Despertó en su cama, el aire limpio y fresco. El calor brindado gracias a los leños de la chimenea lo reconfortaban y alzo la vista, una mujer de vestido rosa, cabellos negros y largos, tarareaba una canción y Gabriel la contempló por unos minutos; un pequeño quejido lo hizo salir de la cama, allí estaba Neón junto a la chimenea, recostado con la cabeza apoyada en sus patas delanteras, observando con sus grandes ojos negros.
—Buenos días.
—Buenos días, Emilia.
—Me alegro de verte.
—¿Verme?
—Neón te extraño mucho.
—Oh.
Se acercó al perro y acaricio su cabeza con suavidad, el perro le regalo una lamida en el dorso de la mano, Gabriel sonrió y las aves parecían revolotear por el nuevo día, la ventana dejaba ver los vuelos libres y despreocupados.
Pero un silbido detrás de Gabriel le hizo volverse con brusquedad, se le erizó la piel y su corazón palpitó con prisa. Se acercó a la puerta y observó la montaña frente a él, pastos verdes, árboles vivos y aves cantoras cruzaban el cielo tal como recordó al estar dentro de la pequeña casa.
Emilia se colocó detrás de él y lo abrazó, Gabriel posó sus manos sobre las de ella.
—Hice un pacto con el monstruo de la montaña.
Tenía que revelar ese secreto, ella había sido asesinada por mano de un desconocido al igual que Neón y el no haber hecho nada no se lo perdonaba.
—Oh.
—Quería tenerte conmigo y a Neón, ambos son importantes para mí pero yo…
—Lo sé.
—¿Lo sabes? ¿Cómo?
Trató de volverse pero no pudo, el agarré era fuerte, las manos de la mujer se alargaron al igual que sus uñas, y él se congeló, ella acarició su cabello y sus uñas tocaron la piel de su cuello.
—Yo también hice un trato—cabizbaja hablaba—perdóname por siempre desear tu sangre, Gabriel.
Neón caminó y se sentó frente a él, su pelaje de pastor alemán había cambiado, era gris y caído en años, sus uñas largas y su hocico alargado. Abrió la boca y vio los dientes afilados.
Sus ojos negros tomaron un color carmesí, como si las llamas danzaran en ellos y supo él que había caído en la trampa.
Ella estaba sumergida en la montaña, atrapando hombres desde hace muchos años y el perro solo era el guardián de la presa, está nunca, nunca debería saber cuándo iniciaba y terminaba el día, porque era la cárcel del tiempo, y al verla con aquel hombre no era más que él mismo descubriendo la verdad, él mismo había matado a Emilia y a Neón, había salido de la realidad de ellos pero su perturbación fue mayor y eternamente sería el prisionero de ella y del monstruo de la montaña.
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Editado: 24.10.2020