Con solo tocar el talismán, ambos chicos regresaron a la misma sala de donde salieron, en el castillo. Soledad continuaba sus trazos en el muro cuando se encendió una hoguera en medio de la sala. Viviana y Rulfo aparecieron en ella, caminando con trabajos y dejándose caer en el suelo. Soledad dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia ellos.
―¿Qué pasó?
―Una luzmala entró al Dei ―dijo Viviana―. Rulfo usó el maheshwarastra para salvarnos.
―¿Una luzmala?, ¿en el dei? ―preguntó Soledad frunciendo el entrecejo―. Esto no me gusta nada.
―¿Por qué?
―Porque una luzmala es el alma de un humano perverso que no cruzó al más allá. Viven entre la tierra y los inframundos ―Soledad les ayudó a recostarse sobre unos cojines―, no pasan a los deis a menos que alguien los invoque
―¿Crees realmente que algún nigromante esté detrás de nosotros? ―preguntó Viviana.
―Es lo que vamos a tratar de averiguar. ―Soledad volvió a tomar el carbón y regresó al muro.
Los chicos vieron que en él estaba trazando un dibujo tan perfecto que parecía una ventana hacia un mundo real, pero en blanco y negro, de un paisaje con castillos a lo alto de un acantilado y un puente en medio de ellos.
―¡Es hermoso! ―exclamó Viviana―, ¿qué lugar es?
―Málaga, la ciudad donde nací.
―¿Eso dónde queda? ―preguntó Rulfo.
―En España. Nací allá hace unos siete siglos, no recuerdo bien la fecha. ―Soledad continuó agregando detalles a su dibujo―. Fui la hija de un potentado comerciante y su esclava. A pesar de ser mestiza en una era de racismo, gracias a mi padre tuve una niñez feliz. Después me vendieron con un hombre mucho mayor que yo y a irme a Barcelona, y entonces toda mi felicidad se fue. Por eso recuerdo a Málaga con mucho cariño.
―Soledad ―Rulfo volteó a ver a los alrededores―, ¿y los demás?
Soledad bajó el carbón. Suspiró y volteó a ver a los chicos con gravedad.
―No les voy a mentir, en cuanto ustedes se fueron, pasó algo muy grave. Aparentemente recibimos una señal del más allá. Es posible que el alma de Ikal haya sido esclavizada.
―¿Cómo que esclavizada?
―El libro de Thot no es el único objeto sagrado que los nigromantes ambicionan ―dijo Soledad―. Hace un par de milenios hubo otra guerra en la cual nos robaron otro objeto sagrado: la tabla esmeralda.
―¿La tabla esmeralda?
―En esa tabla, Hermes, uno de los nuestros, plasmó sus hallazgos sobre magia blanca y negra. Los nigromantes la robaron y tomaron de ella todo el conocimiento. Hermes logró recuperarla, pero era tarde, ellos habían sacado todos sus secretos. ―Soledad frunció los labios y continuó dibujando―. Entre esos escritos, estaba el hechizo de las cadenas de la muerte. Una magia muy oscura que permite a un nigromante apoderarse del alma de cualquier ser vivo. Condenan al alma a permanecer en algún inframundo, y sólo les permiten salir si les juran lealtad y obediencia eterna.
―¿Y qué tan malos son esos inframundos? ―preguntó Viviana.
―Nadie lo sabía, hasta que Neruana y yo entramos en este círculo de magos. ―Soledad hizo un gesto―. Neruana era muy pequeño en ese entonces, teníamos menos de veinte años como magos. Fue durante la guerra por el libro de Thot. Tomás engañó a Neruana para que delatara al resto de los brujos. Quería que la inquisición nos atrapara, pero lo único que logró fue que Neruana fuera capturado por los nigromantes. Realizaron el hechizo contra él para obligar a Ikal y a Shilbung a entregarles el libro de Thot. Por fortuna, Ikal logró cruzar el umbral de la muerte y salvó el alma de Neruana a tiempo.
―¿Neruana estuvo en un inframundo? ―dijo Rulfo, horrorizado.
―En uno de los más horribles, lleno de desesperación y dolor.
―Pero no lograron su cometido ―dijo Viviana―, Ikal lo salvó.
―Sí, pero dejaron una cicatriz en él. ―Soledad frunció los labios―. Muchas noches tuve que consolarlo, se despertaba con terribles pesadillas. Pensar que Ikal puede estar ahí seguramente le traerá horribles recuerdos y estoy segura de que estará más que desesperado por rescatarlo.
―Con razón detesta tanto a Tomás ―dijo Viviana recuperando al fin el aliento―. Ahora entiendo por qué le gusta molestarlo tanto.
―Lo que le hizo a Neruana no tiene perdón ―dijo Soledad―. Pero Neruana es un chico noble. Sólo es capaz de hacerlo rabiar cuando tiene oportunidad. Claro que muchas veces yo le he ayudado, Tomás también me la debe.
―¿Qué te hizo a ti? ―preguntó Viviana.
―Hace un par de siglos quise ir por mi cuenta en la vida. Escapé a la ciudad de Córdoba, en Veracruz, y me hice pasar por un humano más, ayudando a la gente enferma y a los pobres. ―Soledad rio meneando la cabeza―. Tomás trabajó toda su vida en la inquisición, de una forma u otra, y en ese entonces él era carcelero en esa ciudad. Me siguió y me tendió una trampa. La inquisición me apresó y me condenó a muerte. Obvio no tuve problema en escapar, pero pasé muy malos ratos en los pocos días que permanecí en la prisión de San Juan de Ulúa.
―¿Y has cobrado venganza? ―preguntó Rulfo
―¡Claro! ―Soledad soltó una carcajada―. Lo he dejado en ridículo tantas veces en su vida que ya hasta perdí la cuenta.
―Y a todo esto, Soledad ―Rulfo se levantó desperezándose―, ¿por qué no estás con los demás?
―Tenía que quedarme a esperar a que ustedes llegaran ―dijo ella sin dejar de dibujar―. Además, debo traer…
―¡¿Qué diablos significa esto?!
Los tres dieron un respingo. Detrás de ellos, en el umbral, estaba el director Torquel, con los ojos desorbitados de furia.
―¿Acaso estás grafiteando uno de los muros de mi museo? ―Tomás salió de la sala, blandió una varita vieja y lanzó un hechizo―. Esta vez la policía tendrá que hacerme caso ―gruñó―, estás dañando propiedad de la nación.
Tomás salió a toda prisa. Soledad corrió hacia la puerta, pero al acercar su mano, se escuchó un zumbido de electricidad. Ella se quejó retirando su mano.