El libro maldito

Cicatrices en mi sangre


Nunca pensé que mi corazón podía ser capaz de soportar tanto dolor. 

La amargura suele irse al cabo de un día o dos, pero ya ha pasado un tiempo y cada vez que recuerdo lo que pasó, el dolor vuelve con la misma sensación caliente y ácida,

un ser que grita de tristeza pero que nadie puede oír, y yo sólo puedo sentir su angustia que vibra en mi pecho. 

Ahora sé que nunca te voy a perdonar por esto.

Lo he decidido así. Mi corazón lo ha decidido así. 

He aguantado tus golpes desde hace ya mucho tiempo, las heridas siempre han cicatrizado a medias, pero esta vez me has herido de muerte.

Esta vez no cerrará.

Mi corazón sangrará hasta que deje de verte, de sentir esta vergüenza que siento cuando tu presencia está cerca. 

¿Qué clase de padre es el que no ama a sus hijos?

En tus duros ojos nunca hubo cariño hacia nosotros. 

Las bestias no merecen respeto y tú siempre me trataste como una.

Me deshumanizaste aunque el inhumano eres tú.

Ojalá hubiese un atisbo de lástima, al menos una migaja de comprensión, pero no puedo sentir más que bronca, resentimiento, sed de venganza.

No pienso en otra cosa que irme de aquí, decirte a la cara que estás muerto para mí,

decirte que tu hija está muerta desde el momento en que cruce esa puerta.

Quiero hacer sangrar tu corazón como tú haces sangrar el mío.

Quiero que llores, quiero que mueras solo como murió tu padre solo.

Pídele perdón a Dios, suplícale si es que acaso Dios puede perdonarte, porque yo nunca lo haré. 

Me duele, en el fondo, muy en el fondo me duele ya no poder encontrar algo de perdón.

Solo ha quedado odio.

Y creo que está bien así. 

Nunca fuiste un padre.

Nunca debiste haber sido uno. 










 




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