El killer

9

e despierto con un dolor de cabeza horrible, holgazaneo entre las mantas, acomodandome de nuevo en ellas. Creo que me pase bebiendo la noche anterior. Recuerdo haberme sentido mareada pero ¿para tanto? Intento recordar si cometí alguna gilipollez o si quede en evidencia, pero creo que no. Al menos no demasiado. Fue una noche genial, solo recuerdo que lo pase bien con Eli.

Mi mente se inunda con el recuerdo de ese momento en el coche antes de subir a casa. ¿En serio había pensado besarme, o era yo la que quería que lo hiciera? No, no puede ser, seguramente solo fueron imaginaciones mias causadas por el alcohol. Sonrío pensando si de verdad quería hacerlo. ¿Que abría hecho yo?

Voy a la cocina a prepararme algo para desayunar, hoy tengo hambre. Al final salir fue una buena idea, es como haber soltado toda la mala energía que tenía dentro. Necesitaba salir, bailar, emborracharme, de volver a divertirme, de volver a sentirme viva.

Mi madre y mi hermana está tomando un café y unas tostadas, escuchando en la radio algo de música y a mi se me van los pies.

- Hola cielo! ¿Que tal anoche? - dice mientras me prepara otro café a mi.

- Bien... La verdad que muy bien.

Me miran con extrañeza, como si quisieran averiguar si las oculto algo.

- ¡Mama! ¡Solo somos amigos! No empieces otra vez... - aseguro riéndome antes de que diga nada.

Ella también ríe, aunque en el fondo, se que piensa que sería el yerno perfecto.

Shara nos mira, sin abrir la boca, aunque estoy segura que la encantaría que le contara que nuestra situación como amigos a pasado a otro nivel.

Tras llenar mi estómago, y tomarme un Paracetamol, vuelvo al cuarto, necesito estudiar, y subir la nota media. Abro los libros e intento concentrarme, pero mantenerme concentrada más de media hora es misión imposible. Nunca entenderé mi cerebro, como puede saltar de un pensamiento a otro, sin ningun sentido. Imaginándome que hubiera pasado si Eli decide besarme y yo permitiera que lo hiciera. Posiblemente Eli sea el chico perfecto, dulce, divertido, cariñoso. Recuerdo aquel verano, cuando yo no era mas que una preadolescente con trenzas, gafas y ninguna curva. Las tardes que pasábamos en la playa, y después por la noche, volvía a buscarme después de cenar y me contaba historias de miedo. Y yo, me hacía la asustada para abrazarme a él. Y después cuando volvía a casa imaginaba que me pedía ser novios y eramos felices para siempre.  Pero hasta en mis pensamientos más dulces, aparece Noah y lo fastidia todo, y recuerdo que mañana tendré que verle. A él y al resto de los idiotas que me hacen la vida imposible. Pero hoy no, hoy no quiero pensar en nada de eso. Intento sacar ese estúpido pensamiento de mi cerebro, y volver a los libros.

Lunes por la mañana, y aunque odio la idea de volver a poner un pie en ese estúpido instituto, me niego a ocultarme bajo la capucha de mi sudadera.

Entro en el aula con paso firme, simulando una fortaleza insistente, que flaquea cuando noto las miradas de algunos al verme entrar, con mis vaqueros ajustados, las botas militares y una biker de cuero tan negra, como el resto de mi ropa, guardando el luto de la Auri llorona que quiero enterrar.

Dejo las cosas sobre la mesa, centrándome en clavar la mirada, sobre el pupitre para no voltear la mirada hacia mi compañero, que no deja de mirarme. Se qué quiere decirme algo, pero me da igual lo que tenga que decirme, o eso intento. No dejaré que me afecte sus cambios de personalidad.

Llega la hora del descanso y no se qué hacer, me es difícil mantener esta nueva facha por demasiado tiempo sin derrumbarme. Saco el móvil de uno de los bolsillos de la cazadora y escribo un hola a Eli, con la esperanza de no pillarle liado y pueda hablar conmigo un rato.

«Hi! My friend!» contesta en unos segundos.

No hablamos de nada importante, pero hace que no me siente tan sola, durante estos minutos de descanso.

Noah pasa por mi lado y clava una mirada punzante cuando me ve sonriendo al móvil. Casi podría pensar que está celoso, pero no creo que sea el caso, ni siquiera creo que ese imbécil tenga sentimientos.

El resto de la semana apenas hablamos, esta vez, soy yo la que levanta un muro entre el y yo, y no tengo la más mínima intención de dejarle flanquearla. Nunca debimos cruzar ese límite, pero nunca es tarde para volver a poner distancia.

«Fiesta mañana en casa de Dani» escribe Eli el jueves en medio de la clase de mates. Noah me mira de soslayo, como si estuviera molesto de que alguien pudiera escribirme, pero hago caso omiso y vuelvo a mirar a la pizarra, esperando que nadie me haya visto manipular la pantalla y lo guardo, dejando la contestación para el recreo, aunque ya estoy deseando de llegue el viernes.

La casa de Dani, se encuentra una tranquila urbanización, a las afueras del pueblo. Cómo un pueblo abandonado hasta la llegada del verano, cuando los turistas desesperados se agolpan por conseguir los rayos del sol.

Las entradas, con pequeños jardines perfectamente cuidados y las fachadas blancas, contrasta con el verde de las  enredaderas y sus coloridas flores. Y las  terrazas y balcones, preciosos miradores desde donde contemplar los atardeceres
intados de naranjas y dorados que se reflejan en el mar.

La noche cae, y Eli me guía, dejando  atrás el bullicio,  las farolas y las luces de los escaparates de la avenida principal, cambiandola por estrechas y silenciosas callejuelas a medida que nos acercamos.

Todo está en silencio, casi da pena hacer ruido, solo al fondo de la calle, se escucha música y gente acercarse.

Dani nos ve desde el jardín y nos abre antes de que podamos llamar siquiera. Sujeta con una mano una botella de vozca y con el otro brazo, me agarra saludándote, como si fuera su amiga de siempre.

-¿Que tal morena? -me pregunta, dándome dos besos. - ¿El pringaó este se ha lanzado ya?

-¿Que? - No doy crédito a lo que escuchan mis oídos. Siento que me pongo colorada y después blanca mientras Eli le mira amenazante con los ojos como platos.  Dani se ríe, dejando un incómodo silencio, alejándose de nosotros para seguir sacando más botellas.




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