Duendes
8
A la luz de la tarde se veían realmente sucios, sus ropas se les pegaba por el lodo, y el aroma que desprendían era nauseabundo, habían salido por una especie de barranca. Sólo esperaban que aquella suciedad fuera sólo tierra y no desperdicios; sin embargo, eran desechos de carbón y agua, era lo que el elfo podía distinguir.
—Me parece que estamos lejos de donde entramos anoche —dedujo Eileen mirando hacia la montaña rocosa—. Esta parte no es muy alta comparada a la que tuvimos que recorrer
El elfo también observó las montañas. Ambos habían ido al lugar que tanto deseaban ir, y juntos salieron de aquella oscuridad que parecía querer atraparlos. Y ahora sabían lo que realmente ocurría, algo más oscuro que las cavernas los asechaban.
—Hemos salido por otro lado ¿verdad? —inquirió al observarlo.
—Eres muy observadora —respondió el elfo escaneando la montaña, todo lo que su visión le permitió—. Estamos al otro lado.
—¿Eso es bueno o malo?
Tolfian se mantuvo en silencio. Amplió su percepción del sonido lo más lejos que sus oídos se lo permitían, el viento, la danza de los arboles con sus ramas, hasta el más mínimo ruido lejano fue perceptible para él, incluso pudo encontrar el andar su caballo Fismus.
—Ambos —contesto al reducirlo—. Será mejor irnos de aquí.
Por lo que ambos comenzaron a caminar alejándose de las cavernas, en aquel tramo solo se habían dedicado a caminar en silencio, escuchando el sonido de los pajarillos que cantaban armonizado la tarde. Tolfian avanzaba rápido, deseaba encontrar a Fismus quien ya iba a su encuentro, en sí lo que más ansiaba era llegar a su hogar, darle todo el informe a su padre y tomar las acciones necesarias. No sabía cómo iba a reaccionar, Turnia había sido la causante de la pérdida de su madre, estuvo a nada de lograr vencerlos y ahora volvía de nuevo con más poder.
Eileen por su parte mantenía el mismo paso del elfo, él iba demasiado callado, pero entendía las razones. Lo descubierto en las cavernas superaba las suposiciones, las desapariciones de hombres y elfos ahora tenían una explicación, una muy oscura; la maldad de esa mujer llamada Turnia no tenía limites, ordeno matar a todo ser de Eterna, principalmente a ella. Y Tolfian cargaba con todo ese peso, algo muy malo se avecinaba para el reino.
Ni siquiera el viento como el aroma a cedro y pino pudieron hacer menos pesado el caminar del elfo y la joven humana. Ambos caminaban a pasos rápidos entre los árboles, sus pisadas eran livianas gracias a la hoja seca sobre la tierra, al menos eso hacia menos pesado su caminar; aunque sus ropas eran el mayor problema, no solo se estaba secando el lodo negro en ellos, si no también ese olor nauseabundo.
Un par de pasos más adelante Tolfian detuvo sus pasos, atento a los sonidos de la lejanía.
—¿Sucede algo? —preguntó Eileen al verlo detenerse, por consecuente ella también detuvo sus pasos.
—Un poco al norte hay una cascada. Podremos quitarnos toda esta mugre.
—¡Qué bien! —exclamó con alegría—. Extraño ver tu rubio dorado, debemos vernos realmente sucios.
Tolfian le dedicó una de sus miradas silenciosas a Eileen, él seguía pensando que aún llena de lodo se veía preciosa; en cambio el debería verse con aspecto reprobable. Agradecía que su padre no pudiera verlo, estallaría en irá, más aún al saber que andaba por los bosques lejanos sin sus guardias.
—Es por aquí —señaló moviendo la cabeza en la dirección al norte.
—Sólo espero el lodo pueda despegarse de mí —comentó siguiendo los pasos del elfo.
Los cuales seguían siendo rápidos, el sol estaba alejándose cada vez más, no podían perder más tiempo y eso ambos lo sabían. Cuando finalmente el sonido del agua fue más perceptible, se apresuraron mucho más; pronto pudieron ver la cascada de aguas cristalinas caer como un velo sobre un pequeño estanque, el agua probablemente venia de ríos de las tierras colindantes con Numantia. Ir a las cavernas les había llevado hasta los lindes de los bosques encantados.
—¡Dulce, dulce agua! —Eileen corrió al rio como una niña pequeña.
Tolfian mantuvo sus ojos en ella por un segundo, la joven se metió en el rio para jugar en el agua; en tanto él se caminó hacía donde caía con fuerza el agua, de ese modo podría quitarse más fácil el lodo. Cuando entro al agua pudo sentir su frescura, estaba fría, lo cual no importaba, deseaba quitarse toda la suciedad de sus ropas; cerró sus ojos un momento sintiendo el suave masaje que el agua le daba a su cuerpo al caer sobre él.
Eileen observó curiosa al elfo, casi se perdía entre el agua de la cascada. Entonces sonrió y decidió imitarlo yendo donde él. Estuvo a punto de gritar cuando sintió el agua helada caer sobre su cuerpo, la misma fuerza a su vez parecía un masaje relajante.
El agua de la cascada caía sobre ambos, limpiando sus rostros, brazos y sus ropas, el agua los limpio desde cabeza hasta pies, quitando toda impureza; incluso curado las raspaduras de sus rostros y brazos por los golpes que se habían llevado en las piedras de las cavernas. El agua fue curativa tanto para el elfo, como para Eileen. La magia de Eterna existía por todos sus bosques, eso era un hecho.