Algunos días después alguien sorprendió a Naín una mañana. Él ya estaba acostumbrado a que Tadeo fuera a despertarlo, pero ese día llegó alguien diferente. Un hombre de unos cuarenta años que vestía la armadura de los ixthus y portaba una espada.
—Buenos días Naín. Mi nombre es Eliel y has sido asignado a mi grupo para que entrenes con nosotros a partir de hoy. Sé que Tadeo acostumbraba venir a despertarte cada mañana pero desde ahora deberás presentarte a las seis am. en la arena ¿de acuerdo?
Naín asintió.
—Bien, levántate y vístete lo más rápido que puedas.
Naín se apresuró a ponerse unos pantalones y una camisa y luego corrió para alcanzar a Eliel, estaba muy curioso por saber lo que le tocaría.
Cuando llegaron el grupo completo ya estaba ahí, eran cerca de unos cincuenta y practicaban entre ellos. Cuando vieron a Naín y a su capitán, todos se apresuraron a formarse y a ponerse en posición de firmes.
—Buenos días a todos—saludó Eliel—, hoy se incorpora a nuestro grupo Naín, quiero que todos lo ayuden en lo que necesite mientras aprende nuestras tácticas y formaciones.
Todos los ixthus miraron a Naín y le sonrieron, excepto Alef que estaba formado entre ellos y lo miraba como siempre. Naín captó su mirada pero lo ignoró.
—Quiero que practiquen en parejas—continuó Eliel—, todo lo que vimos ayer, Alef serás la pareja de Naín.
“Tiene que ser una broma” pensó Naín. Todos buscaron a sus parejas y comenzaron a entrenar. Alef se acercó a Naín no muy contento con la idea de que fuera su compañero y mirándolo con desprecio. Y así mismo le ofreció una espada a Naín quien no queriendo demostrar debilidad comentó:
—Una espada ¿enserio? Que medieval ¿No sabías que ya existen las armas de fuego?
— ¿Crees que podrías ganarme con un arma?—preguntó Alef con arrogancia
—Estás de broma ¿Qué punto de comparación hay entre una espada y un arma?
—Averigüémoslo—dijo Alef mientras se daba la vuelta y sacaba una pistola de un panel. Luego se la tendió a Naín pero se negó a tomarla.
—No voy a dispararte niño.
— ¿Por qué? ¿Tienes miedo? Porque yo no.
—No sabes lo que dices, no voy a disparate solo porque eres un niño consentido que está acostumbrado a que todo mundo haga lo que tú dices.
—Si soy así, entonces dame una lección—dijo Alef mientras le enterraba la empuñadura del arma en el esternón.
—Bien—aceptó Naín arrebatándole la pistola.
Alef se alejó unos pasos y se posicionó. Los demás ixthus ya habían notado el alboroto y pasaban sus ojos de Alef a Naín una y otra vez. Naín mientras tanto apuntaba el arma hacia la oreja de Alef, era muy buen tirador y planeaba dejarle tan sólo un pequeño rasguño.
Segundos de tensión se vivían en ese momento. Nadie sabía cómo es que había comenzado todo aquel circo. Algunos pensando que Naín se había vuelto loco hicieron ademanes de acercarse y quitarle la pistola, pero Alef los detuvo diciéndoles que todo estaba bien.
Naín respiró profundo, apuntó su arma y disparó, pero en milésimas de segundo Alef levantó su antebrazo y un ancho escudo del mismo fuego que la espada y la armadura se accionó de él y evitó que la bala lo hiriera, e inmediatamente después Alef desapareció. En un parpadeo Naín lo había perdido de vista. Volteó a todos lados pero no lo vio, dio un paso hacia atrás y algo puntiagudo le pico en su espalda. Se dio la media vuelta y allí estaba Alef con la espada desenfundada a tan solo unos centímetros de él. Si hubiera sido un combate real, ahora Naín estaría muerto.
Naín estaba muy sorprendido, aunque en su cara solo se leía una expresión indiferente.
Se miraron mutuamente con fiereza. Nadie se atrevía a moverse, de pronto hasta las moscas se silenciaron, luego llegó Eliel abriéndose paso entre los espectadores.
— ¿Qué está pasando aquí?—exigió y luego miró a Alef que ya guardaba su espada— ¿Alef?
—Solo estaba haciendo lo que me pediste—respondió con una sonrisa arrogante.
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Editado: 20.02.2018