El mejor enemigo

VALIOSA INFORMACIÓN

 

Elea no tenía tiempo para resolver la vida de los demás, era una mujer adulta y con un trabajo que la mantenía ocupada las veinticuatro horas del día, la semana entera y el año completo sin descanso porque cuando una persona como ella no deseaba depender del dinero de sus padres o en su caso, del dinero de su abuelo, tenía que hacer de lado los problemas familiares, del corazón y existenciales. Todo el combo.

Terminado su insípido desayuno en compañía de dos completos tontos como lo eran su hermana mayor y el invitado de su abuelo, se excusó para retirarse a efectuar sus productivas tareas. Por fortuna, se citó con Chloe en la cafetería Little Collins en la Av. Lexington, de esa manera probaba decentes bocados y debido a que era uno de los sitios que más frecuentaba cuando estaba en Nueva York, le producía una inmensa felicidad degustar de su delicioso menú.

Tras arreglarse para salir a la calle y bajar, se sorprendió porque el resto de la familia aún continuara durmiendo: eran las once del día y no podía creerse que pudiesen ser capaces de quedarse en cama hasta mediodía, en fin, poco debería interesarle como manejaban su vida los demás y mejor centrarse en la suya, en sus proyectos. Cada vez que trataba de solucionar el desperfecto de otros, subían sus niveles de estrés y ansiedad.

Inhaló muy hondo y cerró los ojos unos segundos una vez que llegó al pie de la escalera. Al abrirlos, la imponente presencia de Harrison Edevane la hizo soltar un siseo.

—¿Qué? —Quiso saber al descubrirlo examinándola, de pie junto a la redonda mesa de granito rosa instalada en el centro de la estancia.

Harrison le dedicó su sensual sonrisa a la cual ya empezaba a acostumbrarse. Se metió las manos en los bolsillos delanteros del pantalón y se encogió de hombros.

—Te esperaba.

La joven frunció en entrecejo, aferrando con fuerza el asa de su bolso Salvatore Ferragamo en color rosa, produciendo un contraste con su oscura blusa de gasa de manga larga con un diseño de diminutas hojas y su pantalón a cuadros escoceses color camel. Evitó hacer una mueca al escucharlo decir esas palabras, que para ella no tenían significado alguno, ¿por qué la esperaba? ¿Para qué?

—¿En qué puedo ayudarte? —Se vio obligada a preguntar, no deseaba ser grosera.

—Sentí la necesidad de explicarme respecto a lo sucedido hace rato en el desayuno.

Elea cabeceó, pensativa.

—Me encantaría saber qué demonios sucedió contigo hace momentos en la mesa. —Aleteó las oscuras y largas pestañas de modo agradable—. Pero en este momento no puedo atenderte, Harrison. Estoy corta de tiempo.

El hombre no perdió detalle del arreglo de ella y aunque la imagen de la ejecutiva junior fuera la que adoptaba la mayor parte del tiempo, para él resultaba difícil eliminar la pinta de Elea sin ni un gramo de maquillaje y ropas cómodamente ridículas.

—¿Saldrás? —curioseó, señalando el gran bolso que sostenía entre sus manos.

—En efecto —respondió Elea, sonriendo con amabilidad—, por esa razón no podemos hablar del gran por qué me dejaste hacer el ridículo cuando creí que apoyabas mi desespero por salvar a mi hermana de no cometer una locura.

—Mi exmujer se fugó con un rockero —confesó como sin nada— y no lo ha pasado muy bien hasta el momento.

—Lo siento por ella —manifestó Elea. Pasó a su lado sin prestarle atención y dirigiendo sus pasos directo al recibidor—. Pero es una realidad que no me importa y tampoco a ti debería afectarte, a no ser que sigas muy enamorado de ella.

—Tu hermana es una mujer inteligente para casarse con alguien así.

Elea negó en silencio, abriendo el armario para sacar su abrigo.

—Y tu ex era una hueca que se fugó con un cantante o muy lista por dejarte.

—¿Qué? —inquirió él, siguiéndola hasta la puerta. Al ver que Elea pretendía abrirla, se lo impidió, poniendo su mano contra ésta—. Explícate mejor, ¿quieres?

Elea elevó su mirada hacia los grandes e intensos ojos azules, odiándose al instante por experimentar una vez más la deliciosa sensación de calidez recorrerla completa. No podía permitir que él influenciara a su cuerpo y las sensaciones que la dominaban.

—De verdad, no tengo tiempo —insistió—. Me reuniré con mi socia y no puedo retrasarme.

—Perfecto, entonces, te acompaño.

—¿Qué? ¡No! —exclamó, volviendo a querer abrir la puerta y obtuvo la misma respuesta de Harrison: cerrársela—. No es broma, Edevane, tengo mucho trabajo.

—Yo hice una pausa en mi vida para asistir a una boda que parece, no se efectuará.

—Gracias a ti. —Lo acusó, molesta por su jueguito. Arrugó los labios, pensativa—. Eres un insufrible.

Harrison soltó una ligara risa, divertido ante su comentario.

—Hace un día nos conocemos y me has insultado de maneras educadas, Eleanor —señaló—. Me es incomprensible por qué te desagrado tanto, ¿acaso eres una de esas feministas quienes odian a los hombres?

Elea retrocedió un paso, observándolo con cuidado mientras los azules ojos no perdían de vista ni uno de sus movimientos.




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