Se despertó tres veces durante la noche recordando a esa pareja y del por qué sentía un desconcierto en sí mismo. Y observó a Neón dormir plácidamente por un rato.
Se levantó y entreabrió la ventana, el frío le golpeó el rostro, había algo que él no comprendía y no podía quedarse así, ya no.
Se abrigó y salió, observando a todas partes pero su corazón golpeaba su caja torácica y la piel se le erizó, no era el frío, no, era algo o alguien observándolo a la distancia.
—¡Muéstrate!
Gritó pero no hubo respuesta, su aliento se escapaba de él como si su vida se fuera en ello y no comprendía qué pasaba, trago saliva tras sentir cómo algo se acercaba desde la montaña. Se quedó de pie esperando, la luz de su casa relucía por la puerta abierta.
Y una vez que sus ojos se adaptaron a la oscuridad parcial lo pudo ver, esa silueta que siempre había estado allí, observándolo, ya no estaba lejos.
—Me alegro de verte, Gabriel.
Un hombre con vestimentas negras estaba de pie frente a él, su sombrero negro y su piel pálida, el hombre le sonrió. Su voz suave le heló la sangre, sus dedos pálidos, delgados y largos, con las uñas en forma de punta como si fuera una ave de carroña.
—¿Quién eres?
—¿No me recuerdas?—sus dientes blancos como el marfil y su sonrisa era como una absurda burla para Gabriel—es triste que no me recuerdes cuando hace unos días nos vimos.
— ¿Días?—Gabriel agito la cabeza—no te recuerdo.
—Me pediste que te la devolviera y eso hice.
—¿Devolverla? ¿A quién? ¿De qué hablas?
—Gabriel, Gabriel, Gabriel…
Su visión se volvió borrosa y las piernas le fallaron, se desmayó frente a un desconocido que afirmaba conocerlo y Neón jamás se acercó para ahuyentarlo.
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Editado: 24.10.2020