El Mar Vacío: crónica apócrifa de un "bisnieto"

Prólgo

Creo que soy nieto de desaparecidos” confesó Ciriaco Pizzutti. No comprendí inmediatamente lo que estaba escuchando. Él lo percibió, se apuró a aclarar: “creo que mi viejo es hijo de desaparecidos, un nieto apropiado de las Abuelas, yo sería un bisnieto”.

En el mismo momento me percaté que estaba ante una historia digna de ser escuchada e incluso, quizás, también de ser escrita. Había llegado hasta su casa para entrevistarlo para mi programa radial, pero esa afirmación inesperada cambió de raíz mis planes.

Un hombre de casi 30 años duda de su identidad. Y de la de su padre, que supera los 50.

Traté de imaginar la conmoción interna de ambos.

El temblor bajo la piel.

Los Pizzutti, padre e hijo, sentirían resquebrajarse sus más íntimas seguridades. Ciriaco acababa de decirme que supone que su padre no es hijo biológico de su abuelo, sino víctima de una dictadura militar que terminó hace cuarenta y siete años.

Aquellos sangrientos dictadores dejaron la Casa Rosada, hace casi medio siglo. Pero Ciriaco Pizzutti, en pleno año 2030, cree ser una nueva víctima de esos generales.

Había llegado un par de horas antes a su casa, ubicada en lo que el cliché de los periodistas denomina “el barrio porteño de Montserrat”. Encontré a Ciriaco tan parco como de costumbre. Abrió la puerta de calle, vestido de pantalón corto Nike rojo y remera amarilla con el rostro de un chimpancé totalmente en negro en su pecho. Dijo “Chino” como único saludo, luego abrió la puerta de par en par. Lo seguí a través de un pasillo de unos cinco metros de largo, decorado con un mural pintado por Estefanía, su pareja. Nos sentamos en el patio, en unas sillas de madera clara, que rodeaban una mesa de plástico blanco. Sobre la mesa descansaba un libro de Kierkegaard y un reproductor musical de última generación, sobre una de las sillas, una guitarra acústica.

La intención era entrevistarlo para mi programa de radio “Acido Rock” pero la parquedad en la que lo encontré anunciaba que sería un intento frustrado, di la tarde por perdida. Me equivoqué, de más está decirlo.

Ciriaco es el guitarrista de la banda rockera León Trotsky y la Gillette. Odia el trabajo de difusión, como casi todos, pero no tiene más remedio que hacerlo. Ya sabía eso, también que detesta todo tipo de reportajes. Si bien no lo conocía demasiado, lo había entrevistado en otras cuatro ocasiones en las que la sensación de incomodidad fue evidente. No se esforzaba para nada en ocultarla. Cuando el grabador se apagaba, la relación fluía naturalmente, podría decir que nos caíamos bien, sin conocernos demasiado.

Aquella tarde, demasiado calurosa para mi gusto, sentados en el patio de su casa, cebó mate en una calabaza fileteada, con cintas de color amarillo, rojo y verde bellamente entrecruzadas. Venía preparado para esperar el momento adecuado en que se dispusiera a hablar. No lo interrogué, ni mostré el grabador. Me abandoné a lo que sucediese. Tenía la tarde exclusivamente para esa nota.

Devolví el mate. Dijo “escuchá”.

Dijo escuchá y en el diminuto reproductor Sony sonaron los acordes de una canción folklórica. Poco acostumbrado a ese estilo, no pude reconocer la música hasta que se escuchó la voz del cantor.

Yupanqui.

Cebó otro mate. “Me lo regaló Páez, el fileteador” explicó. Es bonito, le contesté, ahorrando palabras para permitir que escuche la canción.

Atahualpa Yupanqui cantaba los versos del Payador Perseguido.

León Trotsky y la Gillette presentaría su nuevo disco. De eso trataría la entrevista, pero no, escuchábamos folklore en el patio de la casa del entrevistado, sin que yo lograra generar el hecho periodístico.

La León Trotsky es una buena banda de rock. Músicos talentosos, letras entradoras. Una de las bandas en crecimiento del mundillo rockero. La escuché por primera vez en el Cosquín Rock 2026. No llamó mi atención, salvo por su nombre: la unión de un revolucionario ruso y una fábrica yanqui de maquinitas de afeitar era una buena elección.

El negocio del rock crea bandas que después descarta con facilidad. Aquél día lo pensé así, pero cinco años después la León Trotsky estaba consolidada, a punto de presentar su segundo disco.

Salvo algún comentario sobre la música que escuchábamos Ciriaco no emitía sonido. De Yupanqui pasó a Larralde, de éste a Guitarra Negra de Zitarrosa y, nuevamente, al Payador Perseguido.

Escuchá” repitió Ciriaco, a quien todo el mundo llama Ciri:




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