El Misterio del Templo

LUTO DE COLORES

      Era una mañana lluviosa, el cielo permanecía opaco como si la naturaleza hubiera decidido manifestar el dolor que todos sentían. Madre era una mujer equilibrada, de muchas facetas; virtudes que podrían contradecirse ella las manejaba con soltura al unísono, podía ser fuerte y sensible, de carácter fuerte y cariñosa, estricta y dulce; todo al mismo tiempo. Por eso aquella mañana la aldea emitía un llanto a través del cielo.

       Addaj se encontraba sentada bajo la única ventana de su choza, allí podía sentir el sereno subiendo por el cuello hasta filtrarse en su nuca; desde la noche anterior cuando había cesado el vibrar en la muñeca de madre y sus ojos almendrados se habían apagado tras el alcance de la muerte, ella se había cerrado para el mundo, se sentó y desde entonces no había sentido la necesidad de mover ni un solo musculo; aun tenia tanto por hacer, tantas preguntas que hacerle a madre y ella la dejaba así, sin más despedida que una media sonrisa y un leve apretón de manos. Ahora se encontraba perdida, desolada.

–Debes ir a hablar con el viejo Cipriano –le había dicho madre la tarde que regresaron de la visita a los templos-.

–Pero ¿Por qué? –Preguntó Addaj sintiéndose extraña bajo su propia piel– ¿Qué es lo que ha pasado madre? ¿Qué han visto que se espantaron de esa manera? ­–gritó desesperada mirando a sus hermanas alrededor-.

       Tanto Abby como Ally permanecían mudas con la mirada tumbada hacia el suelo. Luego de que la menor se desmayara, sin razón aparente, madre las miro con esa mirada que nadie contradecía, haciendo señal con la mano cerrando un cierre imaginario sobre sus labios; lo que las niñas interpretaron como silencio total: ni preguntar nada, ni responder nada. Por eso preferían no ver los ojos de su hermana mayor, con miedo de que volviera a aparecer ese azul intenso y ellas se delataran con sus expresiones.

–Basta Ally –cortó madre con suavidad– las únicas respuestas que necesitas solo te las puede dar el viejo Cipriano, no metas a tus hermanas en esto, ya ella tendrán lo suyo en su momento-.

       Tres días habían pasado desde aquella conversación y Addaj seguía sin ánimos de hablar con el viejo Cipriano, con la única persona que deseaba hablar era justamente la misma que no podía pronunciar palabra, la misma que había callado a sus hermanas y la misma que ahora le producía un dolor profundo en el pecho: madre.

       Pensaba en ello justamente cuando sintió que alguien hablaba a su lado, ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba su hermana ahí, solo una palabra hizo que la notara y reaccionara involuntariamente: Haddaj.

–Estabas a punto de tocarlo y madre enloqueció, creo que eso es lo que me molesta ¿Cómo puede madre reaccionar de esa manera y luego pedirnos que no digamos nada al respecto? –decía ella con una voz alterada que no pertenecía a su cuerpo, Addaj trato de recordar otro momento en el que Abbaj hubiese usado ese tono aunque era causa perdida, su mente no funcionaba correctamente.

–Eso es lo que menos me importa en estos momentos Abbaj –contesto ella secamente sin levantar la mirada del piso-.

–Pero es que no lo entiendo Addy! ­–ahora estaba gritando– pasa esto y luego ¡nos deja!

–Basta Abby, cálmate ya.

–Está bien –dijo con resignación– ¿al menos te dijo algo?

–Dijo que hablara con el viejo Cipriano, y ya está, aparentemente el va a solucionar todos mis problemas –suspiró levantando el rostro para mirar a su pequeña hermana-.

–Pero que se supone… ¡Addaj! –Abbaj miro a su hermana con ojos como platos– ¿Cómo lo haces? –preguntó mas emocionada que asustada.

–Ahora ¿de qué diantres estás hablando? Abby te acabo de manifestar que no estoy de humor para nada –cortó ella-.

–Tus ojos Addaj, ahora son grises, muy claro –Abby estaba maravillada con el poder de su hermana mayor.

– ¿Grises? –preguntó Addaj aun perpleja– ¿No eran verdes el día que conocimos los templos?

–Ahora están grises Addy, te lo digo, es un gris muy hermoso, como los zircones cuando se quedan sin energía.

–Basta, esto no puede continuar así –soltó, levantándose torpemente luego de pasar más de doce horas sentada en la misma posición– esto se termina hoy, voy a ver a Cipriano.

       Abby se quedo pegada al suelo, estupefacta ante lo que sus ojos acaban de presenciar, en el momento en que su hermana se levantó sus ojos habían vuelto al color almendrado de siempre, aquel que todas había heredado de su madre; no le advirtió y en un pestañear Addaj ya se encontraba andando por el sendero hacía la choza del viejo Cipriano.




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