El coche avanzaba con rapidez, el volante giró en sus manos cuando llegó a la curva, volvió a la posición habitual y con el pie en el freno disminuyó la velocidad aproximándose a su objetivo.
Sacó la llave y salió del auto, acomodándose la gabardina beige, caminó hacia la casa y le dio dos leves y firmes golpes a la puerta.
Una anciana de unos setenta y tantos salió acomodándose los lentes.
—¿En qué puedo ayudarle?
—. ¿Es usted la señora Cooper? —cuestionó con los brazos cruzados en la espalda.
—. Así es— afirmó la anciana, sin comprender porque una detective la visitaría, ella no tenía ningún problema con la ley y si así fuera no tendría la capacidad de recordarlo debido a su deficiencia por la edad.
—Soy la detective Miller, encargada del caso Roswell, tengo entendido que fueron sus vecinos durante muchos años, ¿es así? —la mujer asintió con la cabeza, arrugando la cejas, provocando que las arrugas en su rostro se hicieran más notorias—. Me encantaría hablar con usted de un par de cosas, si no es molestia.
La anciana volvió a asentir y se alineó con la puerta, invitándola a pasar. La detective así hizo, adentrándose a la anticuada casa. Se giró hacia la mujer que cerraba la puerta y luego le hizo un ademán, invitándola a que se sentara a la mesa.
—¿Té o café? —preguntó rumbo a la cocina.
—. Café, gracias.
Después de cinco minutos la anciana apareció por el pasillo con dos tazas en las manos. Dejo una enfrente de la detective y otro frente a la silla, donde se sentó.
—. Y bien, ¿en qué puedo ayudarla?
—. Como le dije, soy la encargada del caso de los Roswell, hay algo que pueda decirme sobre ellos: ¿Cómo eran? ¿tenían algún problema grave del que usted estuviera enterada? ¿enemigos? ¿deudas?
La anciana se sobo la barbilla, pensativa. La detective estaba—casi—segura de que la mujer era quien sabría lo que el resto no.
—. El día que me mudé, fueron muy amables trayéndome un delicioso pastel— comentó—. No suelen salir mucho, solo el señor, la mujer y los niños permanecen casi siempre en casa.
Añadió tomando un poco de su té.
—. El señor Roswell es muy distante, como ido, ya sabe, así como...diferente—siguió, con los codos en la mesa, sosteniendo la taza con ambas manos.
—. No entiendo a qué se refiere con "diferente" —aclaró Miller, golpeando leve y continuamente el bolígrafo contra la libreta, en la que apuntaba cada palabra relevante.
—. Si...Actúa extraño, dice cosas incoherentes y es como...Impulsivo. No se cómo explicarle, pero suele tener cambios emocionales muy extraños, está sonriendo y de repente se enoja y actúa muy extraño.
La detective no entendió exactamente a que se refirió la anciana con "extraño" lo que si notó fue que la mujer sería una gran fuente de respuestas a la enorme cantidad de preguntas que tenía.
—. La señora Roswell, ¿Qué puede decirme de ella?
—. Es muy dulce, sonriente y agradable, aunque no sabe cocinar muy bien—añadió ensimismada tomando el té—. Es muy buena madre, siempre esta con los niños, jugando con ellos, sobre todo con la pequeña.
—. Muy bien y...
—. Detective, puedo... ¿puedo hacerle una pregunta? —la detective asintió, dejándola que saliera de cualquier duda que tuviera—. No entiendo que hicieron o que paso, créame cuando le digo que ellos son buenas personas, hay gente que dice cosas que no son y...
—¿A qué se refiere con eso? Los Roswell no hicieron nada malo, ellos...Tuvieron un accidente—le dijo dándole un sorbo al café—. El diecisiete de septiembre fueron víctimas de un incendio. Todos murieron.
La mujer no cabía del asombro y la vergüenza, los Roswell fueron sus vecinos durante cinco años y ahora estaban muertos. No lo podía creer.
—. Yo-o no sabía—tartamudeo la anciana—Cómo-o ellos... ¿todos murieron?
—. Si, señora Cooper—afirmó la detective y la anciana cubrió su boca con ambas manos, reprimiendo el jadeo de dolor y asombro que la abatía.
<<ellos no lo merecían>> pensó la anciana, mientras una ligera gota de dolor recorría su arrugada mejilla.
La detective sacó la pequeña hoja que anunciaba el accidente y la puso sobre la mesa, para que la mujer pudiera verla. La señora Cooper tomó la hoja con ambas manos, leyendo el contenido del papel. Sus cejas entre negro y blanco se arrugaron, sin comprender lo que leía.
—. Aquí...—su voz estaba tan débil que era casi inaudible—. Se...equivocaron.
La detective le pregunto a que se refería con una mirada desconcertada y la anciana giro el papel hacia Miller, mostrándole con el índice el número "5".
—. Esta mal...Ellos no eran cinco— hablo incrédula—. Eran solo cuatro: el señor y la señora Roswell y los mellizos. Aquí se equivocaron.
Una más...Una persona más que afirmaba la inexistencia de la Alex que ella había conocido, una más que negaba haberla conocido. ¿Cómo era eso posible? Es casi imposible que una chica de dieciocho años, viva sin que, tan siquiera, una sola persona le conozca, viva sin que nadie sepa de ella. ¿Alex ocultaba algo? ¿O los Roswell escondían algo que nadie debía saber? ¿Acaso la existencia de Alex provocaba que aquel secreto saliera a la luz?
Nadie lo sabía. Ni Alex, ni la detective, ni nadie, o tal vez sí, pero esa persona probablemente nunca diría nada, no tenía las fuerzas para hacerlo, había sufrido.
Y hasta ahora nadie sabía nada y el no saberlo, agobiaba a la detective que ansiosa esperaba encontrar una pista que la ayudara a cerrar el caso, descubrir el secreto y solucionar el misterio. El misterio de la chica en el muelle. El misterio de Alex Roswell.