Querida Gia:
Me ha llenado el alma de forma inimaginable tu carta. Tus palabras, como siempre te he dicho, son tu mayor virtud y más valioso armamento. Me alegra mucho saber que te encuentras bien y por lo que he notado más inspirada que nunca. Con la experiencia que los años me han dado puedo más que deducir, afirmar con exactitud que este misterioso chico está despertando sentimientos en ti, me preocupa desconocerlo. Aunque no dudo de tus fortalezas, temo por tu corazón bondadoso, que muchas veces deja entrar a las almas equivocadas.
No voy a negar que el dulce Timothée me ha advertido sobre tu situación, por favor no lo culpes, sólo está atado a las preocupaciones que el amor acarrea en la juventud. Escúchalo atentamente, como siempre lo has hecho conmigo, no queremos decepciones disfrazadas de sorpresas.
Con respecto a mi estado no te preocupes, tengo tanta fortaleza como años de vida mi dulce niña. No intentes cuidar de tu abuela, ella te cuidará a ti primero. Los días han sido un poco oscuros sin tu entusiasmo y compañía, la soledad es mi crudo temor como tú bien sabes. Los días muchas veces son duros, y la poca comida que tengo la he compartido con los más necesitados, eso adelgaza mis huesos pero engorda mi alma y me mantiene útil y con la conciencia tranquila.
Nuestro amado vecindario está delgado y de luto. Abundan las viudas y los huérfanos, los niños claman de puerta en puerta pidiendo pan y las madres se vuelven verdes, desalmadas y luego frías, durmiéndose en una repentina pero tortuosa muerte. Por su parte, los padres son recluidos y distanciados. Mi querida niña... Vaya a saber uno para qué horrible destino los acarrean. Sí, los acarrean como vacas y según Gabriel, como conejillos de India.
Constantemente le recuerdo a tu querido amigo y a su padre que se alejen de la política y las revueltas, que son inútiles y de naturaleza injusta. me dedico a orar por ellos y por ti, mis plegarias son extensas y me acunan cada noche, como una dulce balada antes de dormir.
Extraño los campos que en la lejanía con mi madre labraba y me arrepiento más que nunca de haberte alejado de allí, deberíamos estar lejos de la modernidad frívola y lentamente destructora. Lejos, sumergidas en los prados, el trabajo arduo y sano que favorece y bendice los caminos de Dios.
Querida mía, como última petición, te ruego que te cuides mucho y te mantengas en vela, no dejes que nada te ciegue y te aleje de nosotros: Tu pueblo y tu familia.Te extraño con mis huesos desgastados y mis cabellos blancos como la nieve, pero con la esperanza intacta y los años de sobra como la sonrisa de una alegre jovencita.
Atentamente: Tu abuela.
Con lágrimas en los ojos guardé en el sobre amarillento por el pasar de los años, la carta de mi abuela. La sostuve sobre mi pecho con la esperanza inocente de sentir por un momento su cálida presencia cerca de mí. La extrañaba cada día más.
Pese a todas las advertencias que sutiles marcaron sus palabras con respecto a Hiram, mis sentimientos no se vieron afectados en lo más mínimo, creía en él y notaba su esfuerzo por mantenerme cerca, alimentando mi creciente confianza.
Sentí los pasos de mi compañero cerca de mí, se sentó a mi lado y con su habitual silencio me abrazó. Sus brazos rodearon mis hombros atrayéndome a su cuerpo. Escondí la cabeza en su pecho, sus latidos constantes y tranquilos eran un remedio calmante que lograba suavizar el tumultuoso ruido de mis añoranzas.
Su perfume como un aroma delicioso y letal sedaba mis sentidos, y su tacto como una danza envolvente obnubilada mis penas. Sus dedos acariciaban mi cabello enrulado sin descanso y con un toque experto dibujaban y recorrían mis ondas desordenadas, mientras mis lágrimas mojaban la fina tela de su camiseta blanca.
-Gracias- Atiné a decir mientras secaba las lagrimas dispersas que corrían por mi rostro con la manga del suéter que Hiram me había prestado tiempo atras. Tomé una breve distancia separando nuestros cuerpos levemente para mirarlo a los ojos.
-No es nada- Se limitó a decir alzando sus hombros. Su gesto modesto llenó mi pecho de un desconocido y muy intenso sentimiento. Sus ojos verdes me hacían perder la cordura y su marcada mandíbula dibujaba sonrisas tontas e inconscientes a través de mi rostro. -¿Quieres contarme que paso con tu abuela?- preguntó ante mi falta de respuesta.
-Está bien, dentro de lo que se puede, pero la pobreza en mi vecindario es muchísima, estoy muy preocupada por la condición de todos y lo que será de ella con el correr del tiempo- dije en un suspiro mirando mi falda y jugando con las costuras de mi ropa-, ella también está preocupada por mi lejanía, ya sabes...
- ¿Por mí?- dijo como si fuera algo obvio, pero podía notar la molestia detrás de sus palabras.
-No te conoce y mi amigo Timothée, que siempre ha sido muy sobreprotector conmigo la asustó un poco - dije restándole importancia y me apuré a cambiar de tema- por eso estoy triste, la extraño y me siento impotente, quiero estar con ella para poder cuidarla, saber cómo... -dejé la frase inconclusa, mis lágrimas arremetieron contra mis ojos y mi garganta se cerró-. No podía hablar sin quebrarme por completo.
-Ey Gia- dijo con clara preocupación- ¿qué puedo hacer para que te sientas mejor?- preguntó con cierta dulzura extraña en él y sostuvo mi mentón de forma en la que pudiéramos mirarnos a los ojos.
-Nada, gracias- Dije con vergüenza, mostrarme susceptible de esa forma ante Hiram y sus constantes atenciones me incomodaban tanto como me agradaban- simplemente no quiero hablar de este tema, me angustia mucho- respondí con plena sinceridad, recuperando mi entereza.
-No digas más- Dijo poniéndose de pie con decisión- Vamos a hacer otra cosa - Afirmó con el tono autoritario que lo caracterizaba, y sin esperar mi respuesta lo vi alejarse, sabía exactamente a dónde se dirigía. Segundos después una canción pegajosa y un poco cursi sonó detrás de mí, era "A you're adorable" de Brian Hyland.