especuló Lexy.
Ambas se giraron a verme, esperando mi respuesta. Lo único que pude hacer fue soltar una risita nerviosa. ¿Qué clase de vestidos quería? ¡No tenía idea! Era una cuestión que jamás me había planteado. En Poria usaba lo que podía conseguir o costear, el gusto no entraba dentro de la ecuación.
—Sí… con muchos colores —respondí finalmente, imaginando lo maravilloso que sería tener un vestido por cada color del arcoíris.
—Excelente, se lo haré saber a la costurera —celebró la abuela.
Lexy me preparó un baño, el agua estaba caliente y el jabón tenía un olor floral muy agradable. Me lavé a consciencia, queriendo estar reluciente para el momento de conocer al abuelo. Deseaba darle una buena impresión, aunque, tras el recibimiento de Fiorella, ya no veía motivos de preocupación. Una mujer tan dulce solo podía tener un marido igual. Estaba segura.
Tras el baño, Lexy me ayudó a ponerme el vestido. Me iba grande y el color no era especialmente halagador, pero yo me sentí más bonita que nunca.
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Editado: 28.08.2024