El Legado

Capítulo 25

Levanto la cabeza aceptando la copa de coñac que me entrega papá.  
Había decidido pasar, antes de regresar al departamento. Estaba demasiado inquieto como para lograr engañar a Ángela. Aparte que necesitaba contar a alguien lo que había dicho Gustav, y no había nadie mejor que el viejo para hacerlo.  
Toma asiento frente a mí. Estábamos en su estudio.  
Era gracioso como este era el lugar donde siempre terminaba en cada una de mis visitas. Pero no era de extrañar, si mi padre acostumbraba pasar aquí la mayoría del tiempo que no estaba en su oficina.  
Debería acostumbrarme. No es que falte mucho para que termine haciéndole compañía.  
Tomo un trago.   
- Así que no hay nada más que pueda hacer – así termino mi explicación de los sucesos del día.  
- Lo sé, y lo siento – él luce casi tan deprimido como seguro me veo. Aunque de cierta manera sabía que la de él no sólo se debía a mi situación actual, sino también a su pasado no superado.  
Vaya par que somos.   
- En su momento – prosigue ajeno a mi auto padecimiento -, yo también llegué a recurrir a uno.  
- No lo sabía.  
- Es algo que supongo todos recurrimos – su vista se desenfoca reviviendo en sus recuerdos -. Había escuchado que una comunidad había venido de paso, así que apenas lo supe, fui a buscarlos. Igual que contigo, no pudieron hacer nada.  
También fui con médiums, sólo para que un par me sacara dinero asegurándome que podrían contactar con el espíritu. Como puedes ver – me da una sonrisa triste,  
volviendo al presente -. Nada sirvió. Al parecer Alberto Montreal no sabía con quien se estaba metiendo.

Recuerdo lo que me había contado mi abuelo sobre mis padres.   
Por lo que sabía, mi papá tampoco había querido pedirle matrimonio a mi madre, haciendo que al final, ésta fuera la que lo propusiera. Claro que ella ya sabía sobre todo el asunto de la maldición y su historia, pero eso no la detuvo. Éste no pudo rechazar la oferta, aunque acordaron desde un principio que no habría hijos.   
Pasaron varios años de matrimonio antes de que ella quedara embarazada. Él no recibió la noticia con mucha alegría, no lo culpaba, estaba seguro que todos los hombres de esta familia habían tenido la misma reacción desde que supieron lo que les depararía el destino.  
Así que como siempre, me tuvieron, y mi madre murió de inmediato.  
A Julio no le gustaba hablar de nada que lo llevara a ese asunto, por lo que pocas veces le hablaba de mi madre. Pero era evidente que seguía echándola de menos. Aún después de todos estos años.  
¿Así será conmigo?  
Lo más seguro es que sí.  
- Si – asiento de acuerdo -. Nos hizo mierda a todos.  
Había veces en los que desearía que ese bastardo se apareciera, sólo para buscar alguna forma de hacerlo pagar. Espero que esté penando o algo por el  
estilo.  
- ¿Piensas decirle?  
- No tiene caso. Prefiero que sea feliz hasta el final – me recargo sobre mis rodillas  
-. Aparte, me dejaría. No me permitirá estar cerca de ella, y eso no podría soportarlo.  
Él asiente en comprensión.  
- Entonces – tomo lo que queda en mi copa antes de levantarme -. Mañana vuelvo a las labores.  
- Deberías tomarte unas vacaciones.  
- ¿Vacaciones?   
- Sí. Las cosas han seguido tranquilas. Aprovéchalo para tomarte un tiempo.   
No tenía que confirmarme que era para que pasara lo poco que me quedaba junto a Ángela, lo sabía. 

- ¿Estás seguro?  
- Claro – sonríe un poco más animado -. Son algunas de las ventajas de ser uno de los dueños.  
- Tienes razón – le devuelvo la sonrisa, sólo que menos alegre.  
 
 
Ya es tarde cuando llego al departamento. Por eso no esperaba verla en la sala, y menos con una de sus amigas.  
- Hola Carmen. Hace tiempo que no nos visitabas.  
- Hola – responde algo tímida, lo cual no era -. Sí, es que estuve fuera algunos días. Casi que acabo de regresar.  
- Que bien.  
Me aproximo a Ángela para recibir mi beso de bienvenida, como siempre. Que aunque me lo da, parece estar algo extraña.  
- Bueno, ya me voy – dice Carmen.   
- Espero que no sea por mí – bromeo.  
- No, claro que no – sonríe, aunque sigue pareciendo nerviosa. Seguro habían estado hablando de algún problema que no querían que supiera, así que no le doy importancia -. Ya es tarde, y tengo que regresar a mi casa. Nos vemos luego.  
- ¿Cosas de mujeres? – pregunto en broma una vez se va su amiga.  
- No es nada.  
Seguía portándose extraña. Pero antes de que pueda preguntarle si pasaba algo, ella habla de nuevo.  
- Vamos a cenar – va hacia la cocina sin darme la oportunidad de responder.  
- Si estas molesta por algo… - digo al alcanzarla.  
Ella me daba la espalda mientras sacaba los platos y vasos de los gabinetes.  
- No – se da la vuelta para poner las cosas sobre la mesa -. ¿Debería estarlo?   
Esta no es una conducta común en ella. 

- No que yo sepa.   
Al parecer, mi respuesta no es la correcta, ya que en lugar de estar tranquila frunce el ceño como si le hubiera dicho lo contrario.  
- Entonces vamos a cenar – es lo único que dice.  
Calienta la cena, pero sigue callada. Ni siquiera voltea a verme en ningún momento, hasta parece que evita hacerlo.  
Talvez se debe a que comienza a resentir el poco tiempo que estoy con ella.  
Aunque también podrían ser las hormonas por el embarazo. No era ningún secreto que a veces las volvía locas.  
- Mira, si estas así por lo del trabajo…  
- Si, el trabajo – dice antes de que termine de hablar.  
¿Era sarcasmo lo que oí ahí?  
- Las cosas van a cambiar – prosigo, a ver si con eso deja su actitud -. Ahora que el trabajo se aligeró, voy a ir sólo medio tiempo durante algunos meses para que estemos juntos. ¿Qué te parece?  
Todavía no necesitaba la incapacidad por maternidad, así que seguía yendo a la oficina, pero era de medio tiempo, por lo que podríamos pasar gran parte del día juntos.   
- ¿No tendrás problemas por eso? – pregunta dejando atrás un poco de ese comportamiento con el que me recibió.  
- No. Ninguno – me paro detrás de ella y la abrazo, antes de darle un beso en la mejilla, sintiendo como se relaja entre mis brazos.  
- Bien – logro ver una sonrisa de su parte.  
- ¿Entonces ya no estás enojada? – apenas pregunto, vuelve a ponerse rígida.  
Debí haber cerrado la boca.  
- ¿Qué dije? – pregunto luego que se escabulle de entre mis brazos.   
No responde, sólo se limita a servir la mesa antes de tomar asiento.  
- ¿Ángela?  
Levanta la cabeza con cara inocente.  




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