Hay momentos, en los que mientras estoy en la soledad de mi habitación, cierro mis ojos para recordar lo que tenía antes de ahora. Y no puedo evitar sentir nostalgia.
Ahora mismo me pasa eso, al platicarles sobre todo esto recuerdo con una sonrisa aquel último primer día de clases. Recién entrabamos de las vacaciones de invierno. Y aun me veo por los pasillos de la escuela en ese día, y me doy cuenta de que nada había cambiado.
Era lo mismo de todos los años. Los chicos del equipo de futbol, las populares por ser hijas de gente rica, las porristas chillonas —al igual que en Daria —, los de las bandas de rock, los chicos malos, los raritos del grupo, y los cerebritos. En ese último grupo encajábamos mi amiga Liz y yo.
Esto era lo que más detestaba de estar en la high school, todas las etiquetas que nos ponían nada más al entrar. Llenas de prejuicios. No era necesario ser una sola cosa, bien se podía ser una cara bonita y ser estudiosa, o ser porrista y amar el rock. Se podía ser una extraña mezcla de personalidades, pero seriamos nosotros mismos.
Yo era un claro ejemplo en ese tiempo. No quería ser conocida por ser únicamente la cerebrito —podía bailar, cantar y divertirme como el resto del mundo —. La mayoría de las personas se acercaban a hablarme por conveniencia. Ya que buscaban ayuda en sus trabajos y tareas.
Yo también era mucho más que una mente brillante de la que podían sacarle brillo hasta dejarla opaca.
— ¡Ivanna! —se había acercado Nathaniel, uno de los chicos del equipo de futbol. De inmediato se pone a lado mío —, ¿Qué tal tus vacaciones? —él, junto con otros de su pandilla me habían querido invitar a salir, pero siempre les respondía lo mismo. No. Pero por lo visto no entendían y seguían encaprichados conmigo. Todos ellos eran un club de cabezas huecas.
—Se podría decir que estuvieron tranquilas —su perfume me había inundado sus vías respiratorias —. Las pasé con mis amigas y con mi madre.
— ¿No deseas salir este fin de semana? —hice una mueca que se me hizo difícil disimular. No era una idea que me alegrara el día, ya que él solo buscaba mujeres para follar y luego cumplía con dejarlas tiradas en un motel barato de mala muerte.
— ¿Contigo? —imploré al cielo para que alguien me salvara de ese bruto. Él asintió con la cabeza —. No tengo tiempo, pero gracias de todos modos.
—Ivanna —habló con seriedad —, el hecho de que seas demasiado guapa —me carcajee ante su comentario. Soy de tez morena debido a mis raíces australianas, mis ojos son azules al igual que los de mi padre. Mi cabello era ondulado —por ese tiempo —de color castaño claro. Tenía lo mío, claro está —, no te da el derecho de hacerte del rogar.
—No me estoy haciendo del rogar —ahí está el maldito ego de los hombres, como lo sigo detestando a pesar del tiempo —. Ya te he dicho que no me interesas. Y cuando una mujer dice NO, es que NO.
—Ahí estás —Liz me tomó por el codo, llevándome lejos de él. Mi salvación. Bueno, no era la salvación que esperaba, pero peor es nada —. ¿No es emocionante? —Chilla debido a la emoción —. Últimos meses de escuela y luego juntas a la universidad.
Alguien pase sobre mí con una camioneta.
—Soberbio —le dije sin entusiasmo alguno. Mi madre había planeado durante toda mi vida el ingreso a Harvard, pero era un sueño de ella… y de Liz.
— ¿Y esa cara? —me evaluó con descaro —. Trasnochaste con esas incultas —lo dedujo de inmediato. Negué con la cabeza en señal de desaprobación —. Tú no eres igual a ellas. Esa amistad no te conviene —puse los ojos en blanco. Ya iba a empezar con sus sermones, y la verdad la paciencia se me iba acabando —. Tú eres cien por ciento cerebro y ellas ciento por ciento ignorancia pura — ¿ahora se entiende por qué detesto las etiquetas y estereotipos?
—No es por ellas —me llevé una mano a la cabeza —, y además son buenas amigas.
La pregunta del millón que han de tener en mente es: ¿Cómo era posible que fuera amiga de chicas tan distintas entre sí?
Liz fue la primera amiga que hice al llegar a los Estados Unidos, es mi amistad más vieja. Fue un gran soporte desde que me fui de Australia. Lo malo era que se había vuelto una pesada con el paso de los años y también que no veía más allá de sus narices.
Me hice amiga de Olivia y Cleo gracias a un trabajo escolar que nos llevó semanas. Las tres congeniamos en varias cosas. Y debo decir que las consideraba mejores amigas que a Liz.