El Líder de los Incautos

Sobre café y riñas mañaneras

Ocurrió un veinte de abril, a las cuatro y media de la tarde, con los copos de nieve posándose en los hombros de su chaqueta.

Y eso lo es todo
 

 

2012
 


Se vuelve casi insana la forma en la que el viento parece arremeter todo a su paso.

Scarlett solo piensa en ello. Un muslo fuera y el otro revuelto entre las sábanas, la voz de Robert sonando casi como una amenaza, recordándole que debería tomar sus cosas y largarse a la universidad.

Es una mañana corriente, el hecho de que por la noche tres pares de brazos y piernas invadieran nuevamente su espacio como pequeños roedores la hace sentir monótona

Con el pensamiento en mente fexiona el torso y mira a su izquierda, por la ventana, hacia la multitud de edificaciones de aspecto lánguido ¿Por qué tan solo no se les atravesó por la cabeza el que aquella vista iba a resultar cosa tan lúgubre y triste en cuanto la mañana atravesara a la ciudad? Regañar a los chicos por algo así sería absurdo, bordeando lo cómico. Como remate el ambiente del cuarto en sí tampoco es como si funcionara de mayor ayuda: una miserable habitación cuatro-paredes cubierta de un curioso tapiz verdoso, un crujiente e inmesurablemente frío suelo de madera, acompañado de cómodas repletas de artículos ya sea de utilidad dispensable o más bien de absoluta necesidad ¡Y cómo olvidar la cama! Un pobre colchón, el cual aparenta más de dos plazas de longitud, tirado en el suelo como un estropajo desgastado. Es tan... penoso.

La vista le irrita y siente deseos de seguir durmiendo aún sabiendo que no puede. Se restriega el ojo y, encogida, se incorpora de la cama.

Se predispone a salir del cuarto, no sin antes tomar y ajustar a su figura el pantalón de pijama que usa Adam cuando nadie más lo hace (Y esta es una charla ridícula que deberían de tener alguna vez; cómo resolver el problema del préstamo de ropa. Aunque de seguro terminaría con una sentencia de Robert que sonaría como "¡Y a quién le importa!").

—Buenos días —saluda Robert de espaldas mientras prepara su desayuno. Se encuentra vestido con un sueter color crema y unos jeans que por poco y se le caen, cosa que Scarlett no logra entender pues sabe que en ningún punto del día encontrará la obligación de salir.

—¿No está Allie? —pregunta inmediato, siendo descortés. No sabe cuánta insolencia necesita soportar una amistad que está a nada de rebosar la década.

—Cuando desperté ya no estaba.

—¿Qué podría querer hacer en su día libre?

—Ni idea. Aunque ya ni es la primera vez. Lo cual, creo; me asusta.

—Bah.

—¡Bah! —se burla—. Tengo ideas pero perseguirle en la calle sería un tanto precipitado.

—Lo sería, sí.

Robert le mira con una ceja alzada. Se habrá percatado de lo cortante del asunto y ahora debe estar pensando en qué se encuentra rondando por su mente, y esta es la realidad: nada, quizás los apuntes olvidados las clases de ayer, pero más que eso nada en lo absoluto.

—Sigues dormida —le dice mientras le tira un poco de aceite a sus huevos revueltos.

—Eso creo. —Tambaleante se dirige a su lado, manteniendo la distancia— ¿Y el café?

—En la alacena, arriba. Adam siempre lo deja ahí, no entiendo por qué —dice—. Hablando de eso; el clima es una mierda y él no llevó paraguas.

—No es un crío. —De pronto siente que ha dicho algo inapropiado— ¿Tenemos paraguas?

—Buen punto.

Tras sostener por unos instantes el tarro de café entre sus dedos se da cuenta de que en realidad no le apetece para nada y lo vuelve a dejar en su lugar. Se prepara un bowl con leche tibia y cereal de avena. Robert se sienta a su lado en la mesa cuadrada y sobre sus sillas no "taaaan" duras como había señalado Alistair el día en que las adquirieron en una venta de garage.

—Estoy toda desaliñada —conversa Scarlett. Paseando los dedos por una de sus mechas azabache.

—Ow, te aseguro que luces mejor que Allie.

—Ni al caso, tú tienes esta gracia divina que te hace ver bien por las mañanas.

—Es mi don —dice, intercalando una sonrisa.

De un minuto a otro pueden oír el ruido de la puerta del apartamento siendo forcejada. Ambos se giran y ven entrar a Alistair, con la chaqueta de cuero marrón y un esponjoso gorro de lana que cubre todos sus mechones castaños.

—¿Qué le ocurre a esto? —Apunta dejando las llaves en el pequeño canasto que se encuentra a un lado de la puerta.

—Es un buen método por si nos roban. Ya sabes, el de sueño ligero lo escucha y se sacrifica por el equipo —supone Robert.

—Quién nos va a querer robar —sentencia Alistair.

Bueno, es verdad, mentaliza Scarlett. La mayoría del tiempo se siente mugrosa.

—¿Dónde estabas? —Termina por preguntar.

—Fui a resolver algo —responde. El cabello se le enpunta un poco y él refunfuña.

—¿Tenemos secretos, a caso? —insinúa Robert.

—No es nada que les vaya a afectar.

No funciona, quizás no del todo. Robert le echa una mirada que, con exclusividad, significa un reprocho.

—Sabes... si lo fuera se los diría.

Y a ella solo no le termina de encajar nada, pero en cuanto ve a Robert pararse de su asiento sabe que ha sido suficiente.

—Vale, vale—. Apunta hacia la alacena— ¿tienes hambre?

—Desayuné antes de salir.

Scarlett se levanta. Sin mayor ánimo que el de dejarse caer de nuevo sobre la cama deja el bowl sobre la mesa, pega un bostezo y se acaricia un poco el cuero cabelludo

—Llevas el pijama de Adam —apunta Alistair.

—Es un hecho.

—Sí, se te luce bien.

La prenda consta de una textura de polar color blanca, es todo lo abrigadora que puede ser aunque no se trate nada de otro mundo.

—¿Cuál era tu horario? —le pregunta Robert.

—Entro a las nueve, salgo a las tres.

Alistair acaba de encontrar trabajo como cajero en el supermercado del cual Robert recientemente fue despedido.



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En el texto hay: secuestro, gay, poliamor

Editado: 20.04.2020

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