El muérdago del amour

3. La propuesta

Al otro día, Sábrini despertó de un reparador sueño. Se encontraba en el dormitorio que compartía con Alisa. Este contaba con lo necesario, dos camas de una plaza, dos veladores, dos closets, una ventana que daba vista a un lago que en estos tiempos estaba congelado y dos escritorios con repisas para acomodar libros, que se posicionaban debajo de la ventana. Ella tenía en su parte de la habitación posters y stickers de sus artistas, series y películas favoritas. Se levantó, se desperezó, se higienizó, se cambió sus pijamas por ropas adecuadas y comenzó el día. Su vestimenta consistía en una polera de polar de manga larga negra y una minifalda tableada roja a cuadrilles, junto a unas medias de polar negras y unos zapatos de charol.

Se dirigió al comedor común, pues eran las diez de la mañana. La hora perfecta para avanzar en su día a día. Sábrini vio a unas cuantas personas más desayunando allí, pero ella no les prestó demasiada atención, ya que, sólo se dirigió a buscar su comida al sector en donde se podía servir como si fuese un tenedor libre con diferentes variedades de sándwiches, croissant, tartaletas rusas, etc. Ella cogió lo que se le apetecía en ese momento junto a un café, para darle energías. Acto seguido, fue a sentarse a una mesa vacía y se alimentó. No pasaron ni cinco minutos y ya tenía compañía. Era Mikhail, que estaba vestido con un suéter negro acolchado y unos jeans azulados. Sábrini dejó de comer un rato para hablar con el chico, que igualmente tenía en sus manos su desayuno y quería sentarse con ella pues todo era parte de su plan. Él iba tanteado el terreno con delicadeza para que así ella no notara sus verdaderas intenciones.

La chica al ver que su exnovio hablaba y hablaba de temas triviales como el clima, de cómo iba su estudio para los últimos exámenes, entre otros, se dispuso a comer otra vez mientras respondía cuando era necesario. Una vez que se sumieron en un silencio, ella lo observó. Se preguntó cómo pudo enamorarse de él. Es decir, no era que lo estuviese mirando en menos restándole su atractivo, ni que lo estuviese comparando con Keissart, era sólo que ella dejó de sentir mariposas al ver a Mikhail hace mucho tiempo ya, y fue por esa justa razón, por la cual, ella terminó con el rubio. En ese momento, sus ojos azules se inundaron de lágrimas, y le rogó arrodillándose ante ella que no lo dejara, que él la amaba y que no veía un mundo sin ella. A pesar de que ella le tenía bastante estima a Mikhail, pues su noviazgo duró tres largos años, asumió que no sólo por tenerle cariño debía seguir con alguien por el que ya no sentía lo mismo. Como el chico estaba desconsolado, ella le ofreció su amistad, y solo así él dejó de lloriquear, aceptando su propuesta.

—¿En qué piensas? —dijo Mikhail sacándola de sus cavilaciones.

—Oh no, en nada…nada —Sábrini se levantó de la mesa excusándose de que debía ir a entregar la estrella para el pino a los estudiantes del consejo estudiantil, pues ayer no logró hacerlo debido a que dicho consejo estaba en una reunión y prefirió esperar hasta hoy para lograr su cometido.

Fue a por ello yendo a su habitación. Al entrar con su llave, se percató de que Alisa ya no estaba, pensó que ya había salido a tomar su desayuno así que se despreocupó. Ellas eran íntimas amigas, se contaban de todo, pues sus años de amistad era digno de admirar, y a pesar de ello, Sábrini fue incapaz de contarle lo que había pasado entre ella y el pelinegro. Quizás en otras circunstancias como si ella no se hubiese enterado de que Alisa y Keissart se conocían, le pudo haber contado. Pero ese grado de familiaridad con el cual ella y él se hablaron ayer le hizo creer que algo no pintaba bien ahí. Por lo que, se abstuvo de comentarle.

Pronto, tomó la estrella que estaba en su mesita de escritorio y la quedó viendo. Pudo darse cuenta de que era de color dorada y que en cada una de sus esquinas tenía piedras preciosas, y por supuesto, el adorno tenía en toda su cubierta brillantina. Después, agarró su celular lo guardó en el bolsillo de su falda, y con la estrella en sus manos salió de la habitación rumbo a la oficina del consejo, la cual quedaba en pisos más arriba. De esta forma, ella caminó hasta el piso común alejándose así del sector de dormitorios y aproximándose cada vez más al sector comunitario en donde compartían el vestíbulo que tenía en su centro el gran pino de navidad sin adornos aún, salas de estudio a un costado, tenía sillones que se veían mullidos, cojines grandes y circulares, y si uno se adentraba más se podía encontrar el comedor y las cocinerías. Además, si uno seguía recto hacia adelante se podían llegar a las salas en donde se dictaban las clases, y por ahí estaban la sala del consejo estudiantil. Cuando llegó, tocó la puerta y la abrió un joven de su edad con pelo rizado castaño, con un chaleco negro y unos jeans oscuros. Ella al verlo le mostró la estrella.

—¡Sábrini! ¡qué linda la estrella! —dijo el chico que respondía al nombre de Nikolai—. Ven, vamos enseguida a donde están mis compañeras que están adornando el pino.

Ella asintió y fueron juntos al vestíbulo que tenía el maravilloso pino. En efecto, al llegar a la zona compartida, estaban las tres muchachas que se encontraban adornando con luces, con bochas de diferentes colores, con figuritas de ángeles, de palomas, de ositos, entre otros detalles. En eso, una chica rubia y de ojos azules, los vio llegar y les dijo que llegaron en el momento ideal, debido a que ya era hora de colocar la estrella. Nikolai asintió y acercó la escalera de metal que estaba cerca del pino para que alguna persona colocara el adorno final.

Los presentes accedieron a que fuera Sábrini quien lo colocara en la punta del árbol, ya que, ella había sido la que se ofreció a comprarla. La aludida no se hizo de rogar y aceptó. La rubia le mencionó que ella le sostendría la escalera por lo que podría perder cuidado, puesto a que no había forma de que cayera. Ella agradeció la ayuda y subió la escalera, quedando en altura. El pino media dos metros y medio, por lo que la punta era bastante inalcanzable, pero ella al estar sobre la plataforma, ya no lo encontraba así. Se dispuso a colocar la estrella, para lo cual debió estirar su brazo, lo hizo sin perder el equilibrio y sin sentir vértigo. Una vez que depositó la estrella en su sitio, recordó que no le había agradecido a Keissart por haberla acompañado hasta su internado. Es por ello, por lo que, después de que bajó de la escalera y se despidió de sus compañeros, se sentó en un cojín grande y circular acolchado e individual y se dispuso a llamarle. El ruido ambiental no era problema, puesto a que sonaba una agradable sinfonía de un compositor famoso de música clásica oriundo de sus zonas. Marcó el número que él había registrado en la agenda de su celular, esperó después de tres sonidos que indicaba que él aun no respondía, y él contestó.




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