Una verdad a medias es la mentira más cobarde.
3 de octubre, 2:48 am
Pasillo, planta 3, Walsh.
Alex.
Abro los ojos lentamente, con el miedo a encontrarme con alguna imagen aterradora o la figura...Pero lo único que veo es al castaño con cara de preocupación.
—¿Alex? —cuestiona, acercándose más a mi rostro, detallándome como si viniera de otro planeta. El miedo me dejo inmóvil y en mi pecho permanece una sensación de molestia por el repentino susto—. No sabía que eras sonámbula...
Sacudo la cabeza—. No soy...sonámbula.
Se aleja rascándose la nuca, como si hubiese hecho algo malo. Su expresión cambia de la nada y me observa con desconcierto.
—¿Qué hacías...?
—. Yo—voy a hablar y me callo cuando recuerdo la silueta inmóvil. Me giro y señalo en su dirección para informarle a Cam, pero solo hay un pasillo oscuro y desolado—. Ahí...Ahí...Había algo...Alguien...
Me vuelvo hacia él y me da una mirada cuestionable—¿Segura que no eres sonámbula?
¡ni siquiera sé que es eso!
Lo único que sé es que había alguien ahí y ahora no está y juro por lo que sea, que no fue una alucinación. Estaba ahí. Me estaba mirando. Me estaba esperando...
—¿te sientes bien? —vuelve a preguntar—. Si quieres te puedo acompañar...
La silueta estaba ahí. Cam había aparecido de la nada. La silueta despareció.
—¿Qué haces en el pasillo a esta hora? —inquiero.
—. Insomnio— se encoje de hombros—. Suelo dormir muy poco en la noche, ¿Tú?
Trato de controlar mi respiración. <<No era real>>
—. Quería...Tomar agua.
Asiente, con una medio sonrisa—. Si quieres te acompaño. También tengo sed.
Asiento. Lo mejor es que vaya con compañía, en caso de que otra peculiar silueta aparezca de nuevo.
Avanzamos por el pasillo en silencio, bajamos las escaleras y con cautela pasamos por el lado del guardia, que duerme profundamente. Entramos a la cafetería y nos acercamos al dispensador de agua. Me hace una seña para que tome primero y acerco mi boca sintiendo el líquido helado refrescar mi ardiente garganta.
Me alejo un poco y le doy paso para que tome, se acomoda las mangas de la sudadera hacia arriba, dejando a la vista las marcas horizontales en su muñeca.
Marcas similares a las cicatrices que Charly tenía en la espalda. Nota mi mirada sobre sus brazos y la ignora por completo acercándose a tomar agua. Se aleja tomando una bocana de aire, para hablar.
—. Mi madre solía decir: las cicatrices son marcas de la vida, estas muestran que has sufrido y lo fuerte que has sido para superarlo—dice con tono calmado y vuelve a tomar un poco de agua, antes de volver a hablar—. No debes sentirte avergonzado de ellas porque estas son como insignias que da la vida a los guerreros que han superado las pruebas que da.
Me da una sonrisa genuina, baja las mangas, se acomoda el abrigo y mueve la mano indicándome que salgamos. Lo sigo cuando empieza a avanzar.
Tiene razón, pero hay heridas que no se ven, que nunca sanan, que siguen frescas sangrando en todo momento.
Solo las físicas sanan, las internas siguen palpitando con cada recuerdo, extendiéndose con cada decaída y justo cuando crees que ya está sanando, algo vuelve a abrirla dejándola peor que antes, eso se llama: vivir. Y su única cura es la muerte.
Siguiente día
Avanzo dos pasos más y una chica con lágrimas en los ojos pasa por nuestro lado. La fila se acorta un poco y la enfermera le indica a la chica que tiene turno que son solo cinco minutos. La fila para el teléfono suele ser más corta los miércoles así que decidí venir hoy.
Después de quince minutos la chica frente a mí pasa al teléfono.
—. Si mami— habla la pelirroja, jugando con el cable del teléfono—. Los tomo cada noche como me dijo. No. Hum- hum. No se puede. Si señora. Yo también te quiero. No señora. El doctor dijo que no. ¡mamá, por favor! No. Pero te digo que no.
Me aparto hacia atrás cuando la llamada se torna pesada y juego con mis dedos, ansiosa, esperando el turno. Tengo las manos pálidas y las líneas verdes y moradas sobresalen, mis uñas están cortas debido a las reglas de la institución. Me pregunto cómo se verían arregladas y...
—¡ey! —chasquea los dedos casi en mi cara—. Tu turno.
Indica la pelirroja con la voz entrecortada. Asiento y me acerco al teléfono, saco la tarjeta del bolsillo y marco el número. Repica tres veces antes de que la voz de la mujer resuena en mi odio.
—¿si?
—. Hola...—medio hablo y alcanzo a oír un quejido de emoción.
—. Alex, linda, hola, ¿Cómo estás? ¿estás bien? ¿paso algo?
—. Bien. Si y no, no pasó nada.
—. Me alegra oír tu voz, el lunes iba a visitarte, pero se me presento un inconveniente y no pude ir.
Los lunes son días de visitas.
—. No importa.
—. Oh, cariño, eres tan linda— comenta agudizando la voz—¿Cómo te has sentido? ¿si te atienden bien? ¿Qué tal es la comida?
—. Buena. Supongo.
—. El próximo lunes te llevo un bocado de lasaña de carne que planeó hacer. Te encantaba cuando hacia lasaña...— comenta, con un tinte de melancolía en su voz—. Siempre me ayudabas a preparar la salsa y...
Rompe en llanto y la escucho exhalar con dificultad y sorber la nariz antes de volver a hablar.
—. Discúlpame, pero es que a veces es difícil...
—. No te preocupes— le corto, hablando lo más amable que puedo—. Será un gusto probar tu lasaña, de seguro es deliciosa.
Hablamos el resto del tiempo, me cuenta que hará, y me asegura que el lunes traerá la lasaña que—según ella—me encanta. Dejo el teléfono en su lugar y me encamino por el pasillo. Entro a la habitación desolada y me dejo caer en la cama.