Sus ojos resplandecían con tanta fuerza que podrían cegar a cualquiera que los mirara fijamente. Un azul intenso se expandía por toda la estancia, iluminando hasta los rincones más ocultos; se mantuvo con la misma intensidad durante un rato hasta que el viejo sintió como sus ojos empezaban a arder.
–Niña –comenzó con voz temerosa– niña Addy ya fue suficiente– dijo mas fuerte sin obtener resultado– ¡Addaj ya basta! –gritó-.
La niña repuso la postura mientras parpadeaba varias veces, giró para ver al viejo que seguía a su lado con la cabeza enterrada entre sus piernas; temerosa posó una mano sobre su hombro con suavidad y susurró “Cipriano, ¿está usted bien?”. El viejo alzo el rostro hasta encontrarse con su mirada; tenía los ojos llorosos coloreados de un rojo carmín.
–Creo que ya ha terminado lo peor –puntualizó él– aunque aún tus almendras no han regresado –afirmó apuntando los ojos de la niña-.
– ¿Almendras? –Preguntó– no entiendo viejo. ¿Qué es lo que ha ocurrido?-.
–Espera aquí –dijo el viejo tras pensar un momento– te traeré algo niña-.
Entro a toda prisa en la otra habitación dejando a la niña mas confundida que nunca sobre el cojín; adentro se escuchaba como el viejo aventaba objetos con desenfreno de un lado a otro, hasta que todo quedo en silencio y el viejo salió.
–Esto le ayudara a comprender –le dijo al tiempo que entraba a la estancia con una vieja caja que levantaba extasiado sobre su cabeza-.
– ¿Qué es? –Preguntó la niña frunciendo el ceño-.
–Véalo usted misma –la instó el viejo mas emocionado que de costumbre-.
El tiempo había sido cruel con el exterior de la caja, que se encontraba desgastada y polvorienta. Addaj deslizó sus dedos flacuchos sobre la tapa, borrando una capa de polvo lo que dejó al descubierto unas letras grabadas que formaban la palabra Madre con elegancia. La niña emocionada levantó la tapa con torpeza pero lo que vio hizo sustituir la emoción por curiosidad.
Era un objeto de metal pesado, con hermosos dibujos de flores que recorrían cada parte del mismo. Al girarlo la curiosidad fue sustituida por la sorpresa; ante sus ojos yacía una señorita de tez blanca como la leche, con cabellos rizados color castaño que descansaban sobre sus hombros caídos, unos gruesos labios temblaban entreabiertos ante la impresión; pero lo que a cualquiera fuese dejado anonadado eran los dos zafiros que la miraban con intensidad; dos enormes ojos azules se asomaban tras las cortas pestañas de la niña.
– ¿Quién es? –logró preguntar la niña con voz temblorosa-.
–Niña Addy ¿qué hombre o mujer no puede reconocer su propia presencia? –preguntó él viejo de forma retorica-.
–Esta no soy yo Cipriano –exhalo sin apartar la vista del espejo ante sus ojos– he visto mi reflejo cuando el rio esta calmo y no es este-.
–Claramente ha habido un cambio en ti niña, es por eso que estas aquí-.
–Claramente –asintió ella-.
Se examino una vez más cogiendo el espejo con una sola mano, alejándolo y acercándolo; tocando con suavidad sus pómulos y pestañeando repetidamente en su intento por regresar el viejo color almendrado a sus iris. Estuvo así durante un rato aprovechando que el viejo se había ausentado para prepararse un agua de hierbas; luego se percató de algo que brillaba con la misma intensidad que sus nuevos ojos.
–Viejo –gritó– viejo venga rápido-.
– ¿Qué ocurre? –Preguntó él entrando a la estancia con dos tazas humeantes– ¿Han cambiado nuevamente?-.
–No viejo, es la gargantilla –exclamo señalando la gema que colgaba de su cuello– brillan igual, es el mismo color –dijo ella tan emocionada como si fuese descubierto la cura de la tuberculosis-.
–Por supuesto –comenzó a decir el viejo mientras entregaba una taza a la niña– con cuidado, recién la bajé de la lumbre –advirtió sentándose– todo forma parte de lo mismo, el arcón, la gargantilla, tus ojos…
–Carajo… –soltó la niña agitando una mano al tiempo que sacaba la lengua quemada por el té– esto me va a enloquecer viejo, ¿cómo es que todos estos objetos tienen conexión directa con mi cuerpo?
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Editado: 22.07.2019