Me hieres.
Me lastima ver el arrepentimiento en tus ojos.
En tu voz titubeante y tu vacilación al acercarte.
Me hiere la manera en la que intentas olvidar lo que pasó entre los dos, como garabatos en la arena.
Me rompe el corazón cuando me diriges la palabra con amabilidad y cortesía.
Y no me hiere tanto el no perdonarte, sino el hecho de que podría.
Pero es una decisión mía.
Seguirás sufriendo la indiferencia de mis días.
Mi voz no se suavizará ni con la más dulce voz.
Tengo que fingir apatía contigo y temo que eso no me cuesta.
Aquel día me dijiste muchas cosas que no debías ni querías.
Me rompiste el corazón, dejaste abiertas muchas heridas.
Si respondiese por él te perdonaría.
Y no me amedrenta tanto el no hacerlo, sino el hecho de que sí podría.
Al final, soy sangre de tu sangre, aunque no signifique nada compartirla.
Pero si no te amara, no me sentiría de esta forma, pues la traición duele más cuando viene de las personas que nos importan.
Quiero perdonarte, pero no lo haré.
Ciertamente algo cambió aquel día.
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Editado: 14.09.2024