La noticia de su muerte conmociono a todos en la región. Había muchas versiones que si no acusaban al Capitán de ser el verdugo del setentón, hablaban de una muerte natural, de justicia divina, y hasta los rivales quisieron llevarse el crédito, parloteando que ellos habían pasado factura. En asentamientos como Uquire y regiones como Icacos, hicieron fiesta en su honra. Mientras que en Don Pedro y Macuro, aun no digerían el enunciado, lo creían muy santo a pesar de todas sus maldades para darlo por muerto. Por el TRONCAL 9; y sus pueblitos aledaños, comenzaron revueltas contra el sucesor, pues el Capitán de capitanes era conocido y de cierto modo temido, pero ellos esperaban a otra entidad, quizá esperaban al comisario para que los delate o a un Trinideño para que los explote a la par de traicionarles.
Los únicos que guardaron verdadero luto, fuimos los más allegados al Capitán, éramos su tripulación, sus peones, pero también sus hermanos, sus hijos. Su familia. Luego de unos meses secos; ya fuera por prohibírsenos las salidas a la mar o los consumos de alcohol, nos tocaría hacerle una celebración al difunto, que si bien no tuvo un lugar fijo adonde reunirse y cada quien llevo la festividad a su manera, prometía el comienzo de algo más, donde el Capitán haría talla a su nueva delegación confrontando a todo aquel que se impusiese contra su nuevo mandato.
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Lo último que recuerdo es haber subido al transporte. Amanecí en Macuro, con la boca negra y amarga, en los escombros de lo que alguna vez habría sido la Macurina. Me dormí en el camino a Güiria, al llegar me fui como pude hasta la parroquia, a ver si con suerte me daban asilo por unas horas; pa’ que me recuperara, si llegué a la puerta fue mucho, pero no tenía ganas para más nada. Entonces me quede allí tirado, sin ser reconocido. Se me conocía por mi porte y manera galante de hablar, no por ser un borracho con crisis existenciales a servicio del Capitán. Antes de la misa de seis, un monaguillo me arrimo al arco de la entrada, dejando de “estorbarles”.
La gente pasaba sin mirarme, haciendo vista gorda al hedor e ignorando los harapos en los que convertí la ropa que cargaba, completa en suciedad. Alguna de las señoras que me recibieron los primeros días me avisto, sabia mi labor en aquel puerto, y contacto de mala gana al Capitán. Paso algo de dos horas, la misa ya había acabado cuando me fueron a recoger en un JEEP, verde limón con el parachoques oxidado, al que apodábamos “La Iguana”, por atravesar donde quisiéramos y su color respectivo. Bajaron dos del auto, uno con una pala y el otro alistando un saco, me encontraron temblando, con escalofríos y casi babeando, igual me puyaron varias veces con la pala, yo solo pude mover una pierna y realizar un intento de mirarles. Poco o nada les importo y me ensacaron. Luego (En el puerto) me sacaron a rastras del maletín, con intención de dejarme en el galpón o afuera del mismo, o eso hasta que los interrumpió una pesada voz desde el rompeolas.
— ¿pa’ donde llevan al profe?, o les lanzo una más simple, ¿por qué me lo traen así colgao’?
Ahí me soltaron; por no decir que me lanzaron al piso, pudiendo solo mirar la arena húmeda y de fondo a su conversación, a la mansa mar. Aún estaba débil, pero trate de al menos apoyarme con los codos cuando lo escuche, cuando desde el suelo vi sus botas.
—Bue’ Capi, que se lo íbamos a dejar en el despacho como solicito. —Mentira.
—No, no. Pal despacho, como lo van a meter en el despacho —Lo escuché acercarse, o lo confundí con uno de los muchachos— Después va a apestar a chimo si no es que a bicho muerto. Y tengo que recibir al Teniente. —Creo que se detuvo al avistarme, o se detuvo el que se movía—Lo meten en la Atalaya, me lo arropan, le consiguen un caramelo, y se mueven para el taller. No vaya a ser que el Teniente nos juegue sucio, solo se quedan aquí los del Caviale.
—Como mande Capi. —Habían contestado ellos antes de que terminara de hablar, volviendo a la labor de llevarme adentro.
Uno de esos condenados me pateo la cabeza, yo si no quede del todo inconsciente si recuerdo haber sentido el golpe incluso después de despertarme; acobijado, con las ventanas cerradas y como no, para rematar, un dolor del asco en las piernas, porque no me cargaron, me arrastraron en las escaleras. Al lado de donde estaba yo acostado, había una bolsita de caramelos, clásica recomendación, dicen que algo dulce te ayudara a pasar los mareos y el malestar general que provoca la pasta de tabaco, me han dicho que llegas hasta a vomitar, yo no eh tocado con esa suerte, o no que recuerde.
El hecho es que sin poder moverme me ancle a esa cama, lamentándome por muchas cosas. Llegue a soñar con mi esposa, con mis hijos. Extrañe mis días como profesor, me dieron ganas de buscar a ese muchacho, para hablarle, volver a darle consejos, preguntarle por qué no tuvo una vida mejor, de seguro yo sabría la respuesta, todos conocíamos su existencia; su mísera y abusada existencia. Fue uno de mis mejores alumnos hasta cierto punto, cuando los P. T. J. sin razón o dudas incendiaron la aldea de donde venía. Su familia era aborigen, conocidos en todo el pueblo, ellos nunca se unirían a un movimiento revolucionario; pues con aquel pretexto llegaron a justificar la acción. La realidad era que unas sabandijas los invadieron, manteniéndolos de rehenes. Eso lo supimos después. Él si no lo aconteció fue sencillamente porque al quedar su hogar muy alejado, solía recibir alojo; casualmente de maestros, bodegueras o parroquianos. Entonces volvió a mí aquella risa burlesca del director, de cuando le preguntaba si el joven podía ser reintegrado a clases. Me acompleja un poco admitir que él; luego de hacerse la victima frente a mi señora, pasando horas hablando en Warao, tenía relevancia en mi vida, ya que mi mujer lo veía como un niño pequeño y siempre me obligaba a velar por él. Lo que paso con él fue que busco vengarse de ambas partes, por un lado tenía a los oficiales de la comisaria; los culpaba de guiarlos a su aldea, a pesar de no ser del P. T. J., y por otra tenia a los malandros que ocasionaron el incidente, a los que, por motivos desconocidos, se les había unido.