Querido diario: ¡Yo de nuevo!
Una menos. Quedan cuatro.
Es más divertido cuando no se lo esperan, ver sus gestos de asombro y cómo les tiemblan las piernitas. ¡Me tienen miedo! Jamás pensé que eso me haría tan feliz, alguna vez me llegue a sentir abrumado por el dolor, ahora es lo único que quiero en mi ida. Una vez comienzas a hacerlo se convierte en un vicio, te llegas a acostumbrar tanto al dolor que es excitante recibirlo.
Anoche encontré una foto de Julieta en mi teléfono, me puso muy feliz, pensé que se había perdido con el tiempo o es que simplemente no existía evidencia de nosotros dos, pero si la hay, fue un momento hermoso.
Me masturbé con esa foto y luego me sentí mal por hacerlo.
Pienso enmarcarla en un retrato y guardarla en un cajón con triple candado, es un tesoro muy grande que quiero que se quede en este mundo, quizá queme el resto de cosas inútiles para antes de navidad, planeo matarme antes de esas fechas, quizá el día 23 casi 24, aun no lo sé.
No me había tocado desde el día en que supe lo que le sucedió a Juli, así que fue satisfactorio y nostálgico a la vez; cerré la puerta del baño y me puse a pensar en la vez que Julieta se subió encima de mí y empezó a dar pequeños brincos, a la vez que su sudor caía por su cuello y sus cabellos le tapaban la frente. El calor de sus piernas desnudas, lo agitado de nuestra respiración, el sabor de su boca, tantas cosas de ella que ahora no tengo.
Cuando menos me di cuenta el trabajo estaba hecho, no me prolongue más de 4 minutos y pude levantarme y rápido me dispuse a mirarme en el espejo. Mire lo que era yo ahora, un pobre idiota que se masturba solo en el baño, pensando en su novia muerta.
En el sucio cristal del lavamanos miré fijamente mi rostro, mi expresión cansada y soporífera, lo último que hice de mi vida en aquellos momentos era dormir, comer, lamentarme y seguir durmiendo.
Observé con atención mis ojeras, hace tanto que no me fijaba en el orden de mi pelo que creo ya se me notan un poco las entradas, mi piel ya no es blanca, es nítida rozando lo insalubre. No he comido bien y eso también me pasa factura, me estoy notando más delgado y los huesos se clavan en mi abdomen y espalda baja, no tengo los músculos que antes se podían llegar a notar, ahora solamente soy una calavera con piel y sangre de anémico. Supongo que será eso, también explicaría los latidos acelerados y la fatiga.
En ese momento aun no era el loco psicótico y horrible al que me iba a convertir, sólo era un chico deprimente y sin ganas de seguir viviendo. Estuve pensando en dejar ganar a Amelia y darle su buena dosis de felicidad al verme muerto, pero no quise darle el gusto. Si ella quiere observar mi cadáver descomponerse, la reto a hacerlo por su cuenta.
La otra noche que me atacaron esos extraños dolores de cabeza vislumbre a Diantha, pude ver la forma en que los filosos lápices la hacían suplicar por su vida, la forma en que repetidas veces se clavaban en sus retinas y ella no dejaba de gritar, tampoco moría, solamente estaba ahí, en una tortura digna del infierno. En su momento me asusto demasiado, salí de casa e intenté dar algunas vueltas por la calle, sobreponiendo recuerdos mejores antes que esos horribles.
Pero al final fue demasiada la tentación, era una señal divina, el universo conspiraba y estaba de mi lado, el universo está del lado de la justicia carnal y de la causa y efecto más básica que ofrece la historia, en eso lo supe, debía de ir a casa de la chica y asesinarla, torturarla si es que era posible.
Hubo ligeros contratiempos que me hicieron pensar que todo fracasaría, pero no fue así. Solamente fue mas divertido, en especial tomar un regalo de Cristian que esté amablemente dejo caer al suelo y apuntar a Diantha antes de que está pudiese huir, le disparé en tres ocasiones y ella se desplomo al piso, evidentemente fue en puntos que no la matarían al instante, ya tengo experiencia en estas cosas.
Ella ya no fue problema, él tampoco lo era; así que me di el tiempo de limpiar cautelosamente. Un buen asesino debe ser buen limpiador, eso lo debes tener bien en claro cada que quieras asesinar, no dejar que te atrapen es tu meta y el proceso no te debe angustiar. El que se desespera pierde, el que deja una mancha pierde, el que no revisa las cámaras pierde, el que no analiza la situación antes de matar no pierde, fracasa estrepitosamente.
Debes pensar bien lo que haces antes de todo, cabe recalcar algo importante cuando matas; tienes que ser original y poco predecible. Llegar a asaltar a las tres de la tarde y en una colonia llena de vecinos, corriendo el riesgo de que allá familia o mascotas ruidosas que te delaten, eso es un pésimo asesino.
Ahora estoy planificando a la segunda víctima, matar a Diantha no me satisface del todo, me dejo un sabor amargo el que no gritase más, sólo lagrimeaba cómo una tonta y murmuraba el nombre de su noviecito pidiendo clemencia. En mi menta era más divertida.
Buscaré una forma de escuchar sus gritos, por su puesto que lo haré. Ahora queda enfocarme en otra persona, mi siguiente blanco fácil.
Sin dudas es alguien que lo merece, y por supuesto que gritará ¡Oh por favor! Será un espectáculo de alaridos y suplicas, lo voy a disfrutar demasiado. Ver su piel achicharrarse y hacerse negra me hará la semana, no puedo esperar más.
Julieta estará muy feliz, en el fondo lo sé, lo tengo presente.
Te veo condenada a arder en el fuego más eterno, maldigo tu nombre y anhelo tu ausencia. Vas a sufrir, me encargaré de hacer tu estadía lo más placentero que hallarás en el infierno, apenas una probadita de la agonía que nunca has sentido en tu vida.
Cuidado con el fuego, te vas avisado.