Capítulo #7
Balin
Veo como se lleva a Sia a rastras y miro a Meer buscando su reacción a todo esto. Él se encoge de hombros y suspira alzando las cejas. Los tres nos quedamos varados en la misma posición sin saber qué hacer.
Detallo a las personas danzando en la pista mientras el sonido de una canción moderna y lenta se oye por todas las esquinas con un ritmo elegante. Muevo mis pies al son de la música y camino hacia Manoel tomando su hombro.
— ¿Quieres bailar?— Le pregunto y él niega rascando su nuca.
Sonrío dejándole saber que está todo bien y miro a Meer pero está muy ocupado hablando con una catadora de vinos reconocida. Ambos disgustan la bebida y decido pasear por la inmensa estancia de la mano de Manoel.
Paseamos por el gentío observando lo elegante que es la sala. Vemos los cuadros colgando de las paredes cremas y me quedo estática observando el retrato de Herarco y su esposa posando. Doblo mi cabeza detallando sus ojos de colores normales y el corazón se me estrella en el tórax al ver como sus órbitas se mueven para dar conmigo mientras brillan con colores extraños.
— Iré al baño, un segundo.— Comenta y asiento viendo como se marcha.
Suspiro caminando hasta afuera para quitarme la imagen del cuadro fuera de mi sistema, la oscuridad de la noche me envuelve y camino por un sendero rodeada de muchas plantas hermosas. A lo lejos veo una especie de escenario como de los que hay en Grecia pero más pequeño. Subo las cortas escaleras para llegar hasta el espacio abierto y dejo mi hombro recostado en una de las piletas.
La luna resplandece tanto que algunas nubes a su alrededor son un poco rosadas. Cierro los ojos sintiendo la tranquilidad que hace mucho no siento, abro mis párpados y me quedo viendo el lago repletos de peces de muchos colores entre las aguas claras por el brillo de la luna.
La gran luna. Siempre me ha parecido fascinante mirarla. A algunos le encantan los atardeceres o el sol resplandeciente pero hay algo en la noche que me es imposible ignorar. Las estrellas danzan al rededor de ella como si estuvieran haciéndole atributo a su belleza y me encanta como el satélite no las opaca, si no, que brilla lo suficiente como para dejarles relucir en el mismo trayecto.
Una ráfaga de viento me hace abrazarme a mí misma y el pelo se me mueve al rostro. Lo recojo con una cinta que saco de mi bolso y doy una última vista al gran satélite para girarme en destino a la fiesta.
Miro mis pies mientras camino para llegar a las escaleras que subí para llegar hasta aquí, doy el primer paso para bajar las escalerillas y me choco contra un pecho musculoso.
— Dímelo.— Ordena Ulysse.
Camino de reversa alejándome de él pero me sigue hasta que mi espalda choca contra el mismo muro en el que estaba recostada.
— Dime que no me case y no lo haré.— Toma mi nuca.
Mi cerebro se congela y siento un intenso escalofrío por su orden. No puedo decirle eso, espera un hijo y yo tengo un novio. Él no me puede pedir eso como si fuésemos amantes o estuviésemos enamorados cuando nos hemos conocido en menos de un año y no hemos hablado tanto.
— ¿Por qué viniste con él? ¿Quieres que explote de la ira o solo no quieres sentirte tentada?— Se inclina hablando sobre mis labios.
Pego mis manos a su pecho empujando lo más fuerte que puedo y él toma mis muñecas pegándolas en el muro cerca de mi cabeza. Doblo mi rostro dándole la mejilla y frunciendo los labios sin querer responderle.
— ¡Habla! Dime que te están ardiendo los celos tanto como a mí. Mírame y júrame que no te pusiste ese endemoniado vestido para mí.— Murmura con fuerza pegado a mi mejilla.
— ¡El mundo no gira al rededor tuyo!— Presiono mi pecho hacia el suyo tratando de quitarlo.
— Pero la luna sí, y es la única que nos acompaña ahora, viendo lo mentirosa que eres.
Las ganas de besarlo y matarlo se instalan en mi cuerpo sin pedir permiso y trago en seco sintiendo como su mano viaja hasta mi espalda descubierta mientras la otra toma mis dos muñecas.
— Metete en la cabeza que no me interesas.— Bufo arqueándome cuando su mano fría se cuela entre la tela que cubre mi espalda baja.
— Lo único que se mete en mi cabeza eres tú, todo el jodido tiempo sin descanso.
Su mano danza hasta mi cadera aún debajo de la tela apretando mientras besa desde mi barbilla hasta llegar a mi oído.
— Quítate.— Carraspeo cuando la voz me sale temblorosa.
Los hormigueos no me ayudan con mi misión de no caer, el deseo me nubla la vista y caigo en picada jadeando cuando muerde el lóbulo de mi oreja.