El Misterio de Alex Roswell

CAPITULO X

Un alma triste puede matar más rápidamente que una bacteria (John Steinbeck)

parte I

Charly

12:01 am

Dicen que los recuerdos dolorosos son los más que quedan en nuestra mente. Los que más nos marcan. Los que se quedan en nuestro interior, casi permanentemente, como si estuviéramos destinados a sufrir para siempre por ello.

Y aunque eso solo son cosas que la gente suele decir, como un simple refrán. Yo lo sentía. El recuerdo taladraba en mi mente sin cesar. La culpa. Aunque lo hice sin ser consciente de ello, lo había hecho.

El frio, la brisa helada sopla de la misma manera que aquella noche. El frio y el miedo, la sangre goteando por mis dedos y mi débil cuerpo, era como una minuisiosa pluma. Los calmantes no ayudan, yo era fiel testigo de eso, solo te ayudan en el momento, luego tienes que hacer acopio de tus fuerzas para no explotar.

Mi vida era como ese pequeño punto en el espacio, antes del Big Bang. Se llenaba constantemente de cosas que, aunque no soportara, tenía que recibir, hasta que ese día toda esa energía se condenso, no soporto más, dando como resultado una refulgente explosión. Una amarga combinación de sentimientos: miedos, desconcierto y, sobre todo, dolor.

El frio otoñal me recuerda el frio que sentí esa noche, un frio que, aunque haya calor en el exterior, tu interior esta helado.

Lograba oír el bullicio y las risas a mi espalda, pero mis pies se movían inconscientemente hacia adelante, como aquella noche, desorientada, sin un rumbo fijo, solo con el deseo de huir.

Después de un par de segundos de caminar, veo un tronco tumbado, en medio de arboleada. Me acerco y me siento en él, abrazándome a mí misma. Silencio. Siempre he amado el silencio que produce la brisa cuando se cuela entre las ramas de los árboles. Ese silbido casi inaudible, podía cerrar los ojos y oírlo como una melodiosa canción. Muevo la cabeza y cierro los ojos, disfrutando el exquisito sonido. Pero un grito rompe el sutil sonido.

—¿Charly? —se acerca tambaleante, posándose frente a mí—¿Qué haces?

—. Nada. Me estaba doliendo la cabeza.

Ella era de las últimas personas, que quería que me viera de esa manera.

Nadie lo sabía. Ni Aura, ni Cam, ni mucho menos, Atenea. Una parte de mí se sentía avergonzada por ello, nadie quiere que sus amigos lo vean de esa manera. Todos cometemos errores, sí, pero ese no era un error, aunque el mundo así lo viera.

—¿te sientes bien? —cuestiona, sentándose a mi lado.

Asiento con la cabeza y trato de que mis ojos no me traicionen, liberando el llanto que he estado reprimiendo.

Se queda ahí, en silencio, con la vista fija en la azulada y redondeada luna.

Alex, es como esas personas a las que inconscientemente quieres, quieres darle aprecio, como si su sola existencia, exigiera a los demás a hacerlo. A pesar de que lleva poco tiempo aquí, se ha integrado bastante bien, tiene ese no sé qué, que te hace confiar en ella, su mirada genuina y su sonrisa apacible. Solo había visto esos rasgos una vez en mi vida, y ahora dos veces, con Alex.

Podía recordar con detalle aquel día que llego; cabizbaja, con movimientos torpes, dos medias lunas bajo sus ojos, haciéndola ver cansada y a pesar de eso, no se veía débil.

No sé nada sobre ella. Solo sé que su familia murió en una especie de accidente, eso lo sabían todos aquí, el apellido Roswell fue producto bullicio y chismes durante un tiempo y luego de la nada todos dejaron de prestarle atención. Alex nunca había dicho nada de porque fue internada en Walsh, pero realmente debía ser algo grave, no internan a cualquier y mucho menos lo ponen en el Piso 2.

—. La luna es hermosa esta noche— comenta casi en un susurro. Realmente estaba hermosa. Redondeada, con una tonalidad azulada y radiante.

Sus ojos café verdosos se posan en los míos y la veo dudar un momento antes de hablar:

—. Justo como esa noche. Brillante. Aunque el dolor de cabeza no me dejara verla bien. Se veía realmente hermosa. — toca con su índice la pequeña herida en su frente—. No sé qué lo hizo. Solo sé que no recuerdo nada, pude haber muerto, pero no lo hice.

Entonces la duda se incrementó. ¿la habían internado por un golpe en la cabeza?

—. El doctor dijo que es posible que recuerde también es posible que nunca lo haga, solo son probabilidades. Yo prefiero no recordar nada. Es mejor así. Dejar el pasado en el pasado.

Y aunque así no lo quisiera, yo la comprendía. Si hubiera tenido la opción de no recordar, definitivita la hubiera aceptado, pero no la tuve. Los recuerdos seguían frescos. Esa noche se repetía en mi cabeza como una jodida película todo el tiempo.

Su mirada me parecía confusa, una parte se muestra distante y vacía, y otra se muestra fría y amenazante. Ahora solo se mostraba estancada, como si algo la abrumara y el miedo la atascarla. Así me sentía yo. Yo comprendía su dolor y miedo, había perdido algo que amaba, pero me lastimaba.

Alex me comprendería y sabia podía confiar en ella.

—. Fue hace 7 años, justo este mismo día...

 

11 años atrás.

Plaistow, Londres.

Narrador omnisciente.

 

Desconcierto: Estado de desorientación o confusión en el que se encuentra una persona frente a algo que no comprende.

Justo así se encontraba ella, tal pequeña de coletas despeinadas y torcidas con pequeños mechones pegados en la frente debido al sudor, sus pequeñas y poco pobladas cejas se arrugaban mientras miraba, expectante, la pequeña tortilla carbonizada, que yacía en su plato.

—¿Por qué te quemas? —reclamó con molestia y de la nada, su risa aguda resonó en el pequeño trailer—. ¿ahora qué voy a comer?

Preguntó ensimismada llevando la tortilla al pequeño bote de basura. Se acomodó frente al lavaplatos, dispuesta a lavar los trastes, pero dos golpes leves en la puerta la interrumpieron.



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En el texto hay: tragedia, secretos, psiquiatrico

Editado: 30.08.2021

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