El legado de Joseph Beckett

Capítulo 2: Secuelas

Jueves 3 de agosto de 2017

Ciudad de Córdoba, Fructuoso Rivera.

20.46h

Al bajarme del colectivo, ya había olvidado que mi remera estaba empapada de sangre, probablemente mi pantalón también. Sólo quería llegar y encerrarme, tal vez no ir al colegio mañana.

Tomé la llave del bolsillo de mi campera, me temblaban un poco las manos al ver que ésta se encontraba teñida de un color carmesí, el olor era espantoso, parecía quemar mis fosas nasales. Apenas pude abrir la puerta, entré de manera sigilosa, teniendo mucho cuidado de no hacer tanto ruido; la puerta de madera no estaba colaborando conmigo.

—¿Joseph? 

Escuché la voz de Martin y los pasos que se acercaban a la sala de estar. Sin dudar un segundo mas, eché a correr como si no hubiese un mañana, directamente a las escaleras para subir a mi cuarto, donde me encerré al haber huido.

—Bah, ¿Otra vez está haciendo escenas? —dijo Melisa mientras se acercaban a mi habitación.

Agarré la silla de mi escritorio para inclinarla cerca del picaporte y trabarlo, inmediatamente entré al baño y comencé a quitarme toda la ropa, tirando a un costado el bolso.

—Silencio, Melisa —escuché la voz de Martin del otro lado de la puerta de mi habitación, intentando abrirla—. Joseph, abre la puerta —levantó la voz—. ¿Qué te paso que entraste tan apresurado?

Me asomé en boxers al armario y me puse un pantalón deportivo, tome una remera negra y volví al baño para limpiar mi pecho con un pequeño trapo que tenía cerca. Pronto el lavabo blanco comenzó a teñirse con gotas rojas.

—¡Estoy bien! —alcé la voz.

Al terminar de limpiarme, me puse la remera con un poco de perfume, y salí dejando el desastre ahí. Tenía la llave del baño así que la cerré para que nadie entrara, volví a esconderla debajo de la pantalla de la computadora. Sólo la guardaba por emergencias, si necesitaba estar solo y encerrado, por supuesto que Martin no sabía nada de esto, ya que cada que recurría a esa terapia él no se encontraba en casa.

Quité la silla de la puerta, del otro lado se escuchaba la discusión con Melisa. Suspiré tratando de juntar las fuerzas necesarias para no matar a esa mujer, bueno en realidad era un decir... con la escena que había visto hoy sería todo un desastre. ¿Dónde escondería su cuerpo? No, todos sospecharían.

—Te estoy diciendo que debe ver a un... —ella me miró cuando abrí la puerta y se marchó.

Gracias al cielo, menos mal no tendría que lidiar con esa serpiente; la observé bajar las escaleras, dirigiéndose al comedor.

—¿Por qué tanto alboroto? —miré a Martin—. Sabes que no me gusta usar los baños públicos, son asquerosos —fingí un gesto de repugnancia.

—¿Por qué cerraste la puerta? Si estabas tan desesperado por ir al baño... te dio el tiempo para mover la silla —se cruzó de brazos.

Diablos...

Martin no era cualquier imbécil que podía caer en mis mentiras, en las mentiras de nadie en realidad. Me contó una vez que nunca le fue difícil descubrir el engaño de sus ex's, dijo: "Desgraciadamente, los ojos lo dicen todo. Y yo sé cuándo ya no soy apreciado en una relación, en algún lugar." Cada día me impresionaba su "poder" de deducción, o tal vez yo era muy estúpido al formar una mentira... pero si fuera así, no estaría aquí.

—Es que creí que tenia un desarreglo... —me crucé de brazos y bajé la mirada, avergonzado por la mentira que había creado mi mente—. Por eso no quería que nadie entrara hasta que lo comprobara... es incomodo.

Esperé recibir una bofetada, él nunca lo había hecho... pero supuse que no se creería esto. Yo no tenía su mismo "poder", a veces solía ser algo lento para entender las cosas, como sus gestos.

Nunca sabrías si Martin está enojado contigo, si se siente decepcionado o triste. El hombre sabía ocultar bien su dolor, no así con su felicidad... casi siempre se demostraba sonriente. En ocasiones he tenido que preguntarle si se siente "mal", a lo que él respondía sincero: "Si, pero no tiene nada que ver contigo. Sólo debo digerir algo que no le ha sentado bien a mi vida." Él sabía esconder demasiado bien sus emociones, todo lo contrario.... era yo.

Sentí su mano en mi hombro, movía su pulgar encima de la remera, como si fuera un gesto de "comprensión".

¿Qué pasó con sus poderes de "deducción"? Mi mentira había sido tan pésima, sentía decepción de mi mismo.

—Bueno, estás de suerte. Porque comerás una sopa de verduras por tu desarreglo, es una lástima... te perderás el risotto. Ya está todo servido, vamos —dio una palmada a mi espalda.

Ah, carajo... si me descubrió.

Bajé con él hasta la cocina, tratando de ocultar mi resignación. Aunque creo que mi caminar me delataba. Melisa ya estaba sentada, moviendo de manera desganada el tenedor en el arroz.

La cena fue bastante incomoda, ninguno hablaba... y como era costumbre de Martin, no encendió la televisión. Le encantaba promover la charla familiar, pero supuse que a estas alturas ya debía tener en claro que no me llevaría bien con su pareja, para nada.

Tenía un mal presentimiento con esa mujer, como cuando me contó lo que sucedió con su ex; simplemente no quería que le hicieran daño. En el tiempo que nos conocimos, Pietrov se animó a contarme tantas cosas que pasó en su vida, en algunas situaciones me sentí igual a él, debido a que fue abandonado por sus verdaderos padres. Su padre mató a sangre fría a su madre, frente a él.

Ahí comprendí que mis problemas no eran del tamaño en que los veía, que existían cosas peores. Me estaba enseñando a lidiar con ciertas cosas, inseguridades. No lo veía como padre, mas bien como un hermano.

Al terminar la sopa, levanté mi plato para lavarlo y regresé a mi habitación.

Creo que a Pietrov no le cayó nada bien la propuesta que le hizo Melisa cuando estaba por salir de mi cuarto.




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