Una cúpula de sombras surge desde los pies de Malkor y se cierra sobre nosotros en un parpadeo, aislándonos del mundo exterior. La luz desaparece. El aire se vuelve espeso, irrespirable. Toco las paredes negras y siento como vibra, como si tuvieran vida, como si algo dentro de ellas quisiera devorarlo todo. Un chispazo en mi mano al entrar en contacto con las sombras me hace dar un paso atrás, por puro instinto.
—¿Qué…? —murmuro sin poder terminar la frase.
Por primera vez en mucho tiempo, siento miedo real. Un miedo frío, ancestral, que se clava en mi cuerpo como un cuchillo. Malkor no habla. Solo me mira con los ojos encendidos, el pecho agitado por una ira que roza lo inhumano. Por un instante —un fragmento apenas perceptible— creo que es mi fin. Pero todo se junta cuando con una voz tan oscura como las sombras que me rodean me habla.
—A medianoche. En mi despacho. Y no te atrevas a faltar, Faelina.
No pude responder al instante. Solo asiento, lentamente, mientras lo miro a los ojos. Jugar con fuego era una cosa. Pero jugar con sombras era una temeridad que, por ahora, no podía permitirme.
—Entendido.
Desde afuera, se escucho golpes. Gritos.
—¡Déjala salir, maldito cobarde! —La voz de Kareth retumba mientras golpea la cúpula con los puños—. ¡¿Qué te crees que estás haciendo, bastardo?!
Malkor ni se inmuta. Da un paso más hacia mí, su presencia me envuelve como un veneno invisible.
—No llegues tarde —susurra—. O lo lamentarás más de lo que imaginas.
Y sin más, la cúpula estalla en mil sombras, que se dispersan como humo bajo el viento. El aire vuelve de golpe a mis pulmones, y con él, la luz y los sonidos. Kareth casi cae hacia delante al desaparecer la barrera, pero se recompone de inmediato y corre hacia mi.
—¡Por los cielos! ¿Estás bien? ¿Qué te hizo ese maldito?
Lo miró y trato de sonreír. Me duele todo. Siento como si mis piernas están cada vez mas cerca de dejarme caer. Auanto y finjo estar bien, no puedo contarle la verdad.
—Estoy bien. Solo me mareó… la oscuridad. Ese idiota solo sabe asustar con una triste cúpula de sombras.— Fuerzo una sonrisa que parece más una mueca.
Kareth no parece convencido, pero no insiste gracias a los dioses. Me pasa el brazo por los hombros con cuidado, como si pudiera romperme y yo me apoyo en él consciente de que lo más probable es que no pueda llegar a mi cuarto sin caerme al menos veinte veces.
—Ese idiota va a pagar por esto, Fael. Lo juro.
Comenzamos a caminar de vuelta hacia el edificio, donde nuestros compañeros ya se habían agrupado para regresar a las habitaciones. Algunos me miraban con admiración, otros con miedo. Pero yo no miraba a nadie. Tenía grabadas las palabras de Malkor en mi mente con la marca de una amenaza inminente.
Medianoche. Su despacho. Y sola.
El miedo aún me arañaba las costillas, pero había algo más fuerte que eso: la necesidad de entender. Tengo que sobrevivir. Debo vencer.
Kareth no se alejó de mi lado en ningún momento. Durante el resto del día, no me dejó sola ni por un segundo. Caminaba conmigo, me ayudaba si mis piernas flaqueaban, y cada vez que alguien se me acercaba con demasiadas preguntas o miradas curiosas, se interponía con la mirada dura y los brazos cruzados.
—Fael… ¿seguro estás bien? Llevas todo el día mal
—Estoy cansada, pero se me pasará. Ha sido un día curioso —respondo con una sonrisa suave, forzada, pero sincera.
Él no parece del todo convencido. Me observa en silencio unos segundos, como si intentara descifrar lo que no digo en voz alta.
—Si necesitas algo… dímelo, por favor. —Su tono es bajo, cálido, cargado de una preocupación que no se preocupa por disimular—. No me importa qué hora sea, ni dónde estés. Solo háblame y estaré ahí. Siempre.
Suspiro, dejando caer ligeramente la cabeza sobre su hombro. No digo nada. No tengo que hacerlo. Sé que puedo confiar en él más que en nadie en ese lugar.
—Lo sé —susurro al cabo de unos segundos—. Y gracias, Kareth.
Él no responde, pero siento su mano apoyarse con suavidad en mi espalda, firme, como un ancla que me mantiene a salvo en medio de la tormenta.
Cuando cae la noche, nos sentamos en el comedor del edificio, alrededor de una mesa con nuestros amigos más cercanos. Siento una mezcla de alivio y tensión contenida en el ambiente, que contrasta con los nervios que llevo sintiendo en todo el día. Las luces cálidas iluminan sus rostros, pero no puedo evitar mirar el reloj cada tanto. Faltan horas… pero cada minuto que pasa lo siento como una piedra cada vez más pesada en mi estómago, como una soga apretándose alrededor de mi cuello.
—Entonces, Fael… —pregunta Ethan, recostándose en su silla con los ojos brillando de curiosidad—. ¿Qué viste allá dentro? Todos escuchamos cosas horribles. ¿Hubo un dragón? ¿Un espectro? ¿Tuviste alguna visión?
Los demás se inclinan hacia mi, expectantes. Una punzada de incomodidad me recorrió la columna. Malkor había puesto esas pruebas… solo para mí. No había duda de que lo que enfrenté no fue lo mismo que los demás. Mi silencio se volvió denso.
—Fue… oscuro. Vi cosas que temía. Una bestia de sombras me persiguió durante un rato. Pero lo logré, como todos. Nada fuera de lo común.
Soreya frunció el ceño.
—¿Solo eso? Porque los gritos que oímos… Fael, eran como si el mismísimo infierno se hubiera abierto allá dentro.
—Solo fue el eco —digo rápido, quizás demasiado rápido, asi que para cubrir mi error sólo se me ocurre fingir un bostezo. — Estoy cansada. Voy a mi habitación.
Me levanto antes de que puedan insistir y, con pasos firmes al principio, abandono la sala. Pero en cuanto doblo el pasillo que lleva a mi habitación, la firmeza se desmorona. La respiración se me corta. El corazón late con tanta fuerza que retumba en mis costillas como un tambor de guerra.
Abro la puerta. Mis dedos tiemblan sobre el picaporte. Estoy a punto de cerrarla cuando una mano firme se adelanta, deteniéndola.