Cuando el silencio gritaba con fuerza que estaba presente, cuando el viento se sentía más fuerte debido a que no había transeúntes que lo cortaran al caminar; cuando la oscuridad de la noche era atacada por el lento ascenso del resplandor de la mañana, y cuando el necio frío intentaba colarse por las rendijas del auto, un joven descansaba su nuca sobre el cristal de la puerta, casi completamente inerte, el mundo apenas y podía sentir su respiración, y sus ojos apenas y parpadeaban. Se mantenía completamente inmóvil, descansando una mano en el volante y otra en su pierna. Su emoción estaba muerta, desde hace años ya. Hace unos días ha vuelto a reavivarse, pero luego de que la fuente que la alimentaba volviera a secarse, dicha emoción se secó también, y la tristeza volvió a tomar fuerza.
Cuanto más solo estás, más solo te acostumbras a estar y con el tiempo vuelves algo tuyo, algo que cuidas, custodias y defiendes con uñas y dientes. Al pasar el tiempo el número de personas con las que te relacionas y convives más estrechamente se decrece en un nivel asevero. Carlos a estas alturas ha aprendido a estar solo, a amar estar solo, y a limitar la cantidad de personas a las que les permite acercarse; a la mayoría tan solo le permite visualizar la habitación desde la acera de la entrada y eso ya es decir mucho. Carlos compartió tantos años, muy importantes de su vida con una persona en particular, su adorada Isabel. Se acostumbró tanto a su presencia y siempre creyó que lo acompañaría hasta el último día de su vida. Lo que jamás previó fue que muchas veces la vida o el destino juega cruelmente con tus anhelos más adorados y los usa en tu contra; tristemente fue su caso. La vida usó ese deseo para atacarle, poniéndolo en Isabel, siendo ahora la compañía de él la que caminaría a su lado, hasta el último día de su existencia. Carlos pintó una imagen que cubrió toda la pared de su corazón, una imagen al lado de ella, creyendo que usaba tinta indeleble, pero es que a veces el proveedor no ofrece lo que se promete, y ahora dicho montaje se difuminaba. La tinta se comenzó a regar y a caer por la pared lentamente, y justo ahora de la imagen que una vez fue, ya casi no quedaba nada. Por mucho tiempo, para él fue y hasta la fecha sigue siendo Isabel y solo Isabel, no sabe, y bueno tampoco permite que alguien más intente en algo llenar el hueco que ella dejó en su corazón.
Carlos llora en silencio. Sigue soñando despierto. Soñando en que algún día caminará a su lado de nuevo, sosteniendo su mano y la de una de sus hijos del otro lado, pero se queda como tan solo eso, simples montajes tan perfectos y añorados creados en su subconsciente; tan solo como simples escenas que jamás entrarán a rodaje de su vida, y eso lo mata.
Carlos aguardaba en su auto en la espera de un camión transportista de mercancía para la tienda. En su mayoría, solicitaban que los proveedores la entregaran muy temprano, esto con el objetivo de facilitar su descarga, debido a que como la tienda se encuentra en el centro la calle se vuelve un caos apenas el horario laboral da inicio. El tráfico se crece desesperadamente y el ingreso del camión se vuelve un enorme reto.
—Luces más muerto que yo Carlos. —sus ojos se abren de golpe y lentamente retira el peso de su nuca del cristal para girarla lentamente a su costado.
— ¡Isabel! —le saluda con una enorme emoción
—Y el aire te volvió al cuerpo —responde ella con humor, girando un poco sus ojos
—Isabel. —repite este.
De repente estaba sonriendo ampliamente y los latidos de su corazón se habían acelerado. Ella le sonríe.
—Carlos mi cuerpo murió hace cinco años, —le dice a los ojos—y ahora mi alma está muriendo de solo verte así —añade con pesar
—No digas eso. —le pide este mientras niega una vez con su cabeza. —Yo voy a estar bien
— ¿En verdad? —inquiere ella con muy poca credibilidad en sus palabras. —Tu cara luce como un funeral. —le sostiene la mirada. —Se ha vuelto su viva representación, y si yo fuera tú cobraría por ello —Carlos medio sonríe
—Extraño tus regaños —dice risueño
—Hablo en serio Carlos —advierte ella
—Y sabes perfectamente que yo también lo hago —añade enseguida
—Carlos entiende que el objetivo de todo esto es ayudarte, pero tú estás mostrando una posición adversa a ello y ya no sé si esto fue una buena idea y me debato entre la idea de seguir intentando o irme. —dice con aliento algo desesperado. —Lo cierto es que el tiempo se me acaba
—Y yo necesito que entiendas que no requiero que busques a alguien más para mí. —argumenta con semblante cálido. —Te necesito a ti y solo a ti —expresa con rigor
—No podré quedarme para siempre
—No me importa. —casi le interrumpe. —No me importa si te queda medio día, o una hora, o un minuto o quizás un segundo. —su voz se eleva un poco, le mira a los ojos y respira para recuperar el aliento. —No me importa Isabel. Solo vívelo conmigo. Es todo lo que pido
—No hay mucho tiempo
—Y lo estamos perdiendo entablando riñas como esta. —espeta casi sin que ella haya terminado de hablar aún. —Solo hagamos nuestro todo esto. Quizás de esto se trata…de darnos un poco más de tiempo juntos en esta vida —los ojos de Isabel se comienzan a empañar
—No quiero que te quedes solo —le dice entristecida